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Una transformación necesaria

En esta dirección, parece inevitable que los miembros de la Iglesia nos planteemos la pregunta: ¿Es necesaria la realización de nuevos sínodos o la conversión de los estilos personales o la reforma de las estructuras eclesiales?

La sola reforma de las estructuras eclesiales no tendría sentido si no nos ayudara a cada uno de los bautizados a ser más fieles al Evangelio, y al pueblo de Dios a asumir comunitariamente la misión

La confianza en la acción del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y la dota del sentido de la fe, nos anima hoy a revisar y adaptar la función de los distintos consejos o espacios de escucha mutua en las comunidades e instituciones eclesiales, especialmente de los consejos pastoral diocesano y presbiteral, en la perspectiva de un discernimiento auténticamente comunitario (decision making) que permita una profundización de la comunión y participación de todos. Esto tiene la posibilidad de constituirse en una oportunidad para quienes ejercen el servicio de la autoridad (decision taking), ya sea en la parroquia, en la diócesis o en la Iglesia universal.

De hecho, a nivel universal, la manifestación de la comunión y la participación de las Iglesias particulares en la única misión, a través de la colegialidad de los obispos, avanza en los progresivos ajustes que se han ido realizando a los procesos previos a la asamblea del Sínodo de los obispos —evento sinodal en el cual nos encontramos inmersos— y en la potencialidad que, en este sentido, también tienen a nivel regional las conferencias episcopales.

Esos mismos ajustes nos llevan a reconocer la necesidad de reformar estructuras que acojan y reflejen las deseadas nuevas formas de relacionarnos y de proceder en la Iglesia, para las cuales no bastan solamente los eventos eclesiales o los estilos personales de los bautizados. Sin embargo, la sola reforma de las estructuras eclesiales no tendría sentido si no nos ayudara a cada uno de los bautizados a ser más fieles al Evangelio, y al pueblo de Dios a asumir comunitariamente la misión. No se trata únicamente de eventos o de estructuras o de estilos, sino de que los tres puedan articularse para que hagamos camino juntos, abriéndonos con esperanza a los movimientos que el Espíritu Santo suscita en cada tiempo para hacer fecunda a la Iglesia en su misión.

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