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Resiliencia del Patrimonio Biocultural Alimentario

Este proyecto de investigación evaluó el uso y manejo de la diversidad de semillas locales y alimentos provenientes de las huertas familiares, y las prácticas alimentarias asociadas de la zona andina del sur de Chile. Fue necesario un enfoque interdisciplinario que integró métodos etnográficos, junto con otras herramientas para explorar los patrones de cambio socioambiental y los factores percibidos como influyentes.

Cuando pensamos en paisajes biodiversos, manejo y conservación de los bienes naturales, raramente pensamos en un paisaje agrícola. Desde los años setenta, la llamada Revolución verde ha instalado en el imaginario la fotografía de la agricultura industrial como un paisaje homogéneo, donde grandes extensiones de tierra producen una o dos especies de alimentos. Incluso, nos han convencido de que el monocultivo y la manipulación genética de semillas en laboratorio son la única manera de alimentar a una creciente población global, pero esto no fue siempre así.

La agricultura familiar campesina ha co-evolucionado con la diversidad de hongos, bacterias, levaduras, algas, plantas y animales que hasta el día de hoy abastecen nuestras mesas de alimento. Mediante un cuidadoso proceso de selección, la agricultura, desde hace aproximadamente 10 mil años, ha sido responsable de domesticar, seleccionar y transmitir a través de las generaciones miles de variedades de plantas que hoy constituyen el patrimonio biocultural alimentario de los pueblos. Las prácticas y conocimientos asociados a esta diversidad, transmitidos de generación en generación en los diferentes territorios, son una de las manifestaciones de la memoria biocultural, la cual permite a las nuevas generaciones adaptarse, resistir y dar continuidad a sus prácticas culturales en relación con el territorio.

La huerta y la cocina como espacios biodiversos

La región de La Araucanía es parte del territorio ancestral mapuche, Wallmapu, y es el lugar donde una gran diversidad de cultivos y alimentos continúan siendo cosechados dentro de las huertas familiares, preparados y consumidos en las cocinas de los hogares. Con base en su acervo de memoria biocultural, las mujeres de la región cultivan, cuidan y preparan alimento para sus familias a partir de espacios de huerta diversos y de preparaciones de trigo, porotos, choclo, arvejas, lechugas, repollos, ajos, papas, entre muchos otros. Así, las huertas y las cocinas constituyen espacios donde la biodiversidad está presente y es la base de una alimentación sana, local y estacional. Sin embargo, el patrimonio biocultural no escapa a las dinámicas del territorio y el deterioro de los ecosistemas locales, como la transformación del bosque nativo en plantaciones forestales, la reducción de los espacios disponibles para colecta de alimentos por privatización y la escasez de suelos por pérdida de prácticas de cuidado. Estos elementos, entre otros, han reducido la diversidad de semillas, cultivos y alimentos que se plantan y cocinan en la región, afectando la salud de sus habitantes.

Memoria biocultural

Las mujeres que practican la agricultura familiar campesina cuentan con un acervo de conocimiento capaz de responder a estas dinámicas de pérdida del patrimonio biocultural. A través de espacios de libre intercambio de semillas, de dar continuidad a las prácticas de cultivo estacionales, recuperando memorias y prácticas de cuidado de suelos, como el uso de abono de animales y la rotación de cultivos; grupos de mujeres en la región están haciendo frente a la pérdida de biodiversidad. Manteniendo y propagando preparaciones variadas con quinwa, trigo, choclo, arvejas, porotos, frutales y alimentos silvestres, estas mujeres no solo están preservando su memoria biocultural, sino educando los paladares de sus familias con alimentos que tienen pertinencia territorial e importancia identitaria.

Por último, la diversidad en las huertas y las cocinas no permanece estática: el patrimonio biocultural es sumamente dinámico, la llegada de semillas de otras regiones e incluso de otras culturas pueden sumarse a las variedades locales como kale, tomates, acelgas y zanahorias, enriqueciendo en colores, sabores y nutrientes. No obstante, es valioso resguardar el libre flujo de las semillas como bien común, libre de privatizaciones, así como recuperar y transmitir las preparaciones del territorio para que esta memoria biocultural pueda seguir divulgándose a las generaciones venideras.

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