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Vocación pública: la pasión de Pablo Chiuminatto

No tengo dudas, Pablo Chiuminatto será recordado por su pasión: artista, intelectual, sobre todo, profesor de vocación pública. Y si Pablo se ganó este calificativo, no fue por su incansable presencia en los medios —donde fue polemista siempre constructivo—. No, Pablo fue público en el sentido etimológico del término: fue “de la gente”; mejor aún, de sus estudiantes, porque, como pocos, trabajó con los pies, si no en la calle, en el patio.

A ras de ese suelo, Pablo se ocupó con ahínco de la educación entendida como formación íntegra de personas. Por eso, se desvivía por ampliar el horizonte cultural de sus estudiantes. Para él, preparar clases consistía en inventar mapas que ayudaran a que sus estudiantes hallaran los senderos que conectan los clásicos griegos con la inteligencia artificial, o la plástica barroca con la semiótica de la moda prêt-à-porter. Nótense, sin ir muy lejos, los cursos que dictó: desde Literatura Antigua y Medieval hasta Hipermedios para la Transmisión del Conocimiento —un seminario que introdujo en la UC lo que más tarde llamaríamos Humanidades Digitales—.

Si la literatura es una puerta que se abre hacia parajes insospechados, Pablo procuraba que sus estudiantes aprendieran a cruzarla. Entusiasmados, seguros. Pero, por supuesto, él no se contentaba con darse por entero en el aula. Por eso, en sus horas de investigación, construía equipos de trabajo con estudiantes. Con unos, tradujo desde el latín al español a Alexander Baumgarten; con otros, publicó una traducción del Quijote, desde la lengua del Siglo de Oro al español latinoamericano (quería que la prosa de Cervantes enamorara a las nuevas generaciones).

Y, por si fuese poco, estaba atento a los más mínimos detalles que pudieran afectar la vida de sus estudiantes: desde facilitarles el acceso al campus en días de inclemencias varias, hasta enviarles correcciones por correo postal en los días de pandemia. Cuando le pregunté “¿por qué, Pablo?”, me respondió con su habitual mezcla de garbo y serenidad: “si no podemos encontrarnos en el campus, profesor, al menos podremos ver nuestra letra manuscrita y, a través de ella, recordar nuestra humanidad”.

Humano y telúrico: Pablo quiso nuestra tierra como pocos. La pintó en obras memorables. Pensaba que el arte podía ayudarnos a ver toda esa vida que estábamos a punto de perder. Por eso, también escribió apasionados ensayos sobre la relevancia de la conservación de la flora y la fauna nativas. Y, por si fuese poco, se encargó de publicar volúmenes que rescataron el trabajo de artistas olvidados o mal leídos. Que los poemas ecologistas de Gabriela Mistral, por aquí, que los ensayos injustamente olvidados de Rafael Elizalde Maclure, por allá.

Si no podemos encontrarnos en el campus, profesor, al menos podremos ver nuestra letra manuscrita y, a través de ella, recordar nuestra humanidad.

Pablo quería que sus estudiantes habitaran el futuro y que el futuro no fuera como un filme de Ridley Scott. Pese a su formación clásica (o quizá por ella), le apasionaba la tecnología. Confiaba en que ella podía mejorar la vida de las personas y facilitar el acceso al conocimiento. Los peligros no estaban en los nuevos avances científicos, sino en nuestro olvido de la ética y del respeto a la integridad de la vida. Así, Pablo fue un pionero. Cuando llegó a la UC, se plegó al equipo que creó el Magíster en Gestión y Procesamiento de la Información, e inauguró un sitio web que solo publicaba creaciones de los estudiantes. Le preocupaba que nuestros egresados —muchos de ellos, primera generación universitaria— pudieran insertarse en el mundo del trabajo para caminarlo, y no para vivirlo como una celda diminuta.

Pero, más allá de los hitos que resumo, el recuerdo que más atesoro de Pablo es el de su oficina. Allí, junto al té y la conversación ingeniosa, siempre se daban encuentros entre personas diversas en ancestros, credos, formaciones, historias y lenguas. La regla que allí imperaba era la de la escucha fraterna, la del respeto mutuo, la de la risa cómplice y la del aprendizaje recíproco. Allí, se respiraba el más auténtico espíritu universitario. En nuestro recuerdo, lo sé, seguirán latiendo los valores más nobles de nuestra universidad.

Facultad de Letras UC

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