Acceder al campus Lo Contador a través del zaguán principal es siempre una experiencia potente para los sentidos de los transeúntes. Este espacio intermedio, de generosas proporciones y austeras formas, es capaz de producir la tregua necesaria de la calle y su desprotección con el interior, pacífico y acotado, que nos regala su umbral. De esta forma, enmarca el paisaje cercano del jardín, el que todo el año está perfumado con el cerro como un trasfondo arbolado más distante.
Traspasarlo cada vez, pero sobre todo en las mañanas en que la luz, los colores y los olores se acentúan, es sin duda el mejor inicio de la jornada. Si todas las puertas tienen un sentido profundo relacionado con sus funciones de abrir o cerrar espacios, en este portal pausado al que se accede subiendo desde la calle la amplia escalera de piedra, ese sentido se amplía y magnifica para acogernos espléndidamente con su cuidada vegetación y sus largos corredores y pilares que matizan la luz de las distintas horas del día.
Lugar de encuentros, de cruces, saludos y despedidas que ha sido atravesado por miles de personas en su historia de pasado agrícola y religioso. Espacio que abre sus pesadas puertas de madera como invitante abrazo cada mañana, para replegarlas sólo en las noches, cuando ya es tarde.
El zaguán acoge desde hace cincuenta años a estudiantes con carpetas de dibujos y maquetas, que lo cruzan ansiosos los días de entregas; a administrativos, profesores y visitantes que atraviesan su semipenumbra. Todos pasan por el mismo portal que resiste el paso de los tiempos como mudo testigo que conecta el pasado con el presente.