«Los problemas de degradación medioambiental dicen relación con crisis sociales y éticas que no se pueden ignorar, y esfuerzos positivos de preservación de este están íntimamente ligados a fortalezas en la vida social »
Una de las ideas recurrentes del mensaje de la nueva encíclica del Papa Francisco Laudato si’ es que “todo está conectado”[1]: “y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás”[2].
“El cuidado de la casa común”, la ecología, pone de manifiesto la imperiosa necesidad de una comprensión integral de la realidad que comprenda la persona, la familia, la sociedad y el medio ambiente. La unidad de estas facetas se observa bien a partir de sus vínculos de interdependencia y al contemplarse la fragilidad de cada una de ellas y la concomitante necesidad de custodia y protección que precisan, de manera que si se afecta una repercute en todas las demás. Por esto, los problemas de degradación medioambiental dicen relación con crisis sociales y éticas que no se pueden ignorar, y esfuerzos positivos de preservación de este están íntimamente ligados a fortalezas en la vida social y a decisiones personales que dignifican.
La cuestión medioambiental es una faceta del dilema ético y social que enfrenta la humanidad. Cada estado, cuerpo intermedio, familia y persona afronta con especificidad y profundidad particulares las preguntas: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Hasta qué punto se puede intervenir la naturaleza? ¿Tiene algún valor el sufrimiento? ¿Cómo establecer un orden donde haya justicia y paz? ¿Cómo defender los derechos de los más débiles?
La respuesta a este tipo de inquietudes requiere del concurso de varios puntos de vista que iluminen la realidad en su complejidad y que ayuden a desplegar soluciones con realismo, gratuidad y eficacia, en el plano material e inmaterial, que redunde en actitudes y disposiciones constantes que propendan al mayor bien posible, personal; familiar y comunitario; nacional e internacional. Sin realismo podría avanzarse en soluciones utópicas que dejarían insatisfechas las necesidades e interrogantes más radicales. Solo con gratuidad, se las sacia y responde de un modo integrado al bien de los demás, de las comunidades y de los pueblos. Una actitud conducida por la gratuidad permite ver un bien en la renuncia o la limitación de la satisfacción de una necesidad para que otros puedan disfrutar de lo que hoy se conserva o preserva. Sin eficacia en el ejercicio de la autoridad en las distintas facetas de la realidad, la promoción del bien común pertenecería solo al plano ético, fácilmente reductible a la esfera de lo privado sin poder ser exigible en los distintos contextos comunitarios.
La cuestión medioambiental interesa en particular a la Universidad, pues guarda relación con su misión fundamental. Es sobre todo en la investigación que puede abordarse las distintas facetas de la realidad de un modo integral e interdisciplinario, para comprender los problemas de degradación y conservación del medio ambiente en la amplitud de su significación y repercusiones. Más aún en una Universidad Católica que está llamada a evaluar estos problemas “desde el punto de vista cristiano”[3], discerniendo “los valores y normas dominantes” que están en juego. Ello requiere desarrollar la “auténtica antropología cristiana, que tiene su origen en la persona de Cristo, y que permite al dinamismo de la creación y de la redención influir sobre la realidad y sobre la justa solución de los problemas de la vida”[4].
Notas
[1] Cf., las recurrencias más explícitas de la encíclica en los números: 16. 42. 66. 70. 91. 92. 117. 120. 137.138. 142. 220. 240.
[2] Laudato si’ N° 70.
[3] Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae n.
[4] Ibíd.