Los desafíos del Antropoceno, como el cambio climático o la pérdida acelerada de la biodiversidad, son de tal magnitud que requieren ante todo un conocimiento científico de punta que cristalice en aplicaciones técnicas capaces de aminorar o solucionar dichos desafíos. Sin embargo, la omnipresencia del discurso ecológico no asegura que estemos cuestionando la manera en que habitamos cotidianamente el mundo y el modo en que pensamos nuestro rol y lugar en él.
«El cuidado de la naturaleza no puede implicar que las personas seamos ignora- das u olvidadas. Es un falso dilema querer oponer el desarrollo humano y económico al cuidado de la naturaleza. La teología impulsa una conversión ecológica que apunte a una nueva manera de habitar el mundo.»
En este sentido, si el Antropoceno tiene que ver etimológicamente con un nuevo ser humano, la teología ofrece una comprensión pertinente de la humanidad, que puede colaborar en la búsqueda de nuevas formas de vida orientadas a la plenitud. Las religiones, la espiritualidad y las comunidades religiosas podrían jugar un rol clave proponiendo arquetipos, símbolos, valores y significados alrededor de los cuales nos agrupamos, de- finimos e incidimos socialmente.
En primer lugar, la teología propone descentrar y recentrar al ser humano dentro de la comunidad de la creación. La especificidad humana debe ser entendida en una continuidad ecológica y biológica con todo lo creado, que tiene su origen en Dios y comparte la condición de creatura. La cosmología científica y la biología evolutiva nos muestran que formamos parte de una historia de la que no podemos separarnos, y en la que todo está conectado. Confrontar el antropocentrismo desvirtuado supone descentrarnos y reconocer nuestra radical dependencia y vínculo íntimo con la naturaleza. Sin embargo, debemos evitar diluir a la humanidad y su responsabilidad en un todo indefinido. Desconocer el valor y protagonismo propio de los seres humanos implica fragilizar su compromiso ecológico.
En segundo lugar, la teología enfatiza la estrecha conexión entre los desafíos ambientales y sociales. La lógica del descarte provoca la inequidad social y la destrucción de la naturaleza. Es preciso desenmascarar las dinámicas de exclusión, identificar las responsabilidades diferenciadas y atender a los contextos locales, pero también hacer frente a la falsa contraposición entre desarrollo económico y protección de la naturaleza. El cuidado de la naturaleza no puede implicar que las personas seamos ignora- das u olvidadas. Es un falso dilema querer oponer el desarrollo humano y económico al cuidado de la naturaleza. La teología impulsa una conversión ecológica que apunte a una nueva manera de habitar el mundo.
Finalmente, es clave la pregunta por nuestra acción en el mundo y sus fines. No se trata de escoger entre más o menos intervención, sino de recuperar la ética y los grandes fines que deben orientar nuestra acción. La tecnociencia al servicio de las finanzas ha impuesto su lógica y objetivos en muchas esferas con las consecuencias desastrosas que conocemos. El carácter antropogénico de la crisis es innegable. No bastará con cultivar un sentido de dependencia e interconexión. Tampoco es acertado desconocer el protagonismo y liderazgo de la humanidad. La teología insiste en que necesitamos recuperar el primado de la ética sobre la tecnociencia y apuntar a un verdadero desarrollo sostenible, integral y solidario.