El 50° aniversario del inicio del Concilio Vaticano II y del Sínodo de la Nueva Evangelización se desarrollarán en octubre próximo. Ambos son ocasión para reflexionar acerca de lo que podríamos llamar una «pausa obligada» para la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en el período postconciliar. Esta pausa de silencio, busca explicar, en parte, el motivo por el que la evangelización de lo social no ha sostenido el mismo paso que el Magisterio en la última mitad del siglo XX. Con esto, se desea cultivar la conciencia de los desarrollos de la enseñanza de lo social, así como dar un mayor impulso a la nueva evangelización en este ámbito.
La pastoral social ha vivido, en efecto, las incertezas del periodo postconciliar, durante el cual la DSI viene puesta como «entre paréntesis». Esta actitud de suficiencia en muchos católicos era favorecida, en los años sesenta y setenta, por una corriente cultural que en Occidente contempló la difundida crítica a la metafísica, el declinar de la neoescolástica –columna vertebral del magisterio social–, la exaltación de las ciencias humanas y la crisis del pensamiento personalista ante el surgimiento del estructuralismo. En suma, una atmósfera a la cual subyacía–como afirmaba el filósofo italiano Vittorio Possenti en su introducción a la entrevista al Cardenal Wojtyla– «una teología de la secularización de tinte protestante, según la cual el mundo se ha hecho adulto, autónomo y cada vez más capaz de encontrar por sí mismo las reglas para su progreso. Lo cual, como punto de partida, evadía las muchas razones de la presencia del evento cristiano en la historia» (Possenti, 1978). Sin embargo, si tal era la situación cultural en la que, bajo una nueva forma, resurgía también la disputa teológica entre el cristianismo de encarnación y la teología escatológica, no se puede decir que el magisterio social pontificio haya dejado de enriquecer los términos de su proyecto de sociedad centrada en el ser humano, aún en aquellos difíciles años. Lo ha afirmado explícitamente Benedicto XVI en la Caritas in Veritate, demostrando con claridad que el pontificado de Pablo VI no ha representado ningún «retrazo» respecto de la DSI, como muy a menudo se ha dicho, sino que este pontífice ha contribuido de modo significativo a robustecer la visión de la DSI, sobre la senda de la Gaudium et Spes y de la tradición precedente y, junto con esto, ha constituido las bases sobre las cuales se ha logrado introducir la enseñanza social de Juan Pablo II (CV nn.10-15).
En efecto, el beato Juan Pablo empezó su ministerio exhortando a abrir las puertas a Cristo a «los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo»; exactamente en aquellos años en que se pensaba que la intención del cristianismo de manifestarse propiamente al mundo fuera una pretensión «ideológica», él reproponía, en clave misionera y sin complejos, el rol público de la fe cristiana. Un gran estímulo para el momento presente.