Francisco Morales
Presidente de la Federación de Estudiantes UC 2018
fomarales@uc.cl

 

Silvia Pellegrini
Profesora de la Facultad de Comunicaciones UC
spellegr@uc.cl

 

P. Samuel Fernández
Profesor de la Facultad de Teología UC
sfernane@uc.cl

 

CON LA COLABORACIÓN DE:
Eliana Rozas
Profesora de la Facultad de Comunicaciones de la UC
erozas@uc.cl

 

Revista

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El ritmo que la Iglesia debe comprender

De una forma u otra, todos tenemos una herida. Ante los dolorosos actos que han visibilizado este año una crisis profunda al interior de la Iglesia, es tiempo de reflexión y de propuesta. Reconocer la fragilidad institucional es un paso, reparar, acoger e integrar es parte de las tareas pendientes. Tres miembros de la comunidad UC, que desde distintas posiciones han participado activamente de la vida de la Iglesia, entregan aquí su testimonio y su visión de cómo ella ha ido acompañando (o no) el camino del mundo.

¿Qué nos pasó como Iglesia que no advertimos su fragilidad? ¿Acaso no la valorábamos como tal?

Silvia Pellegrini (SP): Tengo la sensación de que existe un desbalance entre la velocidad con que avanzó el mundo —entre los cambios culturales que se fueron produciendo— y la adaptación de la Iglesia al llamado laico, a respuestas a ese mundo. Entonces, quizás, la fragilidad de la Iglesia estuvo en esa incapacidad de percibir el mundo nuevo, con una necesidad distinta de relación con lo trascendental y con Dios, que la que había hace uno o dos siglos.

Por otra parte, el pecado al interior de la Iglesia ha existido a lo largo de la historia, y con eso no quiero quitarle ninguna significación ni valor a todo lo que ha pasado, que es enorme y es muy fuerte, pero creo que la cultura interna dejó de mirar cómo tenía que reorganizarse a la luz de los nuevos tiempos.

P. Samuel Fernández (SF): Solo agregaría que, gracias a la cultura contemporánea, se ha ido progresando en transparencia y han ido subiendo los estándares del trato. Es decir, décadas atrás, en la sociedad y en la Iglesia, se aceptaban comportamientos que hoy, felizmente, reconocemos como inaceptables, pero, como Iglesia, no hemos sido capaces de ponernos a la altura de algunas conquistas de la sociedad. Pusimos el énfasis en que no se dañe el «prestigio» de la institución y descuidamos lo principal: las personas. Lo verdaderamente grave de esta crisis es que hay seres humanos que han sido dañados seriamente.

Francisco Morales (FM): Claro. Es contradictorio y un poco hipócrita, por parte de la Iglesia, no asumirse débil ni frágil, porque hablar de crisis es correcto, pero le pasó lo mismo que a otras instituciones: por miedo al qué dirán, peca de orgullosa. Y en relación con adaptarnos a los tiempos, ahora las cosas tienen un tratamiento mucho más rápido y complejo por las acusaciones públicas en redes sociales, que llegan a niveles muy violentos.
Para mí, la Iglesia asumió muy tarde su fragilidad, por eso la gente siente tanto odio y está tan enojada. Ya estamos un poco más tranquilos después de que todo saliera a la luz, pero nos falta más tiempo de recibir críticas.

¿En qué aspectos creen que la Iglesia ha ido más lento que la sociedad en su conjunto?

SP: Creo que los roles se han modificado enormemente en la sociedad secular. Y las relaciones hombre-mujer, autoridad-persona común, así como el rol de la Iglesia en la sociedad también cambió. Respecto del concepto de perdón, por ejemplo, en la Iglesia, un pilar fundamental es la confesión que, según la doctrina, borra completamente los pecados y obliga al sacerdote al silencio. La sociedad secular ve al perdón de otra manera: como arrepentimiento que no exime de castigo y mucho menos borra el recuerdo de lo ocurrido. Además, ha ido cambiando de manera radical en los roles, en el plano sexual, en la forma de vestir, en los hábitos de pareja, etcétera, y la respuesta de la Iglesia en 2000 sigue siendo la misma que en 1800. Los modelos conductuales de la mujer de hoy se desdibujan en la Iglesia y, por lo tanto, no se siente representada. Hubo una serie de roles que externamente se modificaron, pero quedaron iguales en relación con la doctrina y no se supieron cambiar a tiempo, como por ejemplo, la importancia del trabajo de la mujer no entendido como abandono del hogar, sino como participación en la obra creadora de Dios.

¿De ahí salen argumentos para las conductas abusivas?

SP: No. Creo que hay errores garrafales y, siendo una persona de fe, no siento que apunten a la esencia de la Iglesia, sino a lo accesorio, pero de una manera vistosa y muy grave, dando la sensación de que ser y hacer no tienen congruencia y produciendo una reacción social inmensa. Por eso me gusta hablar más de una fragilidad que solamente de una crisis. No justifico ninguno de esos actos, pero creo que sólo solucionar el problema de la actitud sexual, muy errada, de algunos sacerdotes, no soluciona el problema global.

FM: Me parece que sí está en una crisis. Si no hay un cambio ahora, no sabemos cómo va a terminar. Creo que la forma en que se están desarrollando algunas gestiones de sacerdotes sí afecta la esencia de la Iglesia. Por eso tiene que cambiar un poco su genética, para poder adaptarse a este tiempo. Concuerdo plenamente contigo, Silvia, en que esta mirada responde a los tiempos del 1800 en vez de 2000, y eso la hace frágil, pero es una crisis. Si no hay un cambio rotundo, no sé cómo terminará.

SF: La fragilidad es un tema de gran importancia, pero me incomoda asociarlo con abusos sexuales porque ahí se trata de delitos. Hay muchos casos de abuso, la proporción de varones abusadores es más alta dentro del clero que fuera de él. Es triste, pero los datos indican esa realidad. Por otra parte, hay que diferenciar dos problemas: los casos de abuso y la reacción de la Iglesia ante ellos. Son temas distintos y sumamente graves, que indican la profundidad de la crisis. La reacción de la institución eclesial es un contenido central, porque no se habría cometido tantos abusos si hubiese habido una reacción eclesial adecuada, cuando empezaron las cosas. La crisis no nace de que todo esto se haya sabido, la crisis reside en que los abusos hayan sido cometidos. Que se hayan hecho públicos, en definitiva, ha sido una bendición.

La Iglesia “en contra de todo”, ¿podría acabar con ella misma?

SF: La Iglesia no se va a acabar, cuenta con su fundamento en Cristo. Pero sí creo que nos estamos jugando una carta fundamental, porque la Iglesia es sacramento, es decir, está llamada a ser reflejo del reino, de libertad, de la presencia de Jesús y, en este momento, para muchas personas, la Iglesia se presenta como signo de oscuridad y abuso. Muchos jóvenes, desde que comenzaron a ver las noticias, han visto a una Iglesia que está en contra de lo que la sociedad propone y, además, asociada con los abusos.

SP: “La Iglesia en contra de todo” lleva mucho tiempo. Lo primero que recuerdo tiene que ver con el análisis de la píldora anticonceptiva en tiempos de Paulo VI, cuando la discusión derivó a si tomarla o no (lo que fue un drama para muchas mujeres por años), en vez de entregarle al laico la decisión de su paternidad responsable. Porque la tecnología y la ciencia sí lo permiten. En ese momento empezaron los “no”. La respuesta de la gente, que encuentro dramática, fue: “Acato, pero no obedezco”, y desde mi generación para adelante, no conozco ninguna mujer, católicas practicantes, que no haya usado un método anticonceptivo. Cuando se produce el divorcio entre la práctica y el acatar, porque la práctica establecida no calza con el mundo de hoy, empieza el problema.

FM: ¿Qué propondrías tú para abordar el tema? Creo que, muy relacionado con “acato, pero no obedezco”, los jóvenes, a pesar de ser impulsivos, nos sentimos empoderados al hablar sobre sexualidad. Cuando la Iglesia lo hace y su postura es: “no estamos en contra de los homosexuales, pero sí del acto homosexual”, la cuestionamos, porque ¿cómo se consuma una relación homosexual sin un acto homosexual? Sigue generando la connotación del “no”. Como Iglesia, ¿a qué estamos invitando? Jesús pondría el foco en el amor, en cómo podemos entregar amor todos los días sin necesidad de entramparnos en el “no, porque es pecado”. Es algo totalmente distinto de los abusos sexuales, que son pecado y delito.

¿Eso se explica por el clericalismo que menciona el Papa? ¿Abusos y ocultamiento se relacionan con
el poder?

SF: Si yo desconfío de la realidad, no oigo a la ciencia. Eso le ha pasado a nuestra Iglesia. Un gran paso que dio el papa Francisco con Amoris Laetitia fue devolverle a la conciencia el lugar que siempre debió tener en la vida moral cristiana. En complejos temas de moral económica, los sacerdotes hemos aconsejado: “No sé, usted fórmese y decida”. En cambio, hemos actuado como si tuviésemos todo claro en las relaciones personales, especialmente, en la moral sexual: “Ah, esto se puede y esto no”, como si las relaciones económicas fueran más complejas que las relaciones humanas. La desconfianza por el discernimiento y por la conciencia tiene que ver con el ejercicio del poder. Aquí hay otra cuestión fundamental: en la Iglesia, el poder se ha ejercido, a veces, sin contrapeso. Por eso, devolver su lugar a la conciencia es un paso muy importante.

SP: Hoy hay que distinguir entre los niveles de poder y autoridad que para la sociedad se han convertido en una sola palabra. Hay ciertos rangos de autoridad que son necesarios en toda institución, pero verla sólo como poder es destacar el aspecto coercitivo de la capacidad de llevar a las personas a realizar determinados actos que se determinan como los correctos, y eso es distinto de la autoridad como función. En la actualidad, cualquier autoridad se concibe sólo como poder.

La sociedad civil ha avanzado y podría traspasar muchas enseñanzas al mundo eclesial. ¿Cómo conciliar este aprendizaje con el encargo de Jesús: “no ser de este mundo”?

SF: En nuestra Iglesia, algunos desconfían radicalmente de la opinión pública: “Hay que escapar de los periodistas, lo que dice la gente es amenazante”. Y es al revés: si a un cristiano, a la luz de la fe, le preguntan ¿qué es el mundo?, ¿qué es la sociedad?, lo primero que debe responder es que el mundo y la sociedad son creación de Dios, y sólo después, afirmar que están heridas por el pecado. Eso revierte la desconfianza en confianza, porque tengo la certeza de que hay una voz de Dios en lo que digan las personas, la sociedad, la opinión pública. Como Iglesia tenemos mucho que decir, pero también tenemos mucho que escuchar. ¡No podemos ser una Iglesia que enseña, pero no aprende!

FM: Recalcando ese punto, siento que ahí está el debe en todos los “estamentos”. El papa Francisco tiene la voluntad de hacer cambios, pero no confío en su círculo de hierro y quizás él tampoco, basado en la decisión del papa Benedicto XVI de dar un paso al costado, porque no tuvo la fuerza para llevar a cabo o potenciar cambios en el círculo con el que estaba tomando las decisiones.
Hay un problema por parte del Papa, de los obispos, de los sacerdotes y, finalmente, de los laicos, que tenemos un papel fundamental y no lo estamos sabiendo llevar tampoco: la capacidad de criticar constructiva y propositivamente cómo se lleva esta estructura interna de la Iglesia, que no ha dado resultados.

¿Tienen la impresión de que hay una “infantilización” de los laicos que nos imposibilita movernos? Porque pareciera que estamos esperando que nos den una instrucción.

FM: Yo creo que existe una clara distancia entre laicos, clero y los líderes de la Iglesia (obispos y el Papa). Entre los primeros, están los más críticos, que sólo comentan desde fuera y quienes no se sienten escuchados y, por eso, quieren hacer cambios, pero no tienen cómo, porque el poder para realizarlos reside en los no laicos.
No hay una voz clara de cambio, porque la postura de la Iglesia siempre ha sido tajante en relación con muchos temas valóricos.
El peso de la historia de la Iglesia es muy grande, ha sido protagonista de muchas crisis y, actualmente, tiene que sumar el peso de abusos sexuales en su interior. Hay un camino por seguir y es necesario un cambio radical para que se tomen en cuenta las visiones de quienes hoy no componen el estamento que toma las decisiones dentro de la Iglesia, es decir, los laicos.

SP: El problema es que esto debería ser un movimiento completo y en eso coincido contigo. No significa laicos versus sacerdotes, que están atrincherados en una estructura de poder, sino la necesidad de un movimiento general que ayude a recuperar la posibilidad de ser escuchados unos con otros. No le puedes sacar el piso a todo el estamento sacerdotal para decir: “Ahora el estamento laico sube y el otro baja”. Hay que buscar un modelo que permita un diálogo constructivo. Y entre las autoridades también.
Samuel, tú sabes mucho más sobre eso, pero me parece que el valor y el respeto de los seres humanos es fundamental dentro de la doctrina. El valor del ser humano, de la vida y la dignidad humana que son, quizás, las características que más nos distinguen de otras religiones. Todos los principios doctrinarios básicos tienen que estar presentes en todas y cada una de las decisiones que se tomen para adelante: los de los derechos de los niños, de los sacerdotes, de las mujeres; todos.

SF: Por supuesto.

En materia de igualdad, la mujer se ha ido poniendo a la par con los hombres, ocupando espacios de poder. ¿Cómo llevar sus buenas conquistas en la sociedad, conciliando poder y servicio, a la Iglesia?

FM: Las mujeres sí han avanzado, pero les queda un camino inmensamente largo. A pesar de que partió hace poco, los cambios se podrían hacer más rápido y mejor. Por otro lado, he aprendido este año, en un levantamiento estudiantil de mujeres feministas, que no buscan desplazar un poder de hombres, sino equidad, igualdad de roles en la sociedad, que volvieron a ser marcados por la Iglesia, que les da preponderancia a los curas y no a las monjas. Es una situación que vemos en la consagración, en los sacramentos; distintas partes.
No cambiaría nada si hoy el papa Francisco diera un paso al costado y llegara una papisa. Tiene que haber un análisis crítico de la infraestructura interna, la estructura de la Iglesia que está dejando a las mujeres en un plano secundario, que no debería ser; para llegar a un cambio cultural, estructural de largos años.

SP: La relación hombre-mujer es distinta, en esencia, a otras relaciones, entre otras cosas porque somos súper distintos. Coincido en que es un tema que ni adentro ni afuera de la Iglesia puede mirarse bajo los parámetros normales de poder. La cuestión va a reventar, entre otras razones, porque la mujer ha sido quien les transmite la fe a los hijos y eso, probablemente, va a seguir en una proporción importante —no creo que el cambio de roles vaya a ser tan violento—. Al menos mientras no se modifiquen, si la mujer tiene esa especie de “acato, pero no cumplo”, si el valor de la trascendencia no está representado también por la mujer —que es quien tiende a llevar esos temas a la casa—, la situación se hace muy compleja. No sé qué va a pasar en 10, 20 o 50 años, pero no veo ni el sacerdocio femenino ni mucho menos una papisa. Tampoco creo que vaya por allá la aspiración femenina más general, sino al respeto e igualdad básicos, que son fundamentales.

¿Cómo podemos sanar las heridas desde esta fragilidad de la que hemos hablado?

SF: En este momento, creo que en primer lugar debemos profundizar en la crisis. Los abusos sexuales cometidos por sacerdotes es una realidad muy dramática y, por ello, no es hora de sacar cuentas alegres. No podemos decir que «vamos a salir fortalecidos de esto», cuando se ha provocado tanto sufrimiento. Hay que tener un período de duelo, de entrar en el problema, de comprender las cosas y empatizar con las víctimas.

SP: Hay demasiados matices como para que esto lleve a una receta final, pero en la misma franqueza con que hemos estado conversando aquí —probablemente desde la herida—, estamos inmersos en una sociedad que no ha sabido restañar sus heridas por 50 años en el plano político. Por lo tanto, esta situación de la Iglesia se da en un contexto distinto del que pueda ser, por ejemplo, en Australia, donde la unidad social es muchísimo más alta. Porque estamos trasladando también modos de hacer entre un aspecto y el otro.
Hay un tema adicional a “limpiar la herida” y es que cómo, como sociedad, aprendemos a convivir y a superar nuestros problemas sin ignorarlos; porque cada vez que se avizora un camino de salida, la respuesta de nuestra sociedad es que “estás olvidando”, “estás siendo cómplice”. Y no es así.

FM: Hoy, el enfoque no debe ser cómo sanar una herida. Debe ser cómo podemos acompañar a cada una de las víctimas que sufrió algo tan fuerte como un abuso sexual de parte de un sacerdote. Hay que enfocarse de manera prioritaria en las víctimas y ponernos a disposición de ellas. Después de darlo todo por el prójimo que, en primer lugar, son las víctimas, debemos replantearnos las razones de fondo que generaron este tipo de comportamientos en la Iglesia. Eso lo debemos cortar de raíz. A pesar de que esto puede ayudar a sanar, en cierta medida, todo el daño que se ha hecho, creo que falta mucho tiempo para que exista reparación en la comunidad.

Cantidad de santos canonizados por los últimos Papas

«Escribiendo el capítulo La mujer en la iglesia, del libro Saber de ella, me sorprendió que de cuatrocientos y tantos santos que nombró el papa Juan pablo II, hubo muy pocas mujeres, una había muerto en el parto y las demás eran monjas», expresó la exdecana Pellegrini en relación con la proporción de santos canonizados por los pontífices.

*Excluye a los más de 800 mártires de Otranto canonizados en una misma ceremonia.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos aproximados de www.vatican.va

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