«Preguntas entre académicos»: Artículo basado en Cursos de Formación para Académicos Pastoral UC.
Es ineludible la reflexión sobre lo que caracteriza propiamente nuestro modo de ser en cuanto personas y el sentido que tiene la vida. En los cursos “Mística y razón II. Lectura compartida de Edith Stein” y “Cine comentado”, se trataron a través de la perspectiva de la Teología y el Arte distintas cuestiones que definen la existencia en un sentido radical y profundo. A continuación dos de sus expositoras responden a algunas interrogantes que surgen frente a los temas que fueron desarrollados en ambas instancias.
¿Cuál es la distinción entre los conceptos de alma y espíritu en naturaleza, libertad y gracia de edith stein? 1
Anneliese Meis: La distinción entre alma y espíritu revela la profundidad y finura con que se conforma la estructura de la persona humana desde su interioridad. Edith Stein denomina a la persona humana ‘psique’, que distingue del “alma caracterizada como lo más íntimo de toda interioridad”, pero sumida en la corporalidad. El alma humana comparte la “fuerza vital” con el alma “vegetal” y “animal”, “cerrada sordamente en sí misma y a la vez expulsada de sí misma con eterna inquietud”. En estas relaciones diferenciadas soy alma y soy cuerpo vivo —Leib— y tengo psique y tengo cuerpo —Körper— está “la puerta de entrada para las influencias externas”, pero también el “punto” desde el que cabe “liberarse” de ellas. De hecho, la vida del alma “natural-ingenua”, “no libre”, es “guiada desde arriba”, que es al mismo tiempo un “desde adentro”, cuando es liberada por el espíritu.
‘Espíritu’ es una palabra ambigua, de sentido doble. Designa una persona espiritual, pero también una “esfera espiritual”, es decir, “se pone al servicio de esa esfera (espiritual) y del señor de la misma en virtud de un acto libre” o “trata de asentarse fuera de la naturaleza para dominarla”. En esta relación subjetiva—soy espíritu— y objetiva —tengo espíritu— lo importante para el espíritu es “apoderarse del alma y llenarla con su espíritu”. De ahí el logro positivo: el espíritu no es afectado obtusamente por impresiones, sino que —en su actitud originaria— está abierto a un mundo que se le muestra visible. Por tanto, el sujeto libre está expuesto al hechizo de una única tentación, la de “asentarse en sí mismo”, es decir, encerrarse en sí como su propia fuente y de lo cual “sólo se le puede salir al paso desde el espíritu de lo alto”, el Espíritu Santo, quien opera en el alma de la que toma posesión, transformando sus reacciones naturales por un desprenderse de sí misma desde su más íntimo centro.
Entonces, al alma le afluyen directamente fuerzas espirituales, al mismo tiempo que ella en sí misma tiene una fuente originaria que le permite abrirse con independencia de la constitución del cuerpo desde el espíritu. Dicha fuente “originaria” es un don del que ella está dotada, de modo análogo a la constitución material. Puede apreciarse, entonces, como Edith Stein explica la distinción “alma” y “espíritu” más allá de la división estática de cuerpo y alma, por el dinamismo paulino de “alma- espíritu-cuerpo” en cuanto relaciones diferenciadas, pero totales -1Ts 5, 23.
En relación a la película gravity (2013), ¿es posible encontrar un sentido a nuestro estar en el mundo o estamos arrojados, lanzados, sin gravedad ni orientación en él? 2
Claudia Leal: Nuestro estar en el mundo no es una realidad estática, dada de una vez para siempre e inmune a los vaivenes de la historia. Por el contrario, nuestra existencia se despliega a lo largo del tiempo y del espacio como si se tratara de un viaje (Igual que en la película). En esta travesía —por mucho que hayamos planificado más o menos el itinerario y sus detalles— nos vemos sorprendidos a menudo por cambios de programa inesperados, compañeros que se nos unen y luego desaparecen, manos desconocidas que nos prestan ayuda justo cuando lo necesitamos y otras a quienes tenemos que auxiliar, lugares que nos decepcionan y otros donde quisiéramos quedarnos para siempre, retrasos imprevistos y panoramas inesperados.
Lo que le da sentido al viaje es distinto para cada viajero y, probablemente, el sentido cambia más de una vez a lo largo del trayecto. A veces sentimos que no hemos elegido estar en camino, y padecemos la fatiga y el cansancio, otras veces sin embargo nos adueñamos del viaje y sabemos bien las razones de cada paso. Sospecho que para la mayoría de nosotros lo mejor del viaje son los compañeros de ruta, qué maravilla cuando estamos en sintonía con otro(s) y basta con mirarnos a los ojos para entender. ¡Qué regalo cuando otro ser humano pasa a ser parte de nuestra propia vida!
Esta metáfora tiene un sentido más especial todavía si somos cristianos y nos hemos sentido seducidos por esa invitación perentoria que Jesús hacía en el mar de Galilea: “Sígueme…”, porque la fe es también un viaje. Es posible encontrar—y recibir— el sentido de nuestro estar en el mundo, pero ese encontrar y recibir es una experiencia que jamás se detiene, y que cambia —se enriquece— con cada nueva vivencia. No está dicho que no experimentaremos frustraciones y caídas, pero es casi seguro que disfrutaremos también de extraordinarios momentos llenos de significado y sentido, que serán como un pozo de agua fresca donde ir a beber en tiempos de sequía. El sentido de la vida es don y tarea.