Sabemos que “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5:5). El espíritu divino, don escatológico de Dios, sustenta nuestra esperanza. Por eso, en este año del Jubileo de la esperanza, este artículo nos invita a redescubrir al Espíritu Santo como don escatológico y fuente que nos renueva y dinamiza hacia la eternidad.
Hablamos del Espíritu Santo como “don escatológico” en dos sentidos1. En un primer sentido, acentuamos la idea de “don”, puesto que es un regalo ya recibido. Es decir, ya tenemos, en cierto sentido, el Espíritu Santo en esta vida. En nuestro caminar hacia Dios uno y trino, la presencia viva y activa del espíritu divino se ubica no sólo al final de los tiempos, sino también en nuestros corazones de creyentes, en nuestra vida hoy. En un segundo sentido, acentuamos lo “escatológico”, en cuanto nos referimos a la presencia y a la acción del Espíritu Santo en los eventos finales de la historia humana, y cuando sea la plena realización del plan de salvación de Dios, el cumplimiento definitivo del reino eterno. De hecho, la palabra “escatología” proviene del griego ἔσχατος (éschatos), que significa “último” o “final”.
Por otra parte, como nuestra fe nos hace ser y obrar en comunidad, hablamos del Espíritu Santo como don escatológico, en cuanto fuente de esperanza no sólo para cada uno, sino para toda la Iglesia y toda la humanidad.
El Espíritu Santo es don
La noción de “don” nos recuerda el carácter gratuito y generoso del espíritu divino. Incluso se le llama datio irredibilis, es decir, “don al que no se le puede retribuir nada”2. Él es Diosdon, “aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (Ga 4:6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo”3
En el Evangelio de san Juan, Jesús promete enviar al Paráclito, el Espíritu Santo, quien será el consolador y maestro de los creyentes (Jn 14:16-17, 26). Y esto se cumple sobre todo en Pentecostés, en que se derrama sobre los apóstoles, María y los que estaban con ellos reunidos, dándose en su persona y en sus dones para que pudieran cumplir su misión (Hch 2:1-4). Pablo también nos dice que el Espíritu es don entregado: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5:5).
Ahondemos un poco más. El Paráclito es amor personal: no es una persona que tiene amor, sino que su ser-persona es ser amor. Por eso, santo Tomás de Aquino lo llama “amor hipostasiado”4. San Juan Pablo II recuerda que “Dios, en su vida íntima, ‘es amor’” (1Jn 4:8, 16), amor esencial, común a las tres personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del padre y del hijo. Por esto, “sondea hasta las profundidades de Dios” (1Cor 2:10), como amor-don increado. Puede decirse que, en el Espíritu Santo, la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las personas divinas, y que, por el Espíritu Santo, Dios “existe” como don. El Espíritu Santo es pues la “expresión personal” de esta donación, de este ser-amor. Es persona-amor, es persona-don5.
El Espíritu Santo es don escatológico
El profeta Joel anunció que, en los últimos días, Dios derramaría su espíritu sobre toda carne (Jl 2:28-29). Esta profecía se cumple en Pentecostés (Hch 2:16-21). El evento de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés marca el inicio de la era escatológica, según la comprensión cristiana (Hch 2:1-4). El Espíritu Santo se da como prenda o anticipo de la plenitud del reino de Dios (Ef 1:13-14), que es reino definitivo, escatológico.
Tomemos la definición de escatología del teólogo dominico Yves Congar, quien ha ahondado en el Espíritu Santo como “don escatológico”: “Palabra por palabra: relativo al final. También podríamos decir: terminal. La escatología es el conocimiento que tenemos de las cosas terminales. Según la Revelación cristiana, el plan de Dios y el mundo en que se realiza llegan a su fin. En los dos sentidos de la palabra, término y fin son, en efecto, el punto final, el último capítulo de la historia que nos concierne, pero también y sobre todo son aquello hacia lo que esta historia se dirige: de tal manera que el fin o término, al atraer hacia sí, ilumina y califica todo el curso de las cosas. La historia espiritual está iluminada por su fin, y el presente por la escatología”6. Los conceptos de “lo último”, del “término” y del “dinamismo de la historia”, historia que es atraída e iluminada desde el final, están asociados al Espíritu Santo. El nombre “don escatológico”, en ese sentido, manifiesta todas esas dimensiones escatológicas-pneumatológicas7.
Tenemos así dos posibilidades de entender este nombre que, aunque distintas, no se pueden separar. La primera acentúa que es don ya recibido que abre, hace pasar, obra, “atrae a lo último”; es decir, que lleva a la escatología. La segunda recuerda que es “Don último”; es decir, como un don todavía por ser recibido en el éschaton.
El Espíritu Santo es fuente de esperanza, porque nos dirige hacia dónde va la historia, iluminando y clarificando el curso de los acontecimientos. Congar dice que el Espíritu Santo abre la historia hacia el reino8. Con la presencia del don escatológico, la historia es atraída e introducida en el reino. Don que abre y que lleva al reino, calificando el tiempo con su presencia escatológica. El cardenal francés recuerda que, para algunos padres de la Iglesia, decir “Reino de Dios” es decir “Espíritu Santo”9. Incluso cuando se refiere a la misión del hijo, Congar asocia el reino escatológico con el Espíritu Santo: “San Pedro describe el acontecimiento de Pentecostés como propio de los ‘últimos días’, citando al profeta Joel (Hch 2:17). El Espíritu Santo asegura nuestra esperanza jubilar porque es el principio del Reino de Dios. Cuando Jesús cura, cuando expulsa demonios, es por el Espíritu Santo, y declara: ‘¡El Reino de Dios se ha acercado a vosotros!’. ¿Qué significa esto? Significa que el Reino se realiza por el Don del Espíritu, es Él el principio de las realidades escatológicas”10.
También podemos entender el don escatológico o “don último” como el don de nuestra filiación y de la inhabitación de Dios en nosotros. Tiene un carácter escatológico en cuanto la gracia que está en nuestros corazones es un germen de gloria (1Pe 1:23) y tenemos al Espíritu Santo solamente en arras (2 Cor 1:22, 5:5), en primicias de la gloria de la que esperamos gozar al final de los tiempos. Al final, en el término, cuando Dios “sea todo en todos” (1Cor 15:28), habrá una presencia de lo que hemos recibido aquí solo inicialmente; es decir, del Espíritu Santo, don último, cuya plenitud de acción asegurará nuestra unión con Dios y con todos. Recibir el último don significa también recibir a través de él el principio de nuestra vida escatológica. En esta perspectiva, lo último significa un principio de identidad de la obra sobrenatural y salvífica de Dios, lo que nos da la existencia divina y moviliza nuestra esperanza jubilar.
El don escatológico en el corazón del creyente
El espíritu como don es la fuente de la gracia santificante, la vida divina en el alma del cristiano, que lo hace hijo adoptivo de Dios, “Dios por participación” o “divinizado”. No es solo un regalo temporal, sino una posesión eterna que relaciona al creyente con Dios mismo: “Tenemos la potestad de disfrutar de la persona divina y en el mismo don de la gracia santificante se posee al Espíritu Santo que habita en el hombre, y por esto el mismo Espíritu Santo es el dado y el enviado”11.
Pablo, en su epístola a los gálatas, atribuye al Espíritu Santo el fruto de la vida eterna: «El que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna» (Gal 6:8). Es decir que la semilla del Paráclito, sembrada en nuestros corazones, realiza como fruto nuestra vida escatológica. Además, el apóstol señala al espíritu divino como la garantía de la redención final pues por la gracia gime con nosotros y nos anticipa la redención del cuerpo y la nueva creación (Rm 8:22-23). El Espíritu Santo actúa en el presente para transformar y santificar a los creyentes, como fuente de la esperanza que no defrauda (Rm 5:5), anticipando la realidad escatológica de la comunión definitiva con la trinidad.
El don escatológico en la vida de la comunidad
El Espíritu Santo es principio de la presencia de la escatología en el momento actual, en el corazón de cada creyente y, por lo tanto, también en la comunidad donde se integran los hijos de Dios. El don escatológico nos hace comulgar con el hecho histórico de la Pascua y nos trae al presente, aun cuando sea sólo en arras, haciendo de nosotros hombres y mujeres de la nueva alianza, seres humanos «escatologizados», ya viviendo, en alguna medida, la realidad del reino en el tiempo sacramental de la Iglesia. Esto sucede, principalmente, por la participación en la vida litúrgica de la comunidad eclesial, de la cual el espíritu es actor principal. El es aquel que anima la celebración del misterio de Cristo que la misma Iglesia realiza en la liturgia, lanzando con ella el grito «Ven Señor Jesús» (Ap 22:17, 20)12grito de esperanza que evoca en toda su fuerza el tiempo final del éschaton.
Podemos decir, también, que el Espíritu Santo es el fundamento de la comunión de los santos y de la comunión sin límites. Es, por la acción del espíritu de Pentecostés, que se va edificando la communio sanctorum, una comunión en la caridad, pues llevamos en nosotros mismos el tesoro de la vida divina (Jn 14: 23), anticipo de aquella del cielo. Tal unión, en el tiempo presente, no sólo se refiere a los miembros de la Iglesia peregrina, sino también a la comunión de aquellos que están ya en la gloria de Dios y los que esperan la purificación13; es decir, que es ya realidad escatológica.
El don escatológico realiza la comunión más allá de los límites visibles de la Iglesia católica. La comunión ecuménica, e incluso universal, es fruto de su obra, lo que también nos habla de una presencia actual del tiempo escatológico. La comunión ecuménica es imperfecta, como afirma el Concilio Vaticano II, regida por la tensión del “ya y todavía no”14, donde el “ya” tiene su principio en el Espíritu Santo que nos es dado sólo como primicia, y el “todavía no” encontrará su cumplimiento al final de los tiempos, cuando “Dios será todo en todos” (1Cor 15:28) por la fuerza del espíritu.
En conclusión, podemos afirmar que el Espíritu Santo, don escatológico dado en Pentecostés, es fuente de esperanza, anticipo de la vida eterna y de la plena comunión con Dios (2Cor 1:22). Su presencia en los creyentes, a nivel personal y comunitario, es un signo de la realización final de la promesa divina. Pero el Espíritu Santo no solo garantiza la redención futura, sino que actúa ya en el presente, para transformarnos y santificarnos, anticipando la realidad escatológica. Como recordó el papa Francisco al inicio de este año jubilar, «el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza»15, esperanza cristiana que encuentra su base fundamental en la profesión de fe -«Creo en la vida eterna»16y su fuente última en Dios, Espíritu Santo, don escatológico y fuente de esperanza.

Notas
- Proyecto financiado por el XXI Concurso de Investigación y Creación para Académicos, organizado por la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana en conjunto con la Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
- Tomás de Aquino, S. Th., I, q. 38, a. 2.
- Catecismo de la Iglesia Católica, nro. 689.
- Tomás de Aquino, S.Th., I, q. 37, a. 6: Amor subsistens.
- Juan Pablo II (18 de mayo de 1986). Carta encíclica Dominum et vivificantem. Vaticano, nro. 10.
- Congar, Y. (1953). “Lexique”, Jalons pour une théologie du laïcat. Unam Sanctam 23, 649.
- Arteaga, P. (2023). Hacia una escatología pneumatológica en Yves Congar. Roma: Gregorian & Biblical Press
- Congar, Y. (1980). Chronique de Pneumatologie. Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques 64, 450.
- Congar, Y. (1995). Je crois en l’Esprit Saint (p. 374). París: Éditions du Cerf.
- Congar, Y. (1980). Renouveau charismatique et théologie du Saint-Esprit. En Recherches et expériences spirituelles (p. 5). Notre-Dame de París.
- Tomás de Aquino, S. Th., I, q. 43, a. 3.
- Congar, Y. (1982). Pneumatologie Dogmatique. En B. Lauret y F. Refoulé (Eds.), Initiation à la pratique de la théologie. II. Dogmatique I. (494). París
- Congar, Y. (1954). Le Christ, l’Église et la grâce dans l’économie de l’espérance chrétienne. Istina 1, 142.
- Congar, Y. (1998). Esprit de l’homme, Esprit de Dieu (pp. 56-57). París: Éditions du Cerf.
- Francisco (9 de mayo de 2024). Bula de convocación del Jubileo Ordinario del año 2025, Spes non confundit. Roma, nro. 3.
- Ibid., nros. 18-19.