«La realidad es que nos encontramos con comportamientos que intentan hacer que una persona se someta a una actividad sexual contra su voluntad, porque desconoce la naturaleza del acto o porque no puede dar su consentimiento».
Si bien el contexto universitario es un espacio de crecimiento intelectual y emocional, no es ajeno a los problemas y vivencias de las personas que lo componen. Indudablemente, los estudiantes son actores claves, llamados desde el punto de vista de su desarrollo como “adultos emergentes”. No son adolescentes, pero tampoco adultos.
Si bien esta etapa se centra en el desarrollo de la identidad e intimidad, las amenazas están más presentes que en tiempos pasados. Una de ellas tiene que ver con la violencia sexual, que ocurre habitualmente, mediada por el consumo abusivo de alcohol en encuentros juveniles o fiestas. Y aunque estos hechos pueden ocurrir en cualquier lugar y circunstancia, el alcohol es una de las drogas más usadas para facilitar una agresión sexual.
¿Por qué se ha abandonado el autocuidado? Sin duda es algo muy difícil de responder. Algunos han hablado de la pérdida de referentes sociales, otros, de la globalización, de la tecnología, de la soledad y del estilo de crianza. Si bien los factores son múltiples, lo concreto es que las pautas de consumo y las dinámicas de las relaciones con el otro han cambiado. Asimismo, se han normalizado conductas que ponen a las personas en situaciones de vulnerabilidad, como el establecer relaciones íntimas sin considerar el compromiso y el respeto.
La realidad es que nos encontramos con comportamientos que intentan hacer que una persona se someta a una actividad sexual contra su voluntad, porque desconoce la naturaleza del acto o porque no puede dar su consentimiento1. . De acuerdo con datos internacionales, el 20% de las mujeres experimentó un hecho de violencia sexual mientras estaba en la universidad y el 90% de los ataques fue cometido por un agresor conocido por la víctima o por testigos. En Chile, los datos son escasos, pero la evidencia existente señala cifras similares.
Los efectos sobre las víctimas son diversos y conocidos. Se han descrito efectos sobre la salud mental, como trastornos de estrés postraumático, depresión, consumo abusivo de alcohol, drogas y considerar el suicidio como una alternativa, además de problemas de salud físicos y efectos significativos sobre el rendimiento académico que pueden afectar el proyecto de vida.
Ante esta realidad, es necesario tener espacios de participación estudiantil que aborden la discusión y reflexión sobre tales temas; y que las universidades cuenten con políticas sobre violencia sexual y consumo de sustancias que sustenten las acciones de los programas preventivos y de apoyo a víctimas, junto con la construcción de una cultura que valore la riqueza de las relaciones interpersonales, el desarrollo de la empatía y que combata la soledad.