Fernando Arancibia Collao
Profesor del Instituto de Éticas Aplicadas de la UC. Católico.
LA DIGNITAS INFINITA ES CRÍTICA DE LA GUERRA y busca reducir a su mínima expresión su ámbito de legitimidad: “Todas las guerras, por el mero hecho de contradecir la dignidad humana, son ‘conflictos que no resolverán los problemas, sino que los aumentarán’” (nro. 38); “para construir la paz es necesario salir de la lógica de la legitimidad de la guerra”; “no podemos pensar en la guerra como solución, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’”. Finalmente, “la íntima relación que existe entre fe y dignidad humana hace contradictorio que se fundamente la guerra sobre convicciones religiosas” (nro. 39).
La declaración no excluye que la guerra pueda ser legítima en algunos casos. De ahí que reafirme el “derecho inalienable a la legítima defensa, así como la responsabilidad de proteger aquellos cuya existencia está amenazada” (nro. 38). Esto es lo que constituiría la llamada “justa causa” de la teoría de la guerra justa (TGJ)1, que está en perfecta armonía con las condiciones de legitimidad de la guerra que propone el Catecismo de la Iglesia Católica (2307 a 2317).
Podemos distinguir al menos tres enfoques éticos acerca de la guerra: el pacifismo, la TGJ y la guerra santa. El enfoque de la última está excluido en Dignitas infinita, en la medida en que plantea una contradicción entre la guerra y su justificación en términos religiosos. A su vez, el enfoque del pacifismo se puede comprender desde dos perspectivas: la “estricta”, que plantea que nunca es moralmente permisible librar una guerra; y la “amplia”, que afirma que la paz es un ideal que hay que promover bajo todas las circunstancias, a menos que no existan más alternativas. En este caso, esta visión de pacifismo es consistente con una TGJ a la hora de restringir el ámbito de la legitimidad moral de la guerra, pero sin descartar la legitimidad de la autodefensa y la defensa de otros. En este sentido, Dignitas infinita plantearía una forma de pacifismo amplio, consistente con una concepción restringida de TGJ.
En síntesis, en el contexto actual, en el que las guerras se vuelven cada vez más cruentas y en el que la capacidad de destrucción está más acentuada que nunca debido al avance tecnológico, es necesario reducir el ámbito de legitimidad de la guerra.
Marcelo Marzouka Devilat
Profesor del Instituto de Ciencia Política. Católico Ortodoxo.
DURANTE SU JUVENTUD, MI ABUELA KATRINA Y SU FAMILIA recolectaban maramiyye, lubie y juerre, plantas silvestres que crecen en las colinas de Belén y Jerusalén. Luego de la recolección, se reunían para preparar infusiones y comidas. Es por eso, quizá, que mi abuela hablaba con tanto cariño de su primo Elías, que vivía en el barrio de Qatamon, en Jerusalén, y cuya casa debió abandonar en enero de 1948, luego de que el hotel Semíramis sufriera un atentado. El ataque había sido perpetrado por un grupo paramilitar, Haganá, perteneciente a un movimiento político nacido a fines del siglo XIX, el Movimiento Sionista de Herzl, que buscaba establecer un Estado con mayoría demográfica judía en Palestina, como solución para la horrenda discriminación y las persecuciones que había sufrido su pueblo en Europa.
De esta forma, entre diciembre de 1947 y julio de 1949, 531 aldeas palestinas fueron despobladas y dos tercios de los palestinos fueron forzados a abandonar sus hogares. Tal es el caso de la aldea de Najd, cuya población fue enteramente expulsada el 12 de mayo de 1948 y buscó refugio en la cercana Gaza.
El 70% de las personas de Gaza son refugiados, o sus descendientes, que fueron desplazados hace 76 años. Hace 57 años que viven bajo el control de ese mismo ejército que los desplazó y que decide sobre las entradas y salidas de personas, alimentos y medicamentos, sus telecomunicaciones, su registro de población, su espacio aéreo, su subsuelo y las millas marítimas entre las que pueden pescar. En Cisjordania, además, este ejército construye colonias exclusivas para personas que llegan de distintos lugares del mundo y aplica un sistema de justicia militar solo a los palestinos, inclusive a menores de edad.
En la declaración Dignitas infinita se habla de cómo la guerra es una tragedia en sí misma, que niega la dignidad humana a través del sufrimiento y la destrucción que causa, lo que no puede ser justificado por los propósitos que las acciones bélicas persiguen. En efecto, es una derrota para la humanidad que se niegue a un pueblo el derecho a retornar a su hogar; a tener seguridad, habiendo pedido una misión de paz que lo proteja; a que se ejecute el derecho internacional; a vivir libre de control militar extranjero o, siquiera, a tener un Estado en el 22% de lo que era su país, lo que aceptaron hace 30 años.
David Preiss Contreras
Profesor de La Escuela de Psicología. Ju
EN EL SIGLO EN QUE SE ESPERABA EL FIN DE LA HISTORIA —y, por ende, de las guerras—, el cumplimiento de la profecía de Isaías parece lejano. Vivimos una época en que la experiencia de la guerra retorna de modo amplio y vengativo. De pronto, la paz global y las instituciones que construimos para defenderla no parecen ser tan sólidas como creíamos, y en un momento en el que la humanidad debiera colaborar para superar el colapso de los ecosistemas, vemos a diversas naciones en una carrera armamentista acelerada que produce, además, armas de creciente sofisticación y con inmensas capacidades destructivas.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los testimonios del Holocausto mostraron a la humanidad lo frágiles que eran las barreras que la protegían de la barbarie. Desde entonces, llevamos décadas buscando maneras de prevenir que la violencia determine nuestras vidas. Hoy, la guerra vuelve a la escena internacional y, en virtud de su asociación con el terrorismo, se globaliza de tal modo que no hay sociedad que se pueda considerar libre de ella. Vivimos tiempos de oscuridad e incertidumbre.
Para desafiar a la barbarie, debemos crear una cultura donde la construcción de la paz y de las instituciones que la protejan sea un compromiso y una tarea permanente. Además, debemos recordar el rol que el encuentro intercultural tiene para el cuidado de la paz, especialmente frente a nacionalismos y nativismos intolerantes. Por último, debemos fomentar el desarrollo de formas de resolución de conflicto basadas en el respeto a la dignidad humana, en el diálogo y en el reconocimiento de otras experiencias.
Estas tres tareas —promover una cultura de paz, el encuentro intercultural y el diálogo— requieren de la colaboración de personas de diversas tradiciones culturales, religiosas y laicas, con especial consideración de las minorías. Si bien los Estados tienen la capacidad de detener la violencia, solo la colaboración de la sociedad civil asegura la permanencia de la paz. Por eso, como parte esencial de la sociedad civil, las universidades deben jugar un rol preponderante y protagónico en la construcción de un futuro que tenga a la paz como aspiración básica de nuestras relaciones y como misión esencial de las instituciones internacionales.