Carta Encíclica Evangelium Vitae,
Sobre el Valor y el Carácter Inviolable de la Vida Humana
En la aurora de la salvación el nacimiento de un niño es proclamado como gozosa noticia” (EV 1). Esta afirmación es el núcleo de la encíclica. En un mundo donde “embarazo no deseado” parece ser uno de los mayores problemas, la Iglesia reitera que una vida humana es siempre motivo de alegría, no solo porque es portadora de una dignidad inalienable, sino también porque es una promesa de futuro. Curiosamente, la sociedad que más ha dominado el presente, a través de la tecnología, es la que más teme el porvenir. Es un temor de lo nuevo, de lo imprevisto, de lo que no está previamente programado.
La Iglesia reafirma que la vida es un don y que tiene su origen en el Creador. Por eso es siempre una realidad buena, mientras ella exista, desde la concepción hasta la muerte natural. Es también una realidad fundamental, el presupuesto de todos los bienes, eliminar la vida es eliminar la posibilidad de todo bien futuro. Por eso es intangible, es decir, la vida es una barrera infranqueable para la libertad de otros y del mismo sujeto porque elegir la muerte es destruir también la libertad.
Ante todo la vida es un don que interpela y que compromete la libertad no sólo para ser respetada, sino sobre todo para ser promovida: “¡respeta, ama y sirve la vida, a toda vida humana!” (EV 5). En otras palabras, ante la vida de todo ser humano no basta un ‘no tocarla’, aún más importante es hacerse cargo. La opción por la vida es la elección de vivir como familia humana y no como seres aislados.