Basado en la tertulia de Gina Allende, profesora del IMUC, organizada por la Pastoral UC en el campus Oriente.
Santa Hildegarda de Bingen nació en Bermersheim, Alemania en 1089 y, a pesar de su salud muy frágil, tenía una gran fortaleza de espíritu lo que la mantuvo viva hasta los 81 años. Para conocerla tenemos que hacer un estudio interdisciplinario en el que confluyan temas como el arte visual, la botánica, la teología, la medicina, la filosofía, la música y la espiritualidad, entre otros saberes.
Hildegarda fue la décima y última hija de una familia noble y acomodada —como la mayoría de las niñas que entraban a los conventos para poder pagar su dote—. A los 43 años Dios mismo le encomendó escribir todas las visiones que había tenido desde los cinco años, y es ahí cuando lo reconoce públicamente.
Un monasterio en el siglo XII
Popularmente se caracteriza a la Edad media por el oscurantismo y las Cruzadas, pero la vida de Hildegarda nos da a conocer más de esta época en la que se expandieron el estilo románico y gótico en lo que hoy es Cataluña, el sur de Francia y Alemania. Hildegarda fue parte de toda esta ebullición de conocimiento y de cambio de las ciudades. En pleno siglo XII una monja pudo hablar, era una gran predicadora y le pedían que escribiera sus alocuciones para guardarlas como documentos iluminadores; también pudo expresar sus opiniones de manera franca y directa, escribir y dialogar, a través de relaciones epistolares, con autoridades del mundo secular y eclesiástico tales como san Bernardo de Claraval, el Papa Eugenio III y el emperador Federico Barbarroja, de quienes fue consejera.
A través del legado de Hildegarda sabemos que los monasterios eran los centros culturales del medioevo. Ahí pasaban muchas cosas, se escribían y transcribían libros, se desarrollaban artes visuales, se creaba conocimiento, se componían canciones, se hacían obras de teatro, comedias, representaciones con las temáticas de los distintos momentos del año litúrgico, etc.
Santa Hildegarda fundó un convento con 18 mujeres, se independizó del Abad, tarea que no resultó fácil y, no contenta con eso, armó otro convento al otro lado del río Rin, lo que significaba que, a pesar de su débil salud y las condiciones climáticas, cruzaba dos veces por semana para ver a sus hermanas con quienes se comunicaba en lengua ignota, una clave con 23 letras que ella inventó y es considerada como el primer idioma artificial de la Historia.
Los conventos eran cruciales para las mujeres, cuyo única finalidad —hasta hace relativamente poco tiempo— era el matrimonio. La alternativa para aquellas que querían una vida de estudio y reflexión era ser religiosas, como fue el caso de Sor Juana Inés de la Cruz. El convento era un lugar propicio para el cultivo de las artes y las letras.
Sus aportes a la humanidad
Esta abadesa fue la primera persona en intuir la circulación de la sangre e hizo una descripción muy detallada del aparato reproductor femenino. Estudió el embarazo, absolutamente insólito para su época, también investigó mucho sobre el origen de las enfermedades y su tratamiento, tanto así que se realizaron numerosas peregrinaciones al monasterio de Bingen para pedirle que ayudara a curar las enfermedades. Los manuscritos de Hildegarda sobre medicina fueron muy utilizados en la Segunda Guerra Mundial.
En sus escritos y en la composición de su obra se releva también la imagen de los instrumentistas y de los cantantes. Ella le asigna a cada instrumento, a la flauta, los órganos, a las violas; un lugar en este mundo celestial donde suena la original voz de Adán —decía Hildegarda que antes del pecado Adán cantaba con los ángeles, “cada vez que nosotras cantamos alabanzas a Dios, recuperamos la voz que tenía Adán antes de la caída”—.
En una época donde la música era solamente teórica, ella instaló la música práctica, compuso cantos que distribuyó siguiendo una lógica distinta al año Litúrgico, que se veía en el canto Gregoriano, y utilizó una jerarquía de personajes bíblicos, partiendo por Cristo encarnado, le siguen Adán y Eva, la Virgen María, los santos, la Iglesia como la esposa de Cristo, y los mártires. La escritura musical también fue inventada por ella.
Hildegarda de Bingen fue una mujer excepcional. Apenas murió, comenzaron el proceso para su canonización, sin embargo, no fue reconocida en su tiempo, sino criticada hasta la década de los 80 del siglo pasado, cuando comenzó la búsqueda de quien era esta mujer y qué hacía. En 2012 fue canonizada por el papa Benedicto XVI y, posteriormente, fue nombrada doctora de la Iglesia. Los doctores de la Iglesia son hombres y mujeres que, además de ser santos, hayan tenido un estudio teológico importante. Hay 36 doctores de la Iglesia de los cuales solo cuatro son mujeres. Todas nombradas muy tardíamente.