A propósito de la remodelación de la Facultad de Administración y Economía de la UC, los edificios siempre han sido intervenidos debido al cambio de cosmovisión; por variaciones de uso, crecimiento, mejoras, restauraciones, etcétera. La historia de la arquitectura está llena de ejemplos, un caso emblemático es la basílica de San Pedro en Roma. En ella, modificaciones concretas han ido plasmando el espíritu de distintas épocas, tanto en su interior como en su relación con la ciudad.
Aunque hay excepciones, sería un error pretender congelar los edificios. Incluso durante su diseño y construcción los requerimientos van cambiando, algo particularmente sensible en los edificios universitarios.
Este cambio constante es expresión del mundo que nos toca vivir. El desafío para los arquitectos está en pensar qué es lo permanente y qué es lo transitorio de la obra, qué es intransable como cualidad espacial y qué puede estar sujeto a cambios sin alterar lo sustancial, y ello se debe traducir en la estructura del edificio, definiendo claramente sus elementos soportantes, dando flexibilidad a aquello cuyo cambio no altere su rasgo fundamental.
Al igual que una persona o institución, una obra se ve interpelada por el presente: será signo de estar vivo adaptarse sin traicionar lo que la define, saber distinguir lo estructurante y cuidarlo. Para un edificio esto es una tarea colectiva, que va de generación en generación.
Mirado así el edificio de esta facultad, pienso que se debe cuidar su interior y repensar la relación con el campus, su exterior.