Los relatos de la resurrección de Jesús tal y como están narrados por los evangelios, de Lucas y Juan muestran a Jesús dejándose ver por los discípulos «dentro de una casa». La casa, en cuanto topografía simbólica, funciona como un dispositivo o una arquitectura teológica que permite comprender cómo la Pascua representa la irrupción de una novedad radical en medio de las historias cotidianas de hombres y mujeres. La idea que quisiera proponer en esta columna tiene que ver con articular el acontecimiento de la resurrección de Jesús y las posibilidades que surgen al leer que ella irrumpe en la intimidad de una casa. ¿Qué significa el sentido “casero” en medio de la transformación pascual? ¿qué implicancias tiene para los cristianos y cristianas el que la resurrección sea “en casa”1? Son algunas preguntas que espero desarrollar en estas líneas.
Lo primero a decir es que la casa de los discípulos es lugar de tensiones emotivas. Una de las cosas que me gusta reconocer en la resurrección de Jesús es que ella aconteció en medio de una profunda crisis emotiva y existencial para los discípulos. La resurrección tiene que ver con un trauma en cuanto ella acontece luego de la muerte de Jesús. La muerte del Maestro provocó un verdadero trauma en la historia personal y comunitaria de los discípulos. El trauma es entendido por el filósofo y psicoanalista Slavoj Zizek como “un golpe que disuelve el vínculo entre verdad y significado, a una verdad tan traumática que se resiste a quedar integrada en el universo del sentido”2. El teólogo belga Adolphe Gesché también recurre a la categoría psicoanalítica del trauma para enmarcar lo que significó la muerte y la resurrección de Jesús3.
Por esta consideración antropológica y existencial, en donde todos los proyectos construidos se pusieron en crisis radical, reconozco que la casa de los discípulos es un lugar de tensiones emotivas. Así lo narran los evangelios. El relato Emaús señala un auténtico proceso vital que transita por diversas emociones y sentimientos humanos. Los dos discípulos que caminan lo hacen entristecidos hasta el punto de que sus ojos no pueden reconocer a Jesús Resucitado que se acerca y conversa con ellos (Lc 24, 16). Al llegar a la casa, y en la escena de la fracción, ellos reconocen a Jesús —se les abren los ojos— y el ánimo cambia a la alegría más profunda, a una alegría que quiere ser comunicada a los demás compañeros de camino (Lc 24,33-36). En la segunda escena de Lucas, y al momento de presentarse Jesús en medio de los discípulos, ellos reaccionan con miedo (Lc 24,37). Luego el registro cambia hacia la alegría y el asombro (Lc 24,41).
En el caso del evangelio de Juan, el capítulo 20 está dominado por la imagen de la casa, la cual está con las puertas cerradas “por miedo a los judíos” (Jn 20,19), emoción que cambia a ser alegría cuando Jesús se presenta en medio de ellos anunciándoles la paz (Jn 20,20). Luego viene la escena con Tomás, también dentro de la casa, la cual muestra el cambio de visión y de vida en el paso de pedir pruebas de la resurrección hasta llegar a la confesión de fe (Jn 20,28).
La casa de los discípulos, y también diremos “nuestra propia casa”, se va entretejiendo de experiencias en donde las tensiones emotivas van dando cuenta de las diversas maneras que tenemos de organizar y dar sentido a los sucesos cotidianos o de reaccionar ante ellos. Me gusta reconocer que el relato evangélico no muestra a los discípulos como sujetos automáticos, más bien los va describiendo y narrando a partir de sus propias contrariedades. Creo que la Pascua de Jesús tiene este sentido de paradojas o de tensiones vinculadas en donde transitamos —literalmente celebramos y vivimos la Pascua como paso— entre diversas emotividades.
Me gusta reconocer que el relato evangélico no muestra a los discípulos como sujetos automáticos, más bien los va describiendo y narrando a partir de sus propias contrariedades.
La resurrección “en casa” tiene que ver, por tanto, con el reconocimiento de que el modo de vincularse existencialmente con el Resucitado no puede rehuir las emociones y la corporalidad implicada en ellas. El carácter hogareño y “casero” de la resurrección de Jesús es algo que, creo, el cristianismo debe volver a mirar, a celebrar y a pensar teológicamente. Hacemos nuestra vida en casas, viviendo con otros, reuniéndonos con amigos y familiares, naciendo y muriendo en el vínculo con nuestro lugar. Dar sentido pascual a la casa es, de algún modo, volver a mirar la experiencia originaria del cristianismo, de aquella que aconteció en casas y que a partir de esas casas fue comunicada y será comunicada a hombres y mujeres de todo el mundo.
Notas
- El tema surge de la investigación doctoral que estoy desarrollando cuyo tema trabaja la comprensión que el teólogo español Juan Alfaro tuvo de la resurrección de Jesús. Las lecturas tanto del autor como de temáticas teológicas que abordan la resurrección me han permitido realizar síntesis y ofrecer miradas en torno a este acontecimiento fundamental del cristianismo.
- Zizek, S, “Solo un Dios sufriente puede salvarnos”, en Slavoj Zizek y Boris Gunjevic, El dolor de Dios. Inversiones del Apocalipsis. España: Akal, 2014, 135-168, 135.
- Gesché, A, Dios para pensar: Jesucristo. Tomo VI, Salamanca: Sígueme, 2014, 162.