El próximo 31 de octubre se cumplirán 500 años desde que Martín Lutero envió sus 95 tesis a Alberto de Brandeburgo, entre otros, para someterlas a su juicio. Desacreditada está la leyenda de que las haya clavado sobre la puerta de la iglesia de Wittemberg. Días después, sin haber obtenido respuesta del príncipe eclesiástico, las difundió entre sus pares teólogos, originando un bullente debate sobre las necesidades y errores de la Iglesia de ese tiempo en territorios alemanes. Lutero, como tantos otros, se interesó en proponer cambios urgentes.
En Roma, y en diversas latitudes, se realizan actualmente congresos históricos y teológicos para releer algunos hitos del período llamado “de la Reforma” y “de los reformadores”, época en la cual se llevó a cabo la fragmentación del cristianismo con las traumáticas “guerras de religión” acaecidas en los siglos XVI y XVII, justificadas en nombre de Dios y catapultadas por intereses políticos de algunos Estados europeos.
Dicha descomposición, que en su origen fue motivada por una profunda fe, es hoy considerada paradojalmente como germen del abandono de la religión en la construcción de las sociedades. De ahí el dogma secular que dice que la religión más divide que une.
El cristianismo dividido es causa de escándalo y, además, de traición al deseo del Señor: la unidad de los suyos para que el mundo crea (cfr. Juan. 17, 21).
El papa Francisco, en la misma vía de los impulsos ecuménicos de sus antecesores, insiste en proponer que los católicos y la pluralidad de las denominaciones cristianas caminen juntos en el ejercicio de la caridad. En su visita apostólica a Suecia, frente a la Federación Luterana Mundial (Malmö, 31 de octubre de 2016), el Papa habló de la “revolución de la ternura” de la cual los cristianos debemos ser protagonistas. Al visitar a evangélicos y luteranos (Roma, 15 de noviembre de 2015), invitó a rezar y a trabajar juntos por los pobres y los necesitados en el concierto de una diversidad reconciliada. Y, últimamente, frente a los líderes evangélicos presentes en Roma para celebrar Pentecostés afirmó (Ciudad del Vaticano, 3 de junio de 2017) que mientras los teólogos trabajen por su parte y nos ayuden, nosotros debemos juntos ayudar a los pobres, caminar juntos, “caridad juntos”.
Me parece que dicha propuesta no expresa una ingenua solución del grave problema de la división entre los cristianos, sino más bien la apertura de un camino concreto, en el cual la caridad sane heridas y origine un caminar juntos; una puerta abierta para que el espíritu obre la unidad. No es que se quiera obviar los históricos agravios a la comunión de la Iglesia ni con un absurdo irenismo ni con el desprecio de las identidades cristianas propias, tampoco de la tradición católica. Exhorta el Papa a un caminar juntos que pueda abrir fórmulas de cohabitación más cercanas y plenas en el cuerpo del Señor, su Iglesia. Propone el “método de la caridad” para que aparezca ante el mundo nuestra misión: servir, pero desde la caridad, que proviene del amor de y a Cristo.