Un Hombre de Justicia y Vocación
Por María Elena Santibáñez, Facultad de Derecho UC
Hace poco tiempo (2012) falleció el maestro del Derecho Penal, un profesor universitario excepcional, amante de su disciplina y de sus alumnos, formador de muchos discípulos que luego harían de esta rama del derecho su vocación académica y profesional.
Su pasión por la enseñanza lo acompañó desde que era muy joven y lo mantuvo haciendo clases hasta los últimos meses de su vida, ganándose la admiración y el amor de sus alumnos.
Don Enrique fue un hombre brillante intelectualmente, que alcanzó todos los reconocimientos académicos a los que se puede aspirar, convirtiéndose en un referente nacional e internacional en su ciencia. Muchas generaciones de estudiantes en distintas universidades del país se formaron con su texto Derecho Penal. Parte General. También dejó su huella en la legislación y jurisprudencia nacionales a través de sus contribuciones en proyectos de ley y su fructífero trabajo como ministro de la Corte Suprema.
No obstante ello, los sentimientos de afecto profundo que despertó en quienes fuimos sus discípulos provienen más bien de sus cualidades humanas. Don Enrique perdió a su madre a muy temprana edad y debió enfrentar diversas dificultades que, en cierto modo, contribuyeron también a formar su carácter, el de un hombre sencillo, sensible frente a los problemas de los demás y en especial frente a los que más sufren. Probablemente por ello decidió dedicarse precisamente al derecho penal.
Formó una hermosa familia junto a su esposa Anita, sus tres hijos y sus nietos. Su dedicación a los alumnos quizás significó ciertos sacrificios familiares. Sin embargo, Anita siempre tuvo la generosidad de abrirnos las puertas de su hogar.
Cultivó profundas amistades con otros profesores de su generación, como Luis Ortiz y Alfredo Etcheberry, las que conservó hasta el día de su muerte. Muchos otros penalistas, ministros de la Corte Suprema con quienes trabajó, académicos de otras ramas universitarias y compañeros en las distintas etapas de su vida, fueron también sus amigos queridos.
Don Enrique fue un hombre bondadoso y cercano a la gente, un buen padre y esposo, un juez reflexivo que buscó siempre ser lo más justo posible en sus decisiones, un académico brillante, un maestro de maestros. En definitiva, un ser humano cuyo recuerdo nos acompañará toda la vida.