Cuando hablamos de Nidia Aylwin, ningún egresado o egresada de nuestra y otras Escuelas de Trabajo Social queda indiferente, pues ella fue una extraordinaria profesora, formadora de generaciones de trabajadores sociales e influyente pensadora de la disciplina, tanto a nivel nacional como internacional.
En 1950, se tituló como asistente social de la UC; 15 años más tarde, se integró al cuerpo académico y, siempre desde la universidad, contribuyó al posicionamiento y desarrollo de la profesión, realizando un lúcido análisis histórico de la misma, además de preocuparse en forjar vínculos con universidades extranjeras. En 1979, obtuvo el grado de magíster en Letras con mención en Literatura Latinoamericana y, en 1986, el Master of Teaching of Social Work.
Dentro de la Escuela, se desempeñó en diversos cargos: fue jefa de estudios, coordinadora de investigación y del postítulo Estudios de la Familia y directora en más de un periodo. Siempre se distinguió por su mirada ponderada y sabia, y porque, a quienes estaban a su alrededor, les hacía plantearse un futuro más allá de lo aparentemente posible.
Por sus aportes a la disciplina, alcanzó el reconocimiento que la posiciona entre las grandes mujeres referentes del trabajo social latinoamericano. Sus dos últimos libros, Trabajo social familiar, escrito junto a la profesora María Olga Solar, y la Reinvención de la memoria, del que es coautora con las profesoras Alicia Forttes y Teresa Matus, son muestras de las dos grandes pasiones que la acompañaron en su vida académica: las políticas familiares y la historia del trabajo social.
Más allá de ser una profesora fuera de lo común, fue una persona excepcional, de hondas convicciones valóricas. Luchadora incansable por la justicia social, por la dignidad de las personas y los derechos humanos. Llamaba la atención su optimismo frente a la vida y su firmeza de que un mejor mundo era posible, incluso en tiempos de dolor y atropello a la vida. Fue una mujer profundamente católica, con una fe inquebrantable que la hacía tener esperanza en las posibilidades humanas y en el cambio social. Vivía su fe en la cotidianeidad, con sus estudiantes, en sus tareas administrativas y en su permanente vinculación con los sectores más desposeídos de la sociedad. Visitaba junto a su marido, cada domingo, a los enfermos que estaban hospitalizados, a quienes les entregaba una palabra de aliento.
Para quienes nos formamos con ella, Nidia Aylwin ha sido una verdadera maestra de maestras, pues además de todas las virtudes que la caracterizaron, no solo enseñó con amor la profesión e hizo de esta escuela un lugar de trabajo, sino que integró el trabajo social en su vida cotidiana, resaltando que los valores profesionales son también parte de los valores que nos constituyen como seres humanos.
Con mucha alegría, hoy la recordamos y nos honra, como Escuela de Trabajo Social, el haberla tenido como formadora. Agradecemos su presencia y valoramos cada una de las contribuciones que hizo, así como el ejemplo de vida académica y personal que nos ha dejado como un gran legado, el que asumimos con orgullo y alegría.