Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae,
Universidad, Iglesia y Católica
No es casual que, después de la palabra «Universidad», las palabras «Iglesia» y «Católica» sean las más frecuentes en la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae. Efectivamente, la universidad brota del Corazón de la Iglesia, porque del Corazón de Cristo brota la preocupación por el hombre completo. Ante las grandes preguntas humanas por el sentido de la vida y del esfuerzo, el hombre experimenta su limitación: nuestros propios conocimientos científicos y técnicos no resuelven plenamente el misterio del hombre; no son capaces de dar una respuesta acabada. Por ello, la Iglesia, impulsada por Jesús, busca iluminar la vida humana con la luz del Evangelio y, en esta tarea, la universidad cumple una labor fundamental.
El papa Juan Pablo II, haciendo eco del Concilio Vaticano II nos dice que «el misterio del hombre solo se resuelve a la luz de Jesucristo». Él, el Hijo de Dios y el Hijo de María, revela la verdad sobre el hombre. Por eso san Agustín, invitándonos a comprender el mundo desde la fe, afirma que «el que cree, ve más». Y la Universidad Católica está llamada a «ver más».
Por ello, es necesario integrar la visión de fe en la mirada de la realidad. Como plantea la Constitución Apostólica, «la Universidad Católica es el lugar donde los estudiosos examinan a fondo la realidad con los métodos propios de cada disciplina académica». En este examen de la realidad no puede faltar la luz de la fe, puesto que el deber de la Universidad Católica es beneficiar a la sociedad, no solo con respuestas técnicas a problemas particulares, sino ayudándola a entregar una respuesta más radical: la única que da completo sentido a todo lo que hacemos y somos.