«¿Cuántos otros llamados han sufrido la misma invisibilización con localidades como Legua Emergencia como telón de fondo? »
<<No digas que vives en Puente Alto». La frase adquirió notoriedad después que la protagonista de Las dos Carolinas la escuchara como recomendación laboral. El hecho de que la afirmación hubiese sido pronunciada en una telenovela no impidió que el alcalde de la comuna homónima la denunciara por discriminadora y exigiera disculpas públicas al canal emisor.
¿El agravio?: introducir una sospecha sobre la idoneidad moral de los puentealtinos. Sorprendido y contrariado por el cuestio- namiento edilicio, el director ejecutivo de la estación televisiva buscó sofocar una crítica que podía convertirse en mala propaganda. Sus explicaciones deslizaron una conjetura: la verdadera intención del jefe comunal no habría sido otra que conquistar notoriedad.
Lo que para algunos no fue más que una controversia fabricada artificialmente, para otros permitía ratificar el poder de los me- dios a la hora de movilizar representaciones sobre barrios, sectores o hasta localidades completas. Que la discusión se basara en una ficción televisada, en vez de concentrarse en una pesquisa periodística, ejemplifica la creciente significación de las subjetividades en la construcción imaginaria de expectativas.
Aunque la distribución de atributos y menoscabos espaciales ocurre todo el tiempo, existen pruebas de una creciente indisposición hacia comentarios que pueden llegar a tener un alcance domiciliario. Sin embargo, eso no siempre fue así. En muchas oportunidades la denuncia de los minusvalorados, propietarios o arrendatarios apenas logró rasguñar la esfera pública. Un ejemplo clarificador fue lo ocurrido en 2007, cuando la comunidad cristiana Nuestra Señora de la Paz le dirigió, a la misma estación, una carta abierta en la que se preguntaba por las repercusiones de un capítulo del programa En la mira. En un registro interrogativo, la epístola describía los perjuicios que estaban sufriendo los habitantes de Legua Emergencia tras la emisión de un reportaje llamado «El ghetto de la muerte». Sin olvidar su gravísima realidad, los denunciantes alertaban que el sensacionalismo del programa no hacía más que endurecer el confinamiento que padecían desde hacía décadas.
Ambas misivas fueron refrendadas por el párroco de La Legua en su momento. No era la primera vez que el sacerdote solidarizaba con Legua Emergencia —una de las poblaciones nucleadas en torno a la iglesia San Cayetano—, ni la primera vez que rechazaba una imputación desdorosa. Durante más de una década, el liderazgo de Gerardo Ouisse se ha propuesto cambiar el signo, pero también el significado de la vida comunitaria. Misiones, marchas, comedores, atención psicológica, visitas carcelarias, acompañamiento y numerosas exhortaciones constituyen parte de su repertorio no violento e inclusivo. Con todo, y pese al desempeño de la comunidad religiosa en La Legua, la carta pública remitida desde la comuna de San Joaquín en 2007 careció casi por completo de repercusión. ¿Cuántos otros llamados han sufrido la misma invisibilización con localidades como Legua Emergencia como telón de fondo? ¿No habrá llegado el momento en que el debate también permita preguntarnos respecto a los que estigmatizan? Para los que añoran una ciudad justa, ¿no será hora de estigmatizar la estigmatización?