La búsqueda de sentido y la religiosidad son dos aspectos connaturales al hombre, en que la presencia del otro tiene un rol fundamental en la construcción de los proyectos personales y la trascendencia de nuestras acciones cotidianas. Tres miembros de la comunidad UC nos proporcionan algunas luces en cuanto a su significado y expresión.
¿Cómo perciben y definen el sentido religioso? ¿cómo se manifiesta en lo cotidiano?
Carlos Zárraga (CZ): La religiosidad no es una opción. La realidad del hombre es de suyo religiosa, aun cuando carezca de religión o de una expresión religiosa. El hombre está ligado a tener que hallar un destino final a su vida, tiene que reatarse a algo a lo que ya está atado por naturaleza. Responder a esta ligazón natural constituye lo propio de la religiosidad originaria y estructural del hombre. Ahora bien, la religión como conducta humana, como expresión, es la búsqueda libre de nuestro destino, entendido no como fin, sino como algo que hay que resolver a cada momento, en respuesta a la pregunta de por qué vivimos. Desde esta perspectiva, el teísmo, el ateísmo y el agnosticismo son respuestas religiosas genuinas e igualmente válidas. En suma, por un lado está lo religioso como algo la religión, que se expresa en iglesias, credos y doctrinas.
Antonio Bentué (AB): Comparto con Carlos que el hombre es naturalmente religioso. Incluso en las formas más primitivas de hominización se ve un cuestionamiento respecto al sentido de la muerte; por ejemplo, en la epopeya de Gilgamesh. El problema es que en la modernidad el hombre es también culturalmente ateo, es decir, considera que este sentimiento religioso, connatural, es algo que no corresponde a ninguna realidad que los trascienda, vale decir, opta por el reduccionismo. En este sentido, creo que es válido cuestionarse hasta qué punto la pregunta por lo religioso se reduce solo a un sentimiento, a un tema antropológico, y no tiene ninguna trascendencia. Creo que postular que a ese sentimiento religioso le corresponde una realidad, sin dejar de ser realidad antropológica, y que no es solo mi propia proyección, es una opción también válida: la opción creyente. A Dios nunca lo ha visto nadie, por lo tanto la afirmación de su existencia o su negación constituyen dos opciones: la creyente versus la no creyente. En esta línea Blas Pascal comenta el texto de Isaías 45, 151 . Él señala que «al estar Dios oculto, toda religión que sea verdadera debe dar cuenta de esto. El mundo es solo mundo, Dios no aparece en él; sin embargo, la naturaleza por todas partes nos indica a un Dios oculto, tanto en el hombre como fuera del hombre». Ese indicio es la opción interpretativa de la realidad que aparece, el mundo, y que, sin dejar de serlo, remite a otra realidad que trasciende ese mundo.
Noam Titelman (NT): La discusión sobre la diferencia de lo religioso y la religión tiene que ver con la relación individual con la fe: qué tiene que hacer un hombre que no tiene fe frente a la religión o lo religioso. La respuesta es que tiene que actuar de forma religiosa, pues de alguna manera eso lleva a la religión. Creo que la religión se manifiesta en la realidad cuando el sentido religioso se lleva a la acción. Por lo tanto, es un error reducir a la religión a una opción de ideas, pues también es una opción de acción.
(CZ): En eso tengo un alcance. La palabra opción es traicionera, pues no se refiere exactamente a una elección voluntaria o a algo puramente intelectivo. La opción, como tú muy bien dices, es integral. A veces la opción es simplemente dejarse llevar. Así, cuando se habla de la fe, entendida desde nosotros como católicos, no es una simple creencia intelectual, sino que compromete tanto a la inteligencia como al sentimiento y a la voluntad. La fe llega como un contagio, surge como una necesidad, nos llena de la menesterosidad de no poder vivir sin Cristo, como un amado no puede vivir sin su amada.
(AB): Comparto eso, que la fe se mide en lo que involucra la decisión de la libertad. No obstante, tal como lo planteaba San Agustín, la fe debe ser razonable: «Una fe no razonable deja de ser fe, puesto que nadie puede creer en algo si no es razonable creerlo». Una fe no razonable puede ser mero fanatismo acrítico, o mero sentimentalismo, que Freud lo explicaría como una nostalgia del padre. Sin duda, cuando alguien ve en otro que su resultado de vida es satisfactorio y descubre que aquello que funda esa forma de vivir es una forma creyente determinada, se le hace convincente o, por lo menos, respe- table dicha experiencia. Entonces, ¿cómo fundamentar qué Dios es? Aplicando el intelecto a la fe; intentando unir a la fe la inteligencia de modo de evitar el fideísmo que nos ha hecho tanto daño. En otras palabras, lo que más bien nos une es la razón. Una fe no razonable es peligrosa y a menudo ha sido, o sigue siendo, responsable de guerras de religión y enfrentamientos violentos entre seres humanos.
(CZ): Yo en eso estoy muy de acuerdo. Cuando Tomás de Aquino dice que la fe es un acto de la inteligencia por la que aceptamos una verdad sin ver, habla de una creencia racional. Pero en el mundo medieval se hace también una distinción entre lo rationale y lo rationabile. Lo último tiene que ver con las razones que tengo yo para aceptar algo. Ahora bien, basta que la fe no sea irracional para ser creíble, aunque sea poco razonable, es decir, que no atente contra el principio de no contradicción, que no sea absurda, aunque no tengamos buenas razones para creer. La racionalidad es una exigencia que hace creíble un postulado de fe, pero la fe no exige tener buenas razones para creer.
(AB): Ciertamente, la Palabra no pretende informar, sino salvar. Pero cuando surgen preguntas que requieren una fundamentación razonable en su respuesta, y esta no está, estás obligado a explorar las razones que tiene aquel que pregunta, para no creer; y no imponerle unas razones que no son las suyas. Se trata de un diálogo que permita avanzar hacia la verdad que siempre es un logro dialéctico y no un monólogo impuesto.
(CZ): Precisamente, la fe es capaz de poner en jaque hasta la racionalidad misma ya que nos hace preguntar por los límites de la racionalidad. Esto es importantísimo para el filósofo católico, pues tenemos que aprender a pensar con el misterio de la fe.
En su libro el hombre y la gente, ortega y Gasset señala que la aparición del otro es decisiva, puesto que la compresencia de la vida humana ajena nos emboca y enfronta con algo trascendente en nuestra vida individual. ¿cómo se entiende esto hoy? ¿Qué espacio ocupa el otro en nuestra vida?
(NT): Frente a estas preguntas, y en relación con lo anterior, creo que hasta ahora se ha planteado la fe como una característica individual, y es posible que la fe sea un hecho colectivo, comunitario. Visto así, me parece que hay 3 maneras de concebir al otro: la primera, es el otro yo, entendida incluso como la versión liberal o utilitarista, pues me preocupo de maximizar la sumatoria de cada uno de nosotros; la segunda, como un otro en que se encuentra la divinidad, que se parece a la interpretación fideísta, en que me dono absolutamente, me niego a mí mismo para entregarme al otro, y la tercera, en que encuentro la divinidad en la comunidad o en la relación misma con el otro. Creo que la primera puede explicar una ética que quizás no requiera a Dios, ni a la divinidad o la religiosidad; la segunda, tiene el peligro del fundamentalismo, y la tercera es una posibilidad real que se puede construir. A propósito de eso, que tiene que ver tam- bién con lo que decía el profesor Zárraga, hay una frase de Paulo Freire que permite entender esta tercera visión: «uno no se libera solo, nadie se libera solo, nadie libera a los demás, sino que todos nos liberamos en comunión». Es un poco la idea de que más que buscar convencer al otro, contagiar al otro, la idea es construir con el otro esta comunión. Por lo mismo, la discusión de la fe debe trasladarse a un colectivo, pues la fe personal no es fe. En esto estoy haciendo alusión a mi religión.
(CZ): Lo que señala Ortega y Gasset es esta rara forma de estar en otro, algo tan importante y radical como la presencia de los otros en mí. Esto no es algo que sea propio de la fe, sino algo estructural en el hombre. El hombre posee una realidad de colmena: yo no puedo ser sin el otro, estoy abierto a la realidad con los otros; la forma propia de vivir es en convivencia, lo que no significa que yo sea capaz de reconocer al otro en mí. Por ejemplo, cuando nosotros hablamos, lo hacemos con el lenguaje del otro; cuando pensamos y sentimos, lo hacemos como hemos aprendido de los otros. La fe se transmite así: desde los otros, la familia, la cultura y la época. No hay forma de vivir la fe si no es con los otros. Por eso la única forma de vivir la fe es comunitariamente, tal como decía Noam. El Señor, en la Última Cena, dice: «cuando ustedes se reúnan en mi nombre yo estaré con ustedes». De aquí que la Iglesia sea una expresión natural de la fe. Toda la verdad, si tomamos la fe como verdad, es comunitaria. La fe tiene que ser social y eso pasa por el reconocimiento del otro. Nuestra fe es la aceptación del inevitable Otro en nosotros, de ese Otro que ya está en nosotros desde siempre. Porque somos otros. Este punto es vital para tratar el tema de la fe.
«Creo que la religión se manifiesta en la realidad cuando el sentido religioso se lleva a la acción. Por lo tanto, es un error reducir a la religión a una opción de ideas, pues también es una opción de acción». Noam Titelman.
(AB): Ese fue un tema muy importante en el Concilio Vaticano II y muy fiel a la tradición bíblica judeocristiana. Con una proclamación clara se afirma: primero es el Pueblo de Dios, todos somos iguales y los pastores de la Iglesia están al servicio del Pueblo de Dios. Por lo mismo, primero la religión se juega en la decisión de alteridad con respecto al hermano. La racionalidad profunda de que Dios siendo uno es trino está ahí: Dios no es yo, sino yo-tú en sí mismo, es alianza eterna en sí mismo. El ser humano, por tanto, es más imagen y semejanza de Dios cuanto más se proyecte hacia un tú que sea otro. Dios es compasivo, porque sale de sí mismo y sufre con los que sufren, con los inocentes. ¡Dios está en el crucificado! Esa es la genialidad del cristianismo: revela a un Dios que no es poder ni que se impone a costa del otro, sino misericordia hasta dar la vida por el otro. Y así revela que lo que vale la pena de- cidir en la vida no es el logro de poder, sino la misericordia, incluso a costa del poder propio. Por eso, en el juicio final no se pide ni partida de bautismo, ni si eres cristiano o budista; todo queda relativizado, porque todo habrá sido relativo a lo único absoluto que es la alteridad compasiva que constituye la única sustancia absoluta de Dios: Dios es Amor misericordioso (Mateo 25, 34-36 2). Es lo que, a su manera, ha visto también el budismo.
En los principios de la universidad se lee que tenemos como misión anunciar el evangelio a todos los hombres y en todos los ambientes. por otra parte, en la evangelii gaudium (n. 27), el papa indica que sueña con una opción misionera capaz de transformarlo todo, que responda a las urgencias de hoy. teniendo esto en cuenta, ¿cómo la UC puede orientar el hallazgo de este sentido religioso e inducirlo a que se transforme en un impulso motivador para la consecución de un cambio profundo en la sociedad?
(CZ): La misión prioritaria que tenemos en la universidad es volver a repensar la fe; es el mismo cuadro de la Iglesia de siempre, pero visto desde diferente ángulo. Porque de acuerdo a tus condiciones las percepciones individuales van cambiando. Los nuevos descubrimientos amplían el conocimiento y ello hace que el modo de percibir se modifique, requiriendo de la fe respuestas que resulten más razonables y que, al mismo tiempo, refuercen nuestra relación con aquello en lo que creemos. Desde esta perspectiva, la misión de nuestra universidad católica va más allá de la no discriminación entre credos, sino de cultivar el conocimiento y amor al prójimo a la luz de la fe, lo que es mucho más amplio y profundo. En este sentido debemos infectar la fe en otros, tal como señalábamos anteriormente; es el amor al otro manifestada en las distintas contingencias del quehacer diario, realizando cada actividad con dedicación y centrada en respetar las necesidades del otro. Vale decir, si yo soy médico, centrarme en la salud más que en la remuneración por mi trabajo o, si soy abogado, centrar mi objeto en la justicia y no en mi éxito personal. La fe que dirige nuestra actividad no es una cláusula contractual para ganarse el cielo, no funciona así. Yo lo asimilo a un contagio, a una posesión al más puro sentido griego. Ahora ¿cómo hacer para transmitir esto desde nuestro rol de profesores? Preparando las clases con dedicación, y comunicando las enseñanzas lo más pedagógicamente posible, de modo de formar integralmente a los alumnos. Me refiero, especialmente, a lograr que los estudiantes alcancen las competencias que los califiquen como aptos o idóneos para ejercer sus disciplinas, sin que el interés se focalice exclusivamente en el éxito individual, sino en el bien de todos, en el Bien Común, en el amor a Dios.
(AB): Ahí yo coincido en parte con Carlos en que el criterio de aplicación del cristianismo está en la alteridad y no en el poder. ¿Cómo motivar al alumnado? Haciendo explícito que lo que vale la pena, y habrá tenido alguna transcendencia, no es el poder, sino el amor de servicio. El que quiera vincular su docencia con el cristianismo tiene que plantearse cómo su disciplina ayuda a las personas a servir mejor a los demás, particularmente a los que más lo necesitan, y no cómo, gracias a esa disciplina, podrán esos alumnos surgir y competir mejor en términos de poder económico.
«Ahora ¿cómo hacer para transmitir esto desde nuestro rol de profesores? Preparando las clases con dedicación, y comunicando las enseñanzas lo más pedagógicamente posible, de modo de formar integralmente a los alumnos.»
(CZ): Yo proponía humildemente lo de la devoción en el trabajo, a raíz de mi propia experiencia como profesor de Filosofía en la universidad; pero esto lo puede hacer cualquiera en su propia área. La inspiración de la fe empuja a realizar tu propia labor lo más dignamente posible. Es la única forma de que esta universidad sea realmente una universidad católica: hacer siempre las cosas de la mejor manera posible; no veo otra forma de practicar una ética católica. Es una labor silenciosa que abre las puertas a un mundo mejor.
(NT): Yo quería agregar dos cosas. Por un lado, yo creo que la discusión de fondo es la relación entre religión y educación. A nivel de universidad, creo que todavía existe segregación y reproducción de grupos de poder, que son dos cosas que no debiesen existir. Por otro lado, con respecto al rol mismo de la universidad, a mí me gusta mucho la idea de que la religión medie en temas de diversa índole. Asimismo, creo que hay que potenciar que la universidad sea un espacio de encuentro de la misma sociedad; eso es muy católico. En relación a esto, creo se debe trabajar para que en las mallas de las carreras exista una visión que incentive la comunicación entre distintos sectores de la sociedad: el económico, social, religioso, étnico, entre otros. Esto falta mucho. Por último, y en relación a la discusión sobre la recepción del financiamiento estatal, creo que es necesario cuestionarse por qué merecemos esta ayuda, por qué la sociedad debe creer en nuestro proyecto. Más que reaccionar defensivamente, debemos enfocarnos en tratar de construir un espacio comunitario que convoque a la sociedad. No se trata de ser los mejores profesionales de Chile, sino los mejores para Chile.
Notas
- «Verdaderamente eres Tú un Dios escondido o invisible. Dios de Israel, salvador nuestro», Isaías 45, 15
- «Entonces dirá el rey a los de su derecha: «Venid, los benditos de mi Padre; entrad a poseer el reino que os está preparado desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y disteis de beber; fui peregrino y me hospedasteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a Mí […] Pues siempre que lo hicieron a uno de estos
últimos, a Mí me lo hicieron».