Ulrich G. Volkmann, Profesor de la Facultad de Física de la UC

Sangyas Tondup, Practicante (ngakpa) de la vertiente vajrayana linaje drikung kagyu

Milena Grass Kleiner, Profesora de la escuela de teatro de la UC

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La fraternidad como nueva frontera de la humanidad

DIÁLOGO ENTRE CREYENTES Y NO CREYENTES

Ulrich G. Volkmann, Profesor de la Facultad de Física de la UC


LOS RETOS QUE ESTAMOS ENFRENTANDO, como el cambio climático y la migración masiva de personas debido a estos factores o a crisis políticas, nos demuestran que como especie humana somos vulnerables. El Papa nos invita a darnos cuenta de nuestras similitudes, a tratarnos como hermanos y a cuidar los unos de los otros. Parte de cuidarnos como hermanos, como humanidad, es cuidar del planeta, del medio ambiente, es decir, de nuestro hogar. Por eso es tan importante hacer todos los esfuerzos necesarios para protegerlo.

Independientemente de nuestra nacionalidad, de si practicamos una religión o no, el aceptar nuestras diferencias, sabiendo que en el fondo somos humanos, debería ser suficiente para cuidarnos mutuamente. Para los adultos puede parecer un verdadero desafío el ser solidarios con alguien que se ve o piensa totalmente distinto, pero si se observa a los niños, ellos no dejan que las diferencias los separen al jugar.

El diálogo entre los seres humanos en materia religiosa, social y política es fundamental para vivir los desafíos que deberemos enfrentar como humanos. Debemos ser solidarios y centrarnos en nuestras semejanzas más que en nuestras diferencias, abrir nuestra mente y escuchar a nuestros hermanos e intentar alcanzar un bien común.

Recordemos lo que pequeños grupos de personas pueden lograr en beneficio de sus comunidades. Por ejemplo, en nuestra parroquia, la Pastoral Social incluye la ayuda fraterna a adultos mayores y contribuye también con aportes a familias con necesidades, supliendo un rol que el Estado no alcanza a cumplir.

Para la fraternidad en una sociedad, el capítulo 7 de Frattelli tutti, «Caminos de reencuentro», nos invita a descubrir el valor del “perdón, sin olvidos” y “se puede conseguir venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21) mediante el cultivo de las virtudes que favorecen la reconciliación, la solidaridad y la paz”.

Sangyas Tondup 
Practicante (ngakpa) de la vertiente vajrayana[1] linaje drikung kagyu

EL APRENDIZAJE Y LA EXPERIENCIA OBTENIDA POR MÁS DE 10 AÑOS se ha hecho de la mano de los venerables lamas o gurús, tanto en Chile como en tierras montañosas del Himalaya.

El desafío de una convivencia más pacífica y feliz, con mayor sentido de equidad y tolerante ante las diferencias conceptuales y/o emocionales, ha sido la gran búsqueda en la existencia del ser (humano, en este caso). Desafío que se ha visto frustrado, limitado y muchas veces hasta ignorado, producto del notorio egocentrismo que solo transita con urgencia hacia la propia satisfacción y quizás, con algo de suerte, hacia la consideración de otros que, en el mejor de los casos, puedan ser aquellos seres que acompañan nuestra propia vida: familia y amigos más cercanos.

La falta de ese amor que anhela profunda y sinceramente la felicidad de todos, no solo la de quienes son el centro de nuestra atención, como también la falta de una mente sabia y compasiva, son el origen del sufrimiento en sus variadas formas.

Debemos observar más nuestros propios estados mentales y sus patrones conductuales, para reconocer y modificar hábitos dañinos para otros y para uno mismo. A su vez, debemos alejarnos de la errónea percepción de que solo la obtención de placeres sensoriales nos traerá la tan anhelada y esquiva felicidad. La fraternidad se construye, la felicidad se crea, la bondad se cultiva y es la compasión profunda y sincera el denominador común de todo.

Necesitamos enseñar ética en las escuelas, y entender que la vida no es posible sin la interdependencia entre y desde los seres humanos. Necesitamos sabiduría (saber y hacer) y desarrollar una mente pacífica (con meditación). Necesitamos entender que la virtud —aquella acción que genera una sonrisa y tranquilidad en otro ser— es la única forma de transformar nuestros pensamientos, emociones y acciones negativas.

La casa de todos es hermosa. Por fuera, su arquitectura es la generosidad y el amor. Sus muebles —su contenido— son la compasión y quien la habita es quien ha merecido vivir en ella. La casa es nuestra propia mente.

Milena Grass Kleiner
Profesora de la escuela de teatro de la UC

MI RELACIÓN CON EL JUDAÍSMO ES COMPLEJA. Así como mi madre se alejó principalmente de la religión, mi bisabuelo era el rabino de su pueblo en Europa Central. La historia de mi familia materna está marcada por el exterminio en los campos de concentración. Ni la religión ni la comunidad judía formaron parte de mi infancia, excepto por lo que me llegaba de mi abuela y el desarraigo y la brutalidad de la Shoah.

En fin, una mezcla que siempre me ha hecho sentir judía, parte de la cultura del pueblo elegido, pero también de la minoría, del margen y de la discriminación. Una posición curiosa para transitar por la vida. Exacerba la inseguridad y la autosuficiencia, pero, sobre todo, produce empatía con las personas y comunidades perseguidas. Hace muy fácil ponerse en el lugar de quienes tienen que escapar para salvarse, saber que mis abuelos, mi tía y mi madre estuvieron a punto de ser exterminados solo por su identidad cultural y se exiliaron a Francia; que pasaron la noche en un cuartel de policía en Londres para ser deportados, porque no les dieron refugio; que pudieron abordar el último barco que zarpó de Marsella y no estuvieron entre los pasajeros que bajaron para ser enviados a los campos de concentración y, finalmente, que pudieron llegar a Chile.

No me malentiendan: no hay quejas ni intento de compararme con quienes deben arrancar sin todas las facilidades de una familia blanca y burguesa. Son hechos que definen mi vida y que me obligan para con el presente. ¿Qué me queda, entonces, si no lamento? Gratitud a pesar de todo; responsabilidad de luchar por quienes no tienen los privilegios que he gozado.

En la distinción entre nosotros y los otros pervive siempre el potencial de la discriminación y la aniquilación de quienes son diferentes. Me queda lo que tenemos en común. En este contexto, la fraternidad es un desafío urgente y difícil, porque no todas las historias entre hermanos terminan bien, lo sabemos. La hermandad es lugar de pasiones profundas y antagónicas. Por lo mismo, elegir en la fraternidad, lo común por sobre lo propio, es ejercer la libertad individual y decidir comprometerse por un mundo mejor.

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