“Este jardín es mío” es una investigación1 escénica musical que nació, en el primer semestre de 2020, a partir del cuento clásico infantil “El gigante egoísta”, de Oscar Wilde. Esta será una breve reflexión en torno a su contenido y sus formas, en pos de un teatro que busca y fija su centro en el encuentro con otros.
Este audiocuento musicalizado2 es el resultado de un proceso ubicado entre muchas tangentes: una pandemia, un proceso constituyente, una escuela de teatro vacía y ocho pantallas de computador haciendo lo posible por atravesar un curso de canto. La vida telemática nos había quitado ese algo tan abrasador y vibrante del estar siendo/haciendo en la escuela. Ese algo tan primaveral que existe en el trabajo y la creación. El computador/amputador nos dejaba escucharnos, pero no dialogar; nos tenía al pendiente, pero no concentrados; nos reunía, pero no nos congregaba.
De pronto, parecía que se nos habían cerrado las puertas de un espacio donde tan felices éramos y, con ellas, la posibilidad de vivir esa famosa “nueva normalidad”, porque habíamos cambiado nuestra manera de estudiar, de trabajar y de vivir. Y si acaso no era teatro, qué es lo que era. Fueron las preguntas que todos nos hacíamos y que de alguna manera intentábamos responder desde la práctica; una práctica que parte por el jugar juntos, por experimentar, por hacerse niñas y niños que se habían quedado afuera, niñas y niños sumidos en un invierno terrible. Así, como en el cuento.
“El gigante egoísta” era una alegoría perfecta, el relato adecuado para dar sentido a cada parte de nuestro contexto. El jardín del gigante, que por su egoísmo se había quedado congelado en el tiempo, era la imagen más parecida a los modos de habitar nuestro encierro. Es que ya no había tiempo o por lo menos eso es lo que parecía. Era una atemporalidad, sinónimo de clausura, de soledad, de silencio; un invierno producto de la separación, la distancia y la apatía. Justo las mismas palabras con las que nos intentábamos explicar el estado de las cosas, por qué no podíamos estudiar como sabíamos, por qué no podíamos trabajar. Con las salas cerradas y la conexión a medias, para muchos el trabajo fue así: inexistente.
Veíamos a muchas compañías y colectivos profesionales tratando de seguir adelante. Los veíamos levantando un sinfín de proyectos experimentales. Todos buscando la manera de seguir haciendo o de “reinventarse”, como tanto se decía. Quizás, en una de esas, aparecía la respuesta a lo imposible. Y, a pesar de todo, fueron apareciendo. Vimos teatro por Zoom, vía streaming, documentos de archivo, videoperformance. Escuchamos bandas sonoras, nuevos proyectos musicales, podcasts, radioteatros y audiocuentos. Una diversidad de registros que solo nos hablaba de una cosa: es raro, pero se puede.
Entonces, nos fuimos encontrando en un relato común que nos identificaba profundamente. El trabajo consistía en traducir la prosa en décimas y las décimas en canción. Había allí un trabajo frágil y ganas de aprender. La toma de valor para lanzarse al canto y vencer los pudores. La curiosidad por aprender a tocar nuevos instrumentos. La dificultad de empezar a hablar otros idiomas como lo es la música, la mezcla, la grabación. La vergüenza atroz de grabarse cantando y compartirlo con el curso. Lo extraño de estarse articulando creativamente y no haberse visto nunca. Todo eso desde nuestros cuartos.
Así, con ayuda de Mario, nuestro ayudante e instrumentista, fuimos desentrañando un audiocuento. Todo ese miedo, toda esa incertidumbre estaban allí, sonando desde los parlantes de una máquina frente a nosotros, sonando en forma de relato o de una demostración, que lo que estábamos haciendo tenía ese poder de contar a través del canto, de comunicar, de ir templando de a poco ese encierro invernal. A pesar de quedarse pegado, de sonar robóticamente, de no escucharse para nada, esta situación, que para nosotros de repente fue primavera, venía a transformar la realidad. Era un mensaje de esperanza, porque no íbamos a estar encerrados para siempre y, por lo mismo, no podía quedarse entre cuatro paredes. Algún día tendríamos que cantarlo juntos.
El trabajo de contar no solo viene del goce personal por actuar y cantar en grupo, sino también del poder transformador que esos relatos contienen. Desde el primer segundo al último, el teatro tiene la capacidad de afectarnos de tal manera que nos instala dentro de él —intérpretes y espectadores pasamos a ser parte del mismo acontecer— y tiene también la capacidad de hilar, fina y amorosamente, los elementos precisos para levantar mundos posibles, necesarios y, muchas veces, mejores: nos entrega la posibilidad de soñar con lo que se tiene en un orden distinto, soñar en conjunto en torno a anhelos comunes, soñar con “hacer nuevas todas las cosas”3. El relato —o bien, en este caso, el relatar— fue la manera en la que, imaginariamente, viajamos fuera de nuestro encierro y nos encontramos con el mundo y con sus crisis; fue la manera de llenar el trabajo de un sentido que nos hiciera seguir intentándolo.
Lo que allí comenzamos a imaginar fue un jardín abierto. Un jardín lleno de vida y disponible a todo aquel que quisiera traspasar sus límites. Un jardín que podía tener muchas formas: un colegio, un país, una iglesia. Un jardín diverso, equitativo y justo para todos. Lo que allí brotaba era una manera efectiva para alcanzar a muchos con este relato, porque lo que soñamos tenía profundamente que ver con eso, poder alcanzarnos y afectarnos mutuamente con un teatro que nos hiciera encontrarnos, y no solo entre nosotros. Un teatro que en todas sus formas fuera en salida hacia los otros y sus distintas realidades. Un teatro que fuese capaz de hablarle a cada uno en el lenguaje, nota o gesto necesario para contagiarlo con ese sueño. Un teatro cuya acción, así como la peste, “invite a las personas a tomar, frente al destino, una actitud heroica y superior”4. O quizás un teatro pequeño, pero que transforme y nos haga imaginar.
Notas
- Proyecto financiado por el VIII Concurso de Investigación y Creación para Estudiantes, organizado por la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana, en conjunto con la Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesora guía: Gabriela Aguilera.
- Escúchese en https://soundcloud.com/matias-silva-valenzuela/este-jardin-es-mio
- Apóstoles 21, 5.
- Artaud, A., Conferencia “El teatro y la peste”, 1933.