Sebastián Vicuña D.
Director Centro UC de Cambio Global
svicuna@ing.puc.cl

Almendra Aguilera M.
Estudiante de Sociología y consejera superior
aaguilera6@uc.cl

Maryon Urbina B.
Directora Sustentabilidad UC
mmurbina@uc.cl

Revista

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Si no me sirve, ¿lo descarto?

Vivimos en un mundo donde el valor de las cosas materiales y su utilidad parecen estar por sobre las personas, sus vínculos y su entorno. El objetivo último ha perdido su centro. Generar un cambio significativo al respecto es un desafío complejo que involucra un reenfoque individual, comunitario y global. El papa Francisco nos anima a hacernos cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaces de dotarlo de dignidad1. ¿Podremos hacerlo para que las futuras generaciones vivan en un planeta mejor?

¿Qué lectura le dan al concepto de “cultura del descarte” en su vida cotidiana, en su entorno y en el país?

Maryon Urbina (MU): Siempre hemos querido desprendernos del otro para estar en un nivel mayor. Por tanto, siempre ha existido la cultura del descarte. En este afán por diferenciarnos, llegamos a un punto sin retorno, correlacionado con nuestro planeta, porque nos desentendimos de la vida en común, necesaria para el bienestar de las personas y las otras formas de vida. Nuestro impacto ambiental ha sido fuertísimo desde la Revolución Industrial, por la explotación de materiales que creíamos infinitos, y el impacto se hizo visible ahora, cuando es insostenible. Después de 200 años, no es factible el individualismo; tenemos que empujarnos a salir de eso y a vivir justamente. Velando solamente por el bienestar propio, como individuos o país, entramos en guerras, crisis y todos los efectos del cambio climático que llegaron en paralelo. Hay iniciativas y luces de que puede ser reversible. En Eu- ropa, por ejemplo, se está hablando de que la obsolescencia programada de aparatos electrónicos sea ilegal. Ojalá lo fuera en todo el mundo, si no el impacto va a seguir creciendo: islas de basura, calentamiento global y todos los efectos que eso trae.

Sebastián Vicuña (SV): Sí, pero aprobaron la eutanasia en España; es el séptimo país y la cosa va moviéndose por ahí. Aquí hay mucho más que el tema ecológico: “Si no me sirve, lo descarto”. Nos hemos basado en la lógica de la economía y de la utilidad para entender, plantear y tomar decisiones, es decir, elegimos lo que en el análisis costo-beneficio sea positivo, incluso en nuestras relaciones pensamos en lo que el otro nos va a entregar y no en que entregarnos es una necesidad básica. Es complicado. Somos muy eficientistas, no nos damos tiempo para tener una conversación o saludar a las personas en la calle, porque todo lo estamos racionalizando, nada se hace porque sí. Si valorásemos lo simple de la vida, consumiéramos lo justo y entendiéramos que es mucho más valiosa esa actitud que la del despilfarro; disminuiría la ansiedad por consumir.

«Incluso en nuestras relaciones pensamos en lo que el otro nos va a entregar y no en que entregarnos es una necesidad básica»
Sebastián Vicuña

Almendra Aguilera (AA): Estoy de acuerdo con Maryon en que las sociedades se han ido complejizando y siempre ha existido esta pulsión de diferenciarse. En Chile, pasamos por un individualismo y esta visión economicista de las relaciones. Latinoamérica siempre ha tenido una historia “comunitarista”, de familias grandes que se reúnen, que mantienen los lazos y donde la figura de la madre es preponderante; pero eso se ha perdido, porque no es propio de una sociedad cien por ciento moderna. La cultura del descarte se ve en la atomización que vivimos: “Me preocupo de mí y, tal vez, me preocupan los míos”, hay gente que ni siquiera está pendiente de su familia: están pensando en su desarrollo y su proyecto de vida. Están solos y apartan a los demás. La pérdida de comunitarismo trasciende a cómo nos relacionamos con el medio ambiente y con las futuras generaciones.

Respecto de la frase “lo que no produce no sirve”, el otro día vi la película El agente topo y me dio mucha pena el abandono que sufren los adultos mayores. En Chile, no hay políticas que apoyen o protejan, realmente, a la niñez ni a la tercera edad, los dos rangos etarios que no producen. La cultura del descarte también está en la competencia, en particular en la universidad, en carreras donde hay que competir por cupos y es super indignante, pero se entiende.

Para hacernos la vida más fácil se crearon los productos desechables, pensando que eso beneficiaría a la comunidad, pero desembocamos en el calentamiento global, que afecta a toda la creación y las próximas generaciones. ¿Cómo parte la cultura del descarte?

(AA): El sistema productivo y la falta de información no nos permiten ver a las personas, a diferencia de cuando existía el zapatero que fabricaba y reparaba, y uno veía su trabajo, entendía el tiempo, dedicación y cariño empleados. Luego, apareció la producción en masa y tengo que citar a Marx con la “alienación del producto”, que deja la sensación de que no fue fabricado por nadie, perdiendo así su contenido humano. De este modo, se hace más fácil descartar, porque nos alejamos de la idea de que las cosas son hechas por nosotros como especie. Entiendo por qué se avanzó en la eficiencia: en esa época, no todos podían comprar un par de zapatos, carne o tener acceso a todo aquello que de pronto se volvió masivo y accesible para mejorar el estándar de vida; pero se le dio una vuelta a esta lógica y vemos que estamos arrasando con la Tierra por aumentar la producción y, sin embargo, todavía existe el hambre.

Las campañas para concientizar sobre el consumo de carne incluyen animales sufriendo, porque uno no piensa en eso cuando compra en el supermercado, no está pensando en las condiciones terribles en las que estuvo ese animal. Algo que ha estado apareciendo mucho en TikTok es la idea de las granjas de gallinas felices, espacios donde las cuidan y el que pongan huevos es secundario; pero en general es una industria de producción en masa, igual que el fast fashion. Antes había temporadas de ropa según las cuatro estaciones, ahora son como 52 y la ropa que pasó de temporada se bota.

(SV): El otro día circulaba en WhatsApp la nueva campaña del Día Internacional del Síndrome de Down, un video donde por cada persona que contrata a alguien con síndrome de Down, se produce un efecto dominó. Parte un panadero con una ayudante, alguien va a la panadería, la ve y replica la acción y, finalmente, todos entienden el valor de contratar a alguien con una discapacidad. En la realidad no tenemos el tiempo, la información o motivación para hacer un análisis integral de todos los impactos y beneficios de las acciones, las personas u objetos.

Si no me gustó lo que compré por Internet o no era lo que pensaba, lo puedo devolver, hasta viene con un sticker para ponerlo de vuelta en el correo; pero resulta que esas empresas simplemente lo botan, porque es más barato que crear el proceso para volver a ponerlo a disposición de otros compradores, como arreglarlo, reempaquetarlo y revenderlo. Hay otras empresas que venden ropa fina y, cuando les llega de vuelta, no pueden revenderla o regalársela a un pobre, porque “baja el valor de la marca”. Así, se creó un negocio de gente que le saca la marca a las prendas o que las desarma y las vende por partes.

«Estamos arrasando con la Tierra por aumentar la producción y , sin embargo, todavía existe el hambre»
Almendra Aguilera

Si a Amazon se le imputara o cobrara un adicional por todo lo que lleva a un basural, obviamente el costo aumentaría y se reduciría el descarte. En lugares como Francia, hay políticas para impedir este tipo de cosas. Por otro lado, creamos un sistema que implica estar produciendo constantemente. En la industria de los celulares hay obsolescencia, porque la tecnología se va moviendo muy rápido, pero también porque les interesa que se siga comprando. ¿Qué pasaría si reduzco rápidamente la tasa de uso de celulares? Obviamente, alguien se queda sin trabajo, alguna fábrica tiene que cerrar, entonces, ¿cómo hacemos esa reconversión? ¿Qué trabajo le damos a esa gente? ¿Cómo valoramos todas las cosas que se dejarían de hacer si fuéramos más eficientes? No me parece algo fácil, tampoco.

(MU): Cuenta la historia que las primeras ampolletas duraban muchísimo tiempo. El problema fue que el señor que las vendía se quedó sin negocio cuando todos le compraron sus ampolletas. Desde ahí que existe la obsolescencia programada: darle un tiempo de vida a los objetos para mantener activas las ventas. La lógica es que ingrese plata y vender sin incluir el costo real de todos los materiales y su impacto, las emisiones que se generan y ni hablar de la calidad del trabajo o las condiciones de los trabajadores, que muchas veces no conocemos y no existe un ente que los regule. Después, entramos en un modelo mundial que lo sigue perpetuando y ahí entra el rol de los medios de comunicación, cómo hemos usado las herramientas de marketing para promover el consumo y perpetuarlo, motivando a las personas a que cambien el celular no antes de que falle, sino porque salió uno mejor, lo mismo con la ropa según la temporada. Somos individuos cortoplacistas que hemos entrado en una forma de vida de validación por lo que se tiene y no por lo que se es: “Me compro el auto más grande, porque me van a mirar mejor o ropa más bonita, porque voy a calzar mejor en este grupo”. Vivimos mucho en el tener y poco en el ser. En economía nos enseñan que los sujetos somos maximizadores de utilidad

y hemos puesto el beneficio propio antes que todo. A esta ecuación de maximizar las utilidades se agrega una restricción con un presupuesto monetario disponible, pero jamás se ha incluido la restricción presupuestaria de los recursos naturales y hasta que no haya un agente mundial que lo regule, vamos a seguir produciendo sin considerar los límites planetarios.

¿Cómo resolver, individualmente, la cultura del descarte?

(SV): Me gusta la economía del donut de Kate Raworth, que nos sitúa en tener un nivel mínimo de consumo —nadie aboga por un consumo cero, porque la sociedad depende de algunos niveles de consumo evidentes, como el agua, la energía o los alimentos—. Hay un ciclo interno que satisfacer, si no lo logramos, vamos a gene- rar problemas de descarte en otros lados, pero después está el círculo más abierto, que no podemos sobrepasar, porque es un consumo excesivo. El gran desafío es cómo tratamos de existir en este espacio del donut. No es fácil, hay mucho tema de comportamiento y de ética, información respecto de los costos y beneficios reales de todas las acciones; el valor de las personas o los impactos de lo que descartamos.

«Somos individuos cortoplacistas que hacemos entrada en una forma de vida de validación por lo que se tiene y no por lo que se es. Vivimos mucho en el tener y poco en el ser.»
Maryon Urbina

(MU): Muy de acuerdo con Sebastián. Necesitamos movernos hacia la mirada común y, para llegar, es necesario ejercitar el diálogo y reflexión, algo que nos cuesta cada vez más, porque estamos muy aleja- dos entre nosotros. En Chile, estamos cada vez más divididos en múltiples grupos. El desafío global y la cultura del descarte requieren de mucha reflexión y diálogo para formar acuerdos para el bien común. No es fácil.

(AA): También estoy de acuerdo, hablando sociológicamente. Una cultura no desaparece de un día para otro, es difícil trans- formarla y no hay tanto tiempo. Cómo logramos crear espacios de encuentro entre nosotros para tomar conciencia de todo lo que implica y hacerlo con justicia, reducir nuestro consumo, logrando que todas las personas tengan este nivel mínimo de vida, que sea suficiente, que no exista gente que tenga que recurrir a camiones aljibes para tener agua o que no tenga qué comer. Problema bien complejo y desafiante que también hay que trabajar en conjunto.

 

Notas

  1. Cf. Papa Francisco, Carta encíclica Fratelli tutti, Asís, 3 de octubre de 2020, nro. 188.

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