Las ruinas del fuerte Ballenar de Antuco, ubicadas a 13 kilómetros de la laguna del Laja, en la región del Bío-Bío, constituyen el espacio físico más antiguo y, a la vez, el más nuevo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El más antiguo porque fue uno de los últimos fuertes del sistema territorial de defensa que corría a lo largo de la frontera del Bío-Bío. Su construcción fue encargada, hacia el final de la Colonia española, en 1787, por el entonces intendente de Concepción, Ambrosio O’Higgins. La geometría hexagonal de la planta, más larga que ancha, se adapta al montículo cordillerano de 15 metros que lo levanta del suelo. Un muro de contención de piedra, bajo y sin mortero, define la terraza en que se emplazan las fundaciones de un pabellón solitario, antiguo cuartel y refugio de la reducida guarnición de este puesto colonial de frontera. La rampa de acceso permitía que los caballos subieran a la pequeña meseta, antiguamente rodeada de una empalizada de pellines hoy desaparecida. El foso, perpendicular al río Laja, con estacada y puente levadizo según consta en las crónicas, aislaba este enclave de posibles ataques de grupos pehuenches que descendían de la cordillera. Dentro del área protegida quedaba el pozo de agua fresca, ubicado a los pies del pequeño promontorio.
Esta estructura es el espacio más nuevo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, porque corresponde al último bien patrimonial adquirido por esta en el contexto de un proyecto de investigación ligado a su nuevo Magíster Interdisciplinario en Patrimonio Cultural. En el marco de este programa, que busca abordar desde una visión integral la problemática, preservación y sostenibilidad del patrimonio, la adquisición de dicho fuerte no sólo enriquecerá la investigación, sino que también el trabajo en torno a él contribuirá al desarrollo social y cultural.