Revista

¡Compártelo!

La belleza de la fragilidad

«La fragilidad es la posibilidad misma del dolor y por ello no tiene nada bello en un sentido romántico. Tiene, en cambio, la belleza tremenda del drama de ser humanos en comunidad».

La experiencia humana está marcada por la fragilidad: nuestros cuerpos son frágiles, se enferman. Se consumen con el pasar de los años. Son limitados en el espacio y en el tiempo. Nuestro bienestar, nuestro estar bien, contentos con nosotros mismos y con los demás es frágil. Una palabra e incluso una mirada de una persona importante para nuestra vida pueden sacudirnos violentamente hasta el punto de que perdemos la paz interior. De forma más impactante aún, nosotros, los seres humanos somos frágiles moralmente. Hacemos el mal que no queremos y no el bien que sí queremos. Sostener que en la fragilidad humana hay belleza puede sonar, entonces, un sinsentido. 

Sin embargo…
Por el hecho de que mi cuerpo sólo puede estar aquí y ahora (y no allá y entonces), yo puedo estar totalmente con otra persona. Y, por lo tanto, puedo transmitirle la totalidad de mi voluntad de estar allí con ella, es decir, la puedo hacer sentir realmente importante para mí: amada.

Sin embargo…
Si yo pudiese vivir en un perpetuo estado de calma interior que nada puede perturbar nadie podría dañarme. Pero si nadie pudiese dañarme emocional o físicamente, la existencia de ninguna persona sería realmente relevante para mí. Nadie podría llegar a ser tan decisivo para mí que un gesto mal hecho de su parte pudiera llegar a perturbarme. Es decir que si no fuera frágil —abierto a que palabras y gestos de otras personas puedan llegar a herirme—, no podría amar.

Sin embargo…
Si yo fuera moralmente infalible. Incapaz de elegir el mal en algunas ocasiones pequeñas (y a veces grandes) de la vida, no podría experimentar la omnipotencia suprema de Dios que se manifiesta en la misericordia y el perdón. Y, por lo tanto, me cerraría en un orgullo sin fisuras, en una ilusión de autonomía narcisista e infantil.

La fragilidad es la posibilidad misma del dolor y por ello no tiene nada bello en un sentido romántico. Tiene, en cambio, la belleza tremenda del drama de ser humanos en comunidad.

Nuestra fragilidad espacial, es decir, nuestro “ser limitados” en el espacio y el tiempo, permite decidir estar con la otra persona. Nuestra fragilidad emocional permite donar la propia fragilidad, exponerla a otra persona y así amarla. Nuestra fragilidad moral nos enseña la verdadera fe que, sólo puede nacer de la humildad.

La fragilidad no tiene nada de bello. Pero si se aceptan las observaciones que hemos hecho, debemos concluir que la fragilidad permite, por el hecho mismo de ser frágil, que la verdadera belleza entre a formar parte de nuestro mundo, de nuestra existencia:

La belleza del diálogo que brota cuando dos personas están la una con la otra.
La belleza del amor que consiste en poner la propia fragilidad a la merced de otro.
La belleza del la fe que sólo puede nacer de la humildad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos relacionados

Contáctanos

Déjanos tus datos y luego nos pondremos en contacto contigo para resolver tus dudas.

Publica aquí

Te invitamos a ser un generador de contenido de nuestra revista. Si tienes un tema en que dialoguen la fe y la razón-cultura, ¡déjanos tus datos y nos pondremos en contacto!

Suscríbete

Si quieres recibir un mail periódico con los contenidos y novedades de la Revista déjanos tus datos.