En momentos en que se estaba perdiendo el diálogo, para muchos el estallido social significó una lucha de derechos intergeneracionales. La pandemia vino a acentuar ese sentimiento de defensa hacia los más vulnerables.
Sobre lo ocurrido el 18 de octubre ha habido distintas posturas. Las reacciones más radicales se asocian con los estudiantes y jóvenes en general. ¿Hay alguna diferencia generacional al respecto? ¿Hay también puntos de encuentro?
Sara Caro (SC): Distingo varios matices. Mi generación creció con un malestar generalizado. Nací en dictadura y viví el regreso a la democracia, algo que sin duda nos marca. Se nos dijo que el orden en la vida era muy importante: terminar el colegio, tener una carrera profesional, ponerse a trabajar y tener un contrato laboral. En ningún momento criticamos esa estructura, muy diferente a la generación de Joaquín y de varios estudiantes que hoy cursan pregrado. Lo he conversado con mis amigos: no hicimos nada por cambiar lo que nos molestaba. Por ejemplo, el Crédito con Aval del Estado tiene unos intereses que vas a pasar toda tu vida pagando, pero es la manera de estudiar.
Por otro lado, pude participar en varios cabildos después del 18 de octubre, sobre todo de personas mayores, y escuchaba: “Qué bueno que los jóvenes salieron a decir esto que nosotros compartimos, que nos molesta”. Ellos viven lo paupérrimo de las pensiones y en algunos de sus discursos he podido oír del orgullo que genera que personas más jóvenes estén tomando acciones o preocupándose, que incluye comentarios como: “Probablemente no vamos a vivir los logros de este cambio, pero sí sería muy bueno saber que las nuevas generaciones no van a tener que pasar por este sistema o que su vejez va a ser distinta”.
«En ningún momento criticamos esa estructura, muy diferente a la generación de Joaquín y de varios estudiantes que hoy cursan pregrado. Lo he conversado con mis amigos: no hicimos nada por cambiar lo que nos molestaba»
Sara Caro
Roberto Méndez (RM): Creo que lo que ha pasado en Chile, en el aspecto social y con el Coronavirus, es un enfrentamiento generacional, un encuentro especial, duro y violento. Quizás, el componente más importante del conflicto es generacional. Los jóvenes manifestaron su malestar y rechazo a la autoridad y a la forma en que la sociedad se organiza. Se podría leer como los jóvenes contra los “opresores”, que son los mayores, pero ahora estamos todos enfrentados a este virus que, al final, es una amenaza para los viejos más que para los jóvenes, y la sociedad les está pidiendo que sean solidarios: “Cuídense, porque tienen que cuidar a sus mayores”. Se lo digo a mis hijos y alumnos; ambas cosas enfrentan a estas dos generaciones en roles muy diferentes. Hoy, los mayores están a merced de los jóvenes, porque si ellos son responsables y actúan de acuerdo con las instrucciones, pueden darle vida a los mayores, que están tremendamente vulnerables.
Joaquín Mardónez (JM): Discrepo con Roberto sobre el conflicto generacional. No lo generalizaría como “jóvenes contra opresores”. Sí, la masa juvenil ha impulsado el conflicto: recordemos los días anteriores al 18 de octubre, cuando llamaron a la evasión, lo que marcó la pauta y potenció aquello que vivimos después; pero tiene más que ver con una reacción de los jóvenes ante un sistema que no los oprime a ellos, sino, históricamente, a sus familias. Escucho cosas como: “Mis papás se rompen el lomo trabajando para que podamos estudiar. Incluso nosotros tenemos que trabajar y estudiar al mismo tiempo, porque reciben una pensión indigna”. Hay un malestar social inherente en ambos y quienes reaccionaron fueron los jóvenes, los que tomaron esta carga en nombre de los mayores. Son ellos quienes llevan la batuta.
(RM): Es cierto, Joaquín, un matiz de diferencia que tenemos. Las encuestas como la Bicentenario y del Centro de Estudios Públicos, muestran una diferencia muy profunda entre jóvenes y adultos mayores en la actitud hacia las manifestaciones sociales y hacia la legitimidad de la violencia como una forma de presión social. Independientemente del sector socioeconómico, en general los mayores son mucho más negativos y conservadores con respecto a la violencia, a diferencia de los grupos de jóvenes relativamente privilegiados que piensan bastante parecido a los de sectores bajos. Hay un componente generacional no solo en quienes salen a la calle y quienes se quedan en la casa, sino que, profundamente, las actitudes sociales son diferentes y, en ese sentido, aparece un tema generacional que no habíamos tenido.
«Las encuestas muestran una diferencia muy profunda entre jóvenes y adultos mayores en la actitud hacia las manifestaciones sociales y hacia la legitimidad de la violencia como una forma de presión social. Independientemente del sector socioeconómico»
Roberto Méndez
(JM): No he revisado las encuestas, pero sí me parece muy marcada la legitimidad de la violencia: hay una diferencia generacional importante. A mi generación no le tocó vivir todos los cambios sociales que vivió la de Sara, UP para unos y dictadura para otros. Para todos fue una sorpresa encontrar militares en la calle y tener toque de queda; tuvimos que empezar a entender, a escuchar historias de los papás, de los abuelos. Eso nos pone en una perspectiva mucho más fácil para llegar a legitimar la violencia. No la justifico, porque no nos lleva a ninguna parte y no sé si toda la juventud legitima la violencia, pero lo veo en muchos compañeros y amigos que dicen que la única forma en la que hemos llegado a algo es por la violencia.
También hay una diferencia importante por la desigualdad presente en Chile. Hay quienes solidarizan con lo que se está pidiendo y otros que viven las injusticias. Yo solidarizo, gracias a Dios nací en una familia donde no me ha faltado nada y puedo estudiar, por eso para mí es fácil decir que la violencia no es el camino. Sin embargo, compañeros cuyos padres tienen pensiones injustas o que pueden morir esperando una operación justifican la violencia. El matiz va por esa línea.
¿Es posible un diálogo entre generaciones para intercambiar experiencias?
(RM): Si la cuestión es absolutamente generacional o no, no es tan importante, pero sí lo es reconocer que hay una diferencia generacional. Es lo que permite ese diálogo: comprender que el otro, el joven o el mayor, tiene una visión distinta y entenderla. Quizás es la única solución que tenemos como sociedad, a nivel institucional y familiar.
Mi hija sale, marcha y justifica la violencia porque cree que es la única manera, entonces lo vivo día a día; y mis alumnos en la universidad también. Por eso hay algo que aprender del Coronavirus, de nuevo nos pone en una situación distinta generacionalmente: yo me quedo en mi casa, pero mi hija sale a comprar algunas cosas que necesito, los remedios en la farmacia, no sé. Hay una solidaridad entre todos que va a ser muy provechosa finalmente, dentro de todo lo terrible que es esto.
(SC): Los diálogos intergeneracionales son posibles y necesarios, la universidad es un espacio propicio para ello. A nivel macrosocial, creo que el principal obstáculo es la discriminación por edad, los prejuicios, meter a todos los grupos etarios en un mismo saco. La vejez es una etapa muy heterogénea, que depende de la historia y trayectoria de vida de cada uno. Esa discriminación nos lleva a creer que a los mayores solo hay que protegerlos. Investigo ciudadanía en personas mayores y una de las cosas que quieren es que se considere más su discurso, su opinión, y no que los vean solo como personas dependientes. Para que se produzca el diálogo intergeneracional es importante acercarnos, el contacto nos ayuda a derribar prejuicios. Conectándonos con lo diferente se produce una experiencia de inmersión y se acorta la distancia entre generaciones. El Coronavirus es un buen ejemplo, porque ha despertado espacios de solidaridad intergeneracional. En mi edificio, por ejemplo, los más jóvenes le pedimos a las personas mayores que viven solas que no salgan, que pueden pedirnos lo que necesiten.
(JM): El contacto intergeneracional es una cuestión que está muy perdida en la sociedad. Los jóvenes somos malos escuchando a los mayores, porque suelen hablar lento y se van por las ramas y a nosotros, que vamos más rápido y somos más concretos, a veces nos agota. Tenemos que hacer un esfuerzo y ellos también tienen que hacerlo con nosotros, precisamente porque nuestras mentes funcionan en mundos paralelos.
(RM): Le agradezco mucho a Joaquín que me dijo que los viejos somos fomes para hablar, nos demoramos mucho, pero vamos a hacer un esfuerzo para adecuarnos al ritmo que se necesita.
(JM): No sé si les toca cambiar o tenemos que adaptarnos, yo al menos, me acostumbré a cómo hablan mis abuelos y me encanta. Tenemos que hacer el esfuerzo porque los adultos mayores tienen mucho que entregarnos.
(RM): Lo único que te digo es que algún día tú vas a hablar como ellos, así que prepárate. (Ambos se ríen)
¿Qué espacios podrían favorecer estos diálogos?
(RM): Aparte de la familia, la universidad. Tenemos que proteger este espacio diseñado para que las generaciones se encuentren y se traspasen el conocimiento. Así fue pensada la universidad desde que se creó en la Edad Media. En la UC tenemos que mantener nuestras clases y diálogos, incluso en este periodo tan anormal que vivimos.
(SC): Concuerdo con que la universidad es un espacio privilegiado y estructurado para esto. El escenario de envejecimiento poblacional también desafía a la universidad, es un trabajo que hemos hecho en el Consejo Académico de la Pastoral, porque desafía a la UC respecto a cómo se relaciona con los académicos mayores, con los que van a jubilar y qué procesos tenemos de acompañamiento. ¿Por qué dejar que aquellos que fueron nuestros maestros se vayan? ¿Quién nos va a enseñar? ¿Quién nos acompañará y formará en los procesos de postulación a proyectos? Sus años de experiencia y currículos son un valor para los que estamos recién partiendo.
«Yo solidarizo, gracias a Dios nací en una familia donde no me ha faltado nada y puedo estudiar, por eso para mí es fácil decir que la violencia no es el camino. Sin embargo, compañeros cuyos padres tienen pensiones injustas o que pueden morir esperando una operación justifican la violencia»
Joaquín Mardónez
(JM): Si no somos capaces de encontrarnos en nuestras casas, afuera, donde no hay ninguna relación, va a ser imposible siquiera escucharnos. Hay ciertos puntos que uno debería hacer notar si queremos lograr el encuentro intergeneracional y creo que el Papa Francisco lo dice en Christus vivit, cuando pide que los jóvenes recurran a la gente mayor y que ellos, a su vez, se acerquen a los jóvenes. El Papa habla de que los mayores muchas veces creen que estamos en un camino errado, cuando no estamos de acuerdo dicen que no hemos vivido lo suficiente y llega el punto de quiebre: no estar de acuerdo, no significa tener o no razón. Suele pasar que la voz de la experiencia prima por sobre la verdad del otro y creo que no hay que caer en eso. Los mayores son custodios de una sabiduría, de una historia y una experiencia que es importante conocer y reconocer, pero no los hace dueños de la verdad.
¿Llegó el momento de demostrar que a los jóvenes les importan los adultos mayores?
(RM): Siempre hay que hacer una lectura de la voz de los tiempos. Este proceso que estamos viviendo en Chile nos obliga a enfrentarnos unos con otros, a convivir entre generaciones, a ser solidarios. Debería salir algo mucho mejor de eso, pero hay algo de la voz de Dios que tenemos que aprender a leer. Ese es el gran mensaje. También creo que esta convivencia forzada que está ocurriendo en todo el mundo, nos va a obligar a conversar, a compartir espacios pequeños, hablar y buscar nuevas formas de relacionarnos. Ahí también hay un punto: si no encontramos formas de relacionarnos, la experiencia será enloquecedora.
(JM): Me pareció notable algo que dijo Roberto sobre la crisis sanitaria y es que a los jóvenes les toca darles vida a los mayores. Estamos acostumbrados a que sea al revés, literalmente, y es interesante ponerlo de esa forma. Durante la cuarentena, los tres se han relacionado con personas de distintas edades. ¿Qué conversaciones han nacido a partir de esta situación?
(RM): Vivo con mi señora y mi hija estudiante, tiene 22 años y está encerrada con nosotros. Para ella es terrible: acostumbrada a estar con sus amistades, ahora se ve obligada a convivir con sus padres. Eso nos ha llevado a conversar sobre su vida y ella a acercarse a la nuestra. La he visto cuidándome, una relación que no teníamos antes, que era al revés. Eso es bonito. No ha sido fácil, pero sí interesante.
Por otra parte, echo de menos la universidad, dialogar con mis alumnos. No domino tanto la tecnología como para mantener un contacto fluido con ellos. Hay algo que se ha ganado y algo que se ha perdido.
(JM): Desde antes del 18 de octubre, con mis abuelos, mis papás, los papás de mis amigos, los abuelos de mi polola, lo que marca mucho la conversación es el miedo a debatir estos temas, debido a lo que a cada generación le ha tocado —guerras, UP, dictadura, vuelta a la democracia—. Es recurrente que al iniciar la charla lo primero que dicen es que vamos a terminar como Venezuela o Cuba, o que vamos a volver a la dictadura o “ya estamos haciendo colas: los supermercados están desabastecidos y esto se va a transformar en la UP”. Ese miedo mancha la conversación y los jóvenes lo tenemos que asimilar, porque no lo vivimos. Los jóvenes tenemos que abrirnos a los mayores que tienen algo que contarnos sobre nuestra historia, precisamente para no cometer los mismos errores; y los mayores deben entender que por ser custodios de esa historia tienen una responsabilidad con nosotros, deben compartir su experiencia.
(SC): A propósito del 18 de octubre, tuve conversaciones con mi familia, amigos y cercanos que nunca había tenido. A pesar de ser trabajadora social, es decir, que la injusticia social y los derechos humanos son temas que me apasionan mucho, uno da por asumidas ciertas cosas, y cuando discutí sobre lo que estaba pasando fue muy distinto.
Mi familia es recompuesta, con padrastro y madrastra, por lo que tengo más abuelos que la mayoría, y dependiendo de su historia, es lo que piensan. Los que fueron exonerados políticos están conmovidos y extasiados, nunca pensaron que iban a volver a ver a la ciudadanía movilizada. Según ellos, siempre les pareció que eran todos muy pusilánimes, siempre obedientes. Mis otros abuelos estaban asustados, deseando que todo se termine y se vuelva a la normalidad. Viven en una ciudad pequeña de provincia y se quedan con lo que muestran los medios de comunicación, una imagen terrible de Santiago quemado.
Varias personas mayores de mi barrio, que contacté pensando que podían estar asustadas, estaban muy motivadas, participando activamente, felices con la sinfónica tocando gratis en espacios públicos. A pesar de la violencia, había mucha cultura y mucho encuentro. Por eso se sentían seguros de salir y conversar con sus vecinos. Me quedé con una visión más positiva de lo que ha generado este proceso de efervescencia social. Tengo hermanos más jóvenes y percibo en ellos una visión más radical. Una de ellas cursa 4º medio y me decía que, si le hubiese tocado la PSU el año pasado, no la habría dado como protesta. Uno se encuentra con que las generaciones más jóvenes se han desarrollado y socializado con una forma de pensar muy distinta. Doy clases a la generación que evadió masivamente el metro, que no pudo dar la PSU. Vienen con una visión de ciudadanía, de empoderamiento, del rol que tienen en la sociedad muy distinta a la que yo pude haber tenido en algún momento.
¿Qué desafío tienen las universidades en esta crisis que nos toca?
(RM): Creo que son tiempos extraordinarios. La universidad no va a ser igual que antes. Tenemos que pasar estos meses, pero estamos haciendo esfuerzos por volver a una vida normal a nivel familiar, económico y universitario. Tengo información de que se procurará ayudar a los estudiantes sin computador ni conexión. El desafío es mantenernos comunicados entre generaciones.
(SC): Para los novatos es una experiencia desconocida entrar a la universidad y nadie esperaba que fuera de esta manera: clases virtuales y sin bienvenida. Estamos tratando de generar un vínculo entre ellos que les permita conocerse, aunque sea virtualmente. En trabajo social, la mayoría de los estudiantes viene de colegios municipales o particulares subvencionados de distintas regiones, y varios no tienen acceso a Internet o computador. En ese sentido, ha sido importante el apoyo de la universidad, la biblioteca y de nosotros como ETSUC, poniendo a disposición laptops que se llevaron a sus casas, becas para plan de datos, entre otras medidas. Pero los estudiantes de regiones o sectores rurales no tuvieron esa posibilidad y tampoco tienen conexión a Internet, lo que refleja los altos niveles de desigualdad que existen. Nos cuesta pensar que en Chile hay todavía sectores sin acceso a Internet. Eso nos desafía como universidad. Nos preocupamos de que funcione Canvas o Zoom pero, en realidad, hay estudiantes que sin ninguna de las dos aplicaciones igualmente van a poder tener clases.
1 comentario en “Generaciones Enfrentadas en un Escenario Histórico”
Que sensatos comentarios y exponen toda la problematica social, y asi se vislumbran posibilidades de acortar brechas economicas tambien,que es lo mas duro,que el estudiante com mejores posibilidades economicas comprenda,se de cuenta que fuera de su burbuja,hay seres con otra realidad socia economica y elucubre soluciones,es el sentido de Familia Universitaria,pese a que esta complicado compartir personalmente,