Reportaje basado en la investigación de:

Gonzalo Cáceres
Profesor del Instituto de Estudios Urbanos UC
gacaceres@uc.cl

Rodrigo Millán 
Sociologo y magíster en desarrollo urbano UC
rodrigo.millan@usp.br

Andrea Roca
Antropóloga por la Universidad de Chile
andrearoca@usp.br

 

 

Revista

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La Paz como Respuesta a la Violencia

La esperanza no está perdida en la población La Legua que, en pleno Santiago, enfrenta cotidianamente la violencia y el narcotráfico. Aunque la drogadicción y la miseria afectan a muchos de los habitantes de este estigmatizado barrio, la paz es promovida con todas sus fuerzas por los cristianos que participan en la parroquia San Cayetano, donde se trabaja día a día por la dignidad, la reconciliación y el encuentro. 

Por primera vez en abril de 2006 una manifestación recorrió las calles de La Legua, con rasgos de peregrinación religiosa y manifestación partidaria sin ser ninguna de las anteriores. Era el inicio de las Marchas por la Paz organizadas por la comunidad cristiana en torno a la Parroquia San Cayetano liderada por el párroco Gerardo Ouisse, en articulación con otras organizaciones sociales. En aquella ocasión, no superaron el centenar las personas que se atrevieron a recorrer las calles de su población, reclamando de forma respetuosa y comedida el término de la violencia cotidiana en el barrio. El recorrido contemplaba circular por los tres sectores en que se divide La Legua: Vieja, Nueva y Emergencia. Sin embargo, la columna no había completado el itinerario cuando disparos de advertencia obligaron a detener la actividad.

Con seguridad, el acto fue interpretado como un desafío por alguna de las bandas. Pero, ¿cómo entender que en  la capital de un país considerado como ordenado y jerárquico pistoleros gozaran de la impunidad suficiente para haber impedido una demostración callejera en- cabezada por un sacerdote? El asunto que más preocupaba a los vecinos era que la manifestación no pudiera desarrollarse cuando la propia población estaba bajo estricta vigilancia de carabineros.

Represión, violencia y narcotráfico

Algunas décadas atrás, en la época de la dictadura, se desplegaba en Santiago la coerción, la represión y la violencia sin límite. Los habitantes de una parte importante de los asentamientos poblacionales sufrieron un régimen de violencia de sobrecogedora intensidad. Durante el ciclo de protestas anti-autoritarias (1982-1988) múltiples establecimientos eclesiales, y entre ellos la parroquia San Cayetano, proporcionaron el amparo que la justicia negaba. Los sacerdotes ocuparon la primera línea de defensa en las barriadas populares, aunque se sabían expuestos a la violencia oficial.

El término del régimen militar suprimió las aristas más agresivas de la sujeción, pero los gobiernos post-autoritarios no le dieron prioridad en sus agendas a  la situación de las poblaciones más afectadas. En el caso de La Legua, las nuevas políticas que debían moderar su estado de cuasi confinamiento, tardaron demasiado y cuando fueron puestas en marcha carecieron de continuidad y alcance. El propósito local de ONGs, junto al trabajo de algunas universidades, hizo más visible lo intermitente del desempeño público (municipio incluido). Sobrevino la desilusión en la población, que no recibía apoyo de las políticas pertinentes o policía comunitaria, y con ella persistió el temor y la inseguridad. Durante los noventa las imputaciones denigratorias hacia localidades completas experimentaron un alza sustancial y los señalamientos no aflojaron sino que, al contrario,  se  recrudecieron.  Se  hablaba de ‘cumas’, ‘pungas’ o ‘los de la pobla’—la voz ‘flaite’ no había sido inventada aún— y varias poblaciones fueron incorporadas a una lista que las calificaba como naturalmente peligrosas. La Legua, cabezal septentrional de la Zona Sur de Santiago, encabezaba todas las nóminas.

«Una de las referencias más relevantes a la hora de diseñar un camino de paz social y mejora de la convivencia cotidiana son las Escuelas de Perdón y Reconciliación.»

En esta época se desplegó de manera idiosincrática un tipo de violencia delictual armada proveniente de los mismos pobladores: algunos de ellos ex militantes de izquierda, la mayoría hombres reclutados para proteger un negocio de vertiginosa consolidación: la economía local de la droga. Pasta base de cocaína, dinero a raudales y armas automáticas hicieron estallar una situación fuera de control. La Legua, en especial Legua Emergencia, comenzó a alojar la oferta de droga, lo que despertó el interés de los medios de comunicación que promovieron acciones judiciales y policiales de dimensiones cada vez mayores.

Durante la primavera del año 2001 La Legua enfrentó un nuevo experimento policial. Abundaron los registros domiciliarios y se inspeccionó el subsuelo de Legua Emergencia, se tornó cada vez más frecuente el sobrevuelo de helicópteros empleados para el reconocimiento y se volvió ritual el ingreso a toda velocidad de caravanas de vehículos policiales en el barrio. Para algunos legüinos el despliegue de esta reacción policial resultaba paradójico, ¿qué beneficios podría traer semejante intervención? ¿Era un avance para la pacificación que carabineros de aspecto militarizado ejercieran controles perimetrales, mientras que en algunas calles y pasajes de La Legua la cotidianeidad seguía a merced de las balaceras?

Hoy, sin haber disminuido la gravedad de esta situación, la larga intervención parece haber erosionado aún más la frágil relación entre la comunidad y carabineros, se hace imposible no preguntar  por qué tras tantos años el narcotráfico continúa imperando en la población.

La acción de la parroquia San Cayetano

Para enfrentar el flagelo del narcotráfico que sufre la población, la parroquia San Cayetano ha puesto en movimiento diversas iniciativas: Cristo Especial, una casa de acogida de niños, jóvenes y adultos discapacitados; Joven Levántate, una casa de acogida y rehabilitación de enfermos de droga y alcohol; Centro Vida Nueva, de atención psicológica, odontológica y medicina complementaria; Desayuno con Cristo, para quienes pasan la noche consumidos por la droga; un comedor para la gente en situación  de calle; Pastoral Carcelaria, visitas a mujeres presas de La Legua y extranjeras; entre otras actividades. Las Marchas por la Paz y Raipillán, el grupo folclórico de jóvenes, son las prácticas más innovadoras y visibles de la lucha contra la violencia.

Las marchas por la paz, que reúnen a toda la comunidad de La Legua, son el símbolo de la esperanza con que la parroquia combate las balas y la droga, pero sin armas, sino con alegría y espíritu misericordioso en un ambiente festivo.

El padre Gerardo Ouisse, al igual que otros cristianos, ha comprendido la violencia como intrínseca a un modelo de crecimiento sin desarrollo. En su visión, una de las referencias más relevantes a la hora de diseñar un camino de paz social y mejora de la convivencia cotidiana son las Escuelas de Perdón y Reconciliación. Estos programas diseñados por la Fundación para la Reconciliación, nacieron en Colombia como una manera de procesar daños sociales donde la violencia del narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares han hecho estragos, a través de talleres de encuentro de víctimas y victimarios en busca de una  mutua  comprensión que posibilite una mejor convivencia cotidiana.

Sin exagerar su influencia, las pedagogías del perdón y la reconciliación, y las de la paz y la convivencia, ayudaron a la comunidad cristiana de San Cayetano a participar de la invención de una nueva fórmula: “No más balas”. Bajo este nuevo enfoque, la labor evangelizadora de la comunidad comenzó a incluir exhortaciones directas hacia quienes ejercen de manera sistemática la violencia al interior de La Legua. El objetivo de estos talleres que invitan a todos los miembros de la comunidad, sin hacer distinciones, es recuperar la confianza de unos con otros y abrir la conciencia de cada uno a la responsabilidad de la sociedad de la que forman parte, sin excluirse, enjuiciarse o despreciarse mutuamente.

La Cruz del Sínodo de Santiago se encuentra tras el altar en la Parroquia San Cayetano. Gerardo Ouisse, junto a ella en la fotografía, cuenta que la gran imagen de madera fue recuperada y llevada ahí por el padre Mariano Puga.

Frente a la desestructuración que provoca el consumo de drogas —mientras algunos se enriquecen, aquellos que la consumen se empobrecen y aíslan— se hace necesario actualizar la peregrinación y convertirla en marcha. Las Marchas por la Paz surgen ante el exceso de violencia que experimenta el barrio, con la participación de todas las organizaciones sociales de la población, incluidos niños y números de baile de Raipillán en medio de la columna. Pero esta manifestación no es solo denuncia ante la agresión, explica el padre Gerardo: «en lugar de acusar, saludamos con un abrazo de paz a todos los que encontramos: espectadores, delincuentes, narcotraficantes, etc., para que sientan que no somos enemigos y que solo queremos la paz. Nos parece un primer paso hacia un diálogo».

La parroquia también apoya a los vecinos de La Legua a través de acciones caritativas, destaca el comedor que brinda ayuda alimentaria a quienes no tienen hogar o viven en la pobreza. El comedor, a diferencia de una olla común, es una instancia concebida sin que los beneficiarios se comprometan a comprar los alimentos ni prepararlos, sino que para este trabajo asisten voluntarias de la propia parroquia. Respecto de esto cabe preguntarse por qué impulsar los comedores si su propio funcionamiento pareciera estar condenado a desarrollarse de manera asistencialista. Una explicación remite a las intervenciones que se justifican cuando se trabaja en la resocialización  de poblaciones bajo riesgo, como en este caso, atender individuos cuyas capacidades parecieran secuestradas por fuerzas que los inhabilitan o por ambientes que los lastran. Otra explicación, permite darle al comedor el valor de un espacio de humanización. Es una actividad de dos caras: la comida es colectiva y se debe ajustar al cumplimiento de algunas normas, pero lo realmente importante es la transmisión de un reconocimiento de cada persona a través del trato fraterno.

Compartir la comida  como  hermanos es un recurso milenario. Su existencia, clave en la tradición cristiana, reaparece con fuerza en el repertorio no violento que tiene a la parroquia San Cayetano como centro; una verdadera arma, pero muy diferente a las que se emplean a plena luz del día y casi todos los días del año en La Legua.

La presencia de dios en la comunidad

El párroco declara que la labor de la parroquia “no es actividad por hacer actividades, tiene como fin dar una respuesta a la inquietud de la gente. ¡Están tristes!  Necesitan  la  esperanza  y la alegría. En los talleres descubren que son personas, hijos de Dios; en el comedor, Jesús está entre ellos.” También explica que  la  parroquia,  como  centro de la comunidad, no es solo un edificio.  El centro de la comunidad es Jesucristo. Por lo tanto, la parroquia debe ser una presencia,  una  encarnación  dentro  de una población que muchas veces sufre.

En esta misma línea, Xiomara Tobar, voluntaria de la parroquia y directora del centro Vida Nueva comenta acerca de su labor: «no solo se trata de atender y asistir, sino de acoger. Lo que entregamos es amor, conocemos a cada uno de nuestros pacientes y vecinos y los tratamos como hermanos, los llamamos por sus nombres».

En el marco de la acogida tanto de víctimas como victimarios, del rechazo a la exclusión de delincuentes y narcotraficantes, para poder incentivar la paz Ouis- se adopta una postura que ha resultado a veces muy controversial. Elige convivir sin delatar, descartando de plano la entrega de información o la denuncia a la policía (ser un “sapo”) porque afirma que «la cárcel y los carabineros no son asunto nuestro, los delincuentes son nuestros hermanos, no nuestros enemigos».

El sacerdote subraya que «aquí, como en muchos otros lugares, no disminuye el consumo de droga ni la violencia por la presencia de la Iglesia», por tanto, la acción pastoral está orientada a acompañar a la comunidad, a cada uno de los habitantes de La Legua, que viven alegrías y sufrimientos, como una presencia de esperanza y promotora de la paz en una población estigmatizada y excluida, que enfrenta a diario las penurias de la narcoviolencia.

 

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