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Volver al corazón en medio de apariencias

Ilustración por Daniel Irarrázaval Domínguez

Imagina que caminas por una calle llena de tiendas con vitrinas iluminadas. Todo brilla, todo invita, todo parece perfecto. Las redes sociales, la publicidad y hasta las conversaciones cotidianas muchas veces se asemejan a esas vitrinas: se ven iluminadas, brillantes y atractivas. Parecen perfectas. Pero ¿qué sucede con lo que no se ve? ¿Con lo que no se muestra a través de las redes? ¿Qué es lo verdaderamente real?

El Papa Francisco, en su reciente encíclica Dilexit Nos, nos llama precisamente a esto: a volver al corazón. Nos recuerda que no podemos quedarnos en la superficie, que el amor de Dios no es una idea hermosa ni un simple mensaje inspirador, sino una realidad viva que toca lo más profundo de nuestro ser. «Dios nos amó primero» (Dilexit Nos, 1), nos dice Francisco, citando la Primera Carta de Juan (1 Jn 4,19). Somos amados por Dios de manera personal, sin importar nuestra apariencia, procedencia o historia. Y esta verdad lo transforma todo.

En los Evangelios, Jesús siempre trasciende las apariencias. Mientras los fariseos se preocupaban por las normas externas, Él les decía: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mt 15,8). No se trata simplemente de realizar actos correctos o cumplir expectativas, sino de permitir que el amor de Dios nos transforme. Un amor que no observa desde fuera, sino que busca sanar lo más íntimo de nuestra existencia.

La encíclica nos invita a reconocer que frecuentemente vivimos distraídos, atrapados en la urgencia de lo inmediato, olvidando lo esencial. Nos habituamos a una vida superficial, donde el «me gusta» de las redes sociales pesa más que una conversación auténtica, donde el éxito se mide en logros externos y no en la capacidad de amar. Y en medio de esta vorágine, Dios nos susurra: «Vuelve a mí de todo corazón» (Jl 2,12).

¿Qué significa, entonces, volver al corazón? Significa detenerse, cuestionarse, redescubrir. Es examinar nuestra vida y preguntarnos si estamos amando verdaderamente o solo sobreviviendo en la rutina. Es abrir espacio a Dios para que sane nuestras heridas, para que restaure en nosotros la alegría de un amor genuino, sin artificios. «Solo en la verdad del amor podemos encontrar la plenitud de nuestra humanidad» (Dilexit Nos, 12).

Volver al corazón es también volver a los demás. Es contemplar a quienes nos rodean no como obstáculos o instrumentos, sino como hermanos, con sus propias heridas y esperanzas. Es abandonar la indiferencia y optar por la compasión. «Cada persona es un misterio de amor» (Dilexit Nos, 15), nos recuerda el Papa. Y si Dios nos ha amado primero, el desafío resulta evidente: amarnos mutuamente, sin temor, sin reservas, sin dejarnos llevar por prejuicios ni apariencias.

Hoy te invito a realizar algo sencillo pero radical: detente. Silencia el ruido por un momento y pregúntate: ¿Cómo está mi corazón? ¿Dónde reside mi verdadero tesoro? Toma la encíclica Dilexit Nos  y léela con serenidad. No como un documento más, sino como una invitación personal de retornar a lo esencial y amar.

Porque en un mundo que solo percibe lo superficial, volver al corazón y amar constituyen los actos más revolucionarios que podemos realizar.

Puedes leer la encíclica aquí.

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