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La Dilexi te y los preferidos del Reino

¿Quién es mi prójimo? ¿me dejo interpelar por el clamor de los más vulnerables? ¿Lo entiendo como un deber apremiante? ¿cómo palpo en ellos la carne de Cristo?  Eran las preguntas que me surgían mientras leía la Dilexi te (Te amó Ap 3, 9), la Exhortación Apostólica del Papa León XIV, publicada el pasado 9 de octubre, sobre el amor hacia los más pobres. 

Es una gran riqueza que el Papa retome el documento que había comenzado su predecesor para exhortar a todos los católicos a poner nuestros ojos y nuestras acciones en “los preferidos del Reino”, tomando como base la cita del Apocalipsis, dirigida a una comunidad carente recursos y en la que el apóstol Juan les recordaba que Dios no los olvida, más bien, que los mira con amor y ternura. Es un llamado que nos hace a todos los católicos y a quienes quieran escuchar su mensaje, de atender a las necesidades tanto materiales como espirituales de quienes menos tienen, lo cual “genera una renovación extraordinaria, tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito (No. 7)”.  

En estas páginas vemos ejemplos de santos de diferentes épocas y lugares, que supieron encarnar el amor, la caridad y compasión de Jesús hacia los más pobres, viviendo con ellos en hermandad, haciéndoles ver su dignidad sin correr el riesgo de instrumentalizarlos para sus propios fines. Desde los primeros cristianos – como San Pablo o San Lorenzo-, los padres de la Iglesia –como San Agustín o San Ignacio de Antioquía- hasta santas del siglo XX como la brasilera Dulce Lopes Pontes, conocida como “el ángel bueno de Bahía”. También la estadounidense Santa Katharine Drexel, quien dedicó su vida a los pueblos originarios de su país o la misma madre Teresa de Calcuta, quien se nutría de la oración y del amor estrecho y profundo hacia Jesús para poner su vida al servicio de “los más pobres entre los pobres”, como le gustaba llamarlos. Lo que tienen en común estas santas y santos es la actitud comprometida con quienes más lo necesitaban y entender que la caridad hacia ellos representaba, no un simple “parche curita” sobre una herida ocasionada por las desigualdades sociales sino, y de manera muy especial, una opción de vida que permeaba su quehacer y que, en distintas culturas y épocas, ha generado una real transformación social. 

Dilexi te, escrita a cuatro manos por Francisco y León XIV, da un signo de continuidad entre ambos papas: “Yo mismo, misionero durante largos años en Perú, debo mucho a este camino de discernimiento eclesial, que el Papa Francisco ha sabido unir sabiamente al de otras Iglesias particulares, especialmente las del Sur global (No. 89)”. También, con la publicación, se enriquecen y actualizan los documentos del Magisterio Social Pontificio, cuya primera encíclica fue la Rerum Novarum (1891) de León XIII, razón por la cual el Cardenal Prevost tomó este nombre.

El Papa denuncia la “economía que mata”, como tantas veces afirmó Francisco, donde rechazaba ese modelo que excluye, explota y descarta.  Insiste en que la pobreza es evitable, y que no es culpa de los pobres. Muchos de ellos se esmeran trabajando toda su vida y siguen en las mismas condiciones. La pobreza tiene muchas causas, entre ellas algunas decisiones políticas y económicas injustas, de sistemas financieros que enriquecen a unos a costa de otros, de prácticas inhumanas como la violencia contra las mujeres, el abandono de los niños, la trata de personas, la esclavitud moderna o la desnutrición. Signos de una cultura que ha perdido la sensibilidad por el otro. Por eso dice “para la fe cristiana la educación de los pobres no es un favor sino un deber” (No. 72).  

Hacia el final del texto toca el tema de la limosna, ese concepto tan manoseado y distorsionado, visto en clave negativa incluso por muchos católicos, malentendido a veces como un asistencialismo o paternalismo para aliviar las conciencias de los más poderosos. Considera más bien, que esta “sigue siendo un momento necesario de contacto, de encuentro y de identificación con la situación de los demás”. Porque, como decía San Juan Crisóstomo: “La limosna es el ala de la oración; si no le das alas a la oración, no volará”. 

Dilexi te viene a recordarnos que los más vulnerables necesitan un compromiso solidario permanente y transformador. Nos hace ver que “la santidad cristiana florece, con frecuencia, en los lugares más olvidados y heridos de la humanidad”. Porque amar y servir a los pobres, hacernos cargos de sus dolores, es encarnar la invitación que Cristo mismo nos hace: “cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).  

 

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