La dignidad humana, reconocida como un valor absoluto e inalienable, ha sido reafirmada en la declaración Dignitas infinita, la cual es significativa en un contexto global que clama por igualdad en dignidad. Este artículo1propone una relectura de este documento, basada en el trabajo del teólogo uruguayo Juan Luis Segundo, buscando abrir nuevos vínculos para reflexionar acerca de la dignidad humana y de cómo la teología latinoamericana ha anticipado y enriquecido la comprensión de este tema.
La dignidad del ser humano se sitúa en el centro de la teología latinoamericana, expresión única y contextual de la fe cristiana en América Latina. La Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) (1968), que siguió al Concilio Vaticano II (1962-1965), jugó un papel crucial en la formulación de esta teología, que se enfoca en la opción preferencial por los pobres y la necesidad de justicia social.
Lo anterior no implica que esta teología adopte una visión marxista de la realidad: como lo aclara Libertatis nuntius2, la teología latinoamericana debe entenderse como una teología cristiana que se esfuerza por aplicar los principios del Evangelio a la situación de opresión en América Latina, sin sucumbir a reducciones ideológicas y sin renunciar a los signos de los tiempos o a la revelación bíblica que refiere a la liberación integral de toda persona. Entendiendo esto, proponemos revisar la declaración Dignitas infinita a la luz de la teología latinoamericana.
En la CELAM de 1968, los obispos afirmaron que la miseria se expresa como una injusticia que clama al cielo y que es una negación a la plenitud de la salvación3. Juan Luis Segundo, en su obra La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret4, subraya cómo Jesús se comprometió radicalmente con los pobres y pecadores, desafiando las injusticias de su época, abordando lo concreto y cotidiano, ofreciendo dignidad y esperanza a aquellos marginados. Jesús, proféticamente, proclamó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos” (Lc 4:18-19). Se trata, entonces, de reconocer que no se refiere solo a un reino futuro, sino también a uno presente, que exige una transformación radical que nos exhorta a colaborar con el proyecto del reino de Dios en el mundo.
La fe: fuerza liberadora
Segundo muestra cómo en la “Epístola a los romanos” san Pablo describe la fe en Jesucristo como una fuerza liberadora que transforma la vida. Ahora bien, el apóstol de los gentiles enfatiza que la fe no es simplemente una creencia, sino una respuesta madura y transformadora a la realidad. La “filialidad” no es vivir “aniñados”, sino como niños; es decir, fundando nuestra vida en la confianza al Padre de manera activa, asumiendo con responsabilidad la misión que nos es confiada. En este sentido, la fe de Jesús nos impulsa a vivir de acuerdo con los valores del reino, enfrentando las resistencias de la realidad y transformándola, “porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gál 5:6). Esta fe de Jesús nos sirve como ejemplo y guía y, a través de nuestra fe en él, podemos vivirla; ella es una respuesta al amor de Dios que precede, es una fuerza que transforma al individuo, lo interpela y anima a actuar.
Aquí, la relación entre escatología e historia es central, dado que, por una parte, la resurrección introduce una nueva dimensión de esperanza y, por otra, imprime un serio compromiso con la justicia en el presente histórico. Es decir, la escatología está lejos de ser una expectativa pasiva de un futuro distante: es una realidad que se espera, pero que también se vive en el presente, impulsándonos como cristianos a una vida de coherencia ética y, por tanto, de un firme compromiso social, parte clave del “ya (desde ahora), pero todavía no (aún no en plenitud)” del que tanto hablamos en teología.
El hijo pródigo
La parábola del hijo pródigo (Lc 15:11 32) ilustra los conceptos de reconciliación y restauración de la dignidad humana5. En ella, el padre representa a Dios, quien toma la iniciativa de la reconciliación. Cuando el hijo regresa arrepentido, el padre se conmueve y corre a su encuentro, lo abraza y lo besa. La iniciativa es, una vez más, del padre. Si leemos con detención, no le permite al hijo terminar su confesión, que incluía la frase “trátame como a uno de tus trabajadores”, porque, ante todo, jamás dejará de ser su hijo. Este acto de acogida y restauración es una muestra de la acción de Dios para con la humanidad, es un poderoso símbolo de lo inalienable que cada uno tiene como hijo de Dios y un llamado profundo a reconocer que, por cuanto es reconocida como su hija, sin importar su situación vital ni sus decisiones, cada persona tiene una dignidad que jamás se anula.
En su libro, Segundo trata esta parábola de manera contundente, señalando que la liberación es, finalmente, el reconocimiento de lo humano. “La misericordia del Padre es un signo de la justicia divina que busca siempre restaurar la dignidad”6, enfatiza el autor.
Dignitas infinita
“Cada ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural, posee una dignidad infinita e inalienable, que no depende de circunstancias externas, sino de su misma naturaleza creada a imagen y semejanza de Dios” 7. Esto resuena profundamente con lo expresado y nos remonta a las palabras de Segundo: “La dignidad del ser humano (…) no es otor gada por las estructuras sociales ni por los méritos individuales, (…) es inherente a la condición humana creada a imagen de Dios y redimida por Cristo” 8.
No es en Dignitas infinita que la Iglesia aborda, por primera vez, la dignidad humana: más bien enfatiza este tema desde diversas perspectivas, debido a un contexto lleno de amenazas. La visión liberadora que defiende y se juega por la dignidad de todos se actualiza y fortalece con la declaración, destacando desafíos contemporáneos, como la maternidad subrogada, el tráfico de personas y la explotación económica9. La promoción de la dignidad humana es parte de la acción y deseo de Dios, siempre novedosa y apelante. La Iglesia, confiando en la fuerza del resucitado, la promueve y nos exhorta a una acción pastoral integral, respondiendo al amor de Dios con una fe vivida en todos los aspectos de nuestra existencia, siendo testigos y colaboradores del reino.
Notas
- Investigación realizada en el curso optativo de profundización teológica Cuestiones de Teología Fundamental. Profesor guía: Fernando Verdugo, Facultad de Teología de la UC.
- Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (1984). Instrucción sobre algunos aspectos de la “teología de la liberación”. Vatican cap. 4
- CELAM (1968). Justicia. II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Medellín, Colombia.
- Segundo, J. L. (1991). La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret. Sal Terrae.
- Hablamos de restauración y no de recuperación, pues se puede atentar contra la dignidad humana provocando que esta se dañe, pero nunca se pierde al punto de ya no tenerla.
- Segundo, La historia perdida, 145.
- Dicasterio para la Doctrina de la Fe (2024). Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana, nro. 22.
- Segundo, La historia perdida, 78.
- Dignitas infinita, nros. 5, 31, 41-42, 48-50.