«Vestir al niño Jesús se puede interpretar como un acto de devoción en el que se aprecia este diálogo entre lo divino y lo humano»
En La Tirana, durante el mes de julio, miles de personas se congregan en torno a la Virgen María en la advocación de Nuestra Señora del Carmen honrándola con diversas manifestaciones de devoción popular. Todo se llena de música, baile y color, el desierto florece.
En palabras de Eliade, nos encontramos ante un axis mundi, un eje del mundo, en donde el Cielo, la Tierra y las regiones infernales se unen.1 Cada elemento, cada acción en La Tirana tiene su vinculación con lo sagrado. Nada queda exento de la divinidad, es un punto fijo en donde el hombre religioso fundamenta su existencia y santifica su vida.
En todos los rincones del pueblo se da ese contacto con lo sagrado y se manifiesta de distintas maneras. Las calles se inundan de grupos vestidos con trajes devocionales, de diferentes colores y estilos, caminando y danzando al ritmo de batucadas que ni siquiera de noche se detienen, el ruido de los bombos hace que el cuerpo vibre y las calles se iluminan con las luces de los trajes que los cofrades y las imágenes engalanadas de la Virgen del Carmen y del niño Jesús visten.
Los cofrades se apropian de la imagen del Niño rompiendo los cánones estéticos establecidos, y se puede encontrar su imagen vestida como gitano, indio piel roja, diablo, etc. Así, cada grupo proyecta su identidad, lo que se vincula con la encarnación del Verbo y sus implicancias antropológicas, puesto que, desde un punto de vista teológico, la encarnación supone que Cristo tomó en plenitud nuestra naturaleza humana, y así nada de lo que nos acontece le es ajeno. Esto conlleva un diálogo, en tanto se desprende que en el hombre es posible encontrar a Cristo.
En este sentido, vestir al niño Jesús se puede interpretar como un acto de devoción en el que se aprecia este diálogo entre lo divino y lo humano: Dios se hace pequeño e indefenso y toma la forma de un niño, el que debe ser cuidado y vestido, y es vestido como un cofrade, como si fuese uno más del grupo.
Si bien al interior de las cofradías no existe una reflexión sistematizada en torno a esta práctica y, según ellos, sólo se trata de una tradición, esto no quiere decir que no tenga un significado profundo, como lo propone Eliade:
«(…) para él [hombre religioso] la vida en su totalidad es susceptible de ser santificada. Los medios por los cuales se obtiene la santificación son múltiples, pero el resultado es casi siempre el mismo: la vida se vive en un doble plano; se desarrolla en cuanto existencia humana y, al mismo tiempo, participa de una vida transhumana, la del cosmos o la de los dioses”2