Mi tesis doctoral1lleva por título La red linfática cervical y meníngea como vía para el transporte retrógrado de nanopartículas al cerebro2. La mayoría de nuestras publicaciones en ciencia tienen palabras rimbombantes y técnicas, necesarias para la formalidad y la objetividad, pero con el triste efecto adverso de que las historias humanas, las génesis de las ideas y las montañas escaladas se pierden tras cortinas tejidas de gráficos y cálculos, de resonancias magnéticas y células teñidas. Hoy, abriremos un poco el telón para mostrarles el alma que hubo detrás de este proyecto y las conversaciones que surgieron entre la fe y la razón.
En palabras sencillas, descubrimos que el flujo linfático puede ir al cerebro desde el cuello, algo que no se había descrito desde que Paolo Mascagni, en el siglo XVIII, estudiara este sistema. Se pensaba que el flujo iba en una sola dirección: hacia el tórax. Estos hallazgos abren una nueva ruta potencial para la nanomedicina y el envío de fármacos al cerebro. Pero, para que se lograra imaginar esta hipótesis, tuvieron que confluir dos historias humanas.
En 2016, un año después del descubrimiento de los linfáticos de las meninges que rodean al cerebro, pensaba realizar una especialización clínica, mientras me preparaba para el examen de convalidación en Chile —soy de Honduras—, tras haber recibido una beca por el descubrimiento del síndrome Ramos-Martínez. Lo que no sabía era que se dirigía en mi dirección una serie de eventos que me impactaría tan fuerte que me encarrilaría a mi verdadero camino.
A dos semanas de viajar a rendir el examen, mi padre sufrió un infarto cerebral, del que pudo sobrevivir con leves secuelas en esa ocasión y recibió el alta a la semana. Una vez en casa, continué estudiando, pero con una tos que no me perdonaba. Mi novia de entonces, Karla, me aconsejó realizarme una radiografía de tórax. Yo mismo hice la orden y acudí al hospital público donde habíamos atendido a mi padre. Al revelarse, la coloqué en el negatoscopio y, para mi sorpresa, brillaba una masa de gran tamaño en mi pulmón derecho. Al mostrársela a los especialistas ese día, me trasplantaron el miedo con miradas, y volví a casa ese fin de semana con el pendiente de hacerme estudios a profundidad el lunes. Durante dos días, dormí pensando que tenía cáncer o tuberculosis.
Al llegar los resultados de múltiples análisis, respiré un poco, porque se descartó el cáncer. Sin embargo, me esperaban meses de tratamiento antifímico, con enormes pastillas diarias y la angustia de no saber si sería efectivo. Gracias a Dios, cumplido el tratamiento, los estudios de control revelaron que mi pulmón se había salvado sin pérdida de tejido. Con todo, no pude viajar a rendir el examen, y las esperanzas de hacer estudios en el extranjero parecían menguar.
En medio de oraciones y de las interminables horas de angustia en aislamiento, tuve mucho tiempo para pensar en la vida y en los propósitos que Dios tiene para cada uno. Oré por poder casarme con Karla y porque me guiara hacia el camino correcto para hacer ciencia, que creo que ha sido uno de los regalos que Dios me ha dado. En esos días, encontré el Doctorado en Ciencias Médicas de la UC. Unas cuantas aventuras, exámenes y entrevistas después, fui aceptado en el programa. Me casé y viajé para iniciar el doctorado, en el que conocería a un ser humano especial.
En 2015, el mismo año en que se descubrieron los linfáticos meníngeos, la doctora checa Iva Polakovičová llegaba a Chile tras haber participado en investigaciones en Harvard. Una serie de serendipias marcó su llegada a Santiago y a la UC. Hasta donde pude conocer a Iva, no era una persona religiosa y, para ella, el viaje tenía otras implicaciones: era experta en exosomas, pequeñas vesículas que usan las células para comunicarse. Cuando asistí al laboratorio del doctor Alejandro Corvalán buscando observar células de cáncer al microscopio, conocí a Iva. Les comenté de un proyecto que venía realizando en la búsqueda de tumores del tejido linfático meníngeo, e Iva me informó que nadie sabía cómo llegaban loscienciaddddddddddddd exosomas al cerebro. Le planteé que la vía linfática podía ser una ruta teóricamente probable, y así inició un proyecto en el que nos embarcaríamos para poner a prueba siglos de supuestos fisiológicos.
Todo iba increíble en nuestros ensayos, hasta que llegó la pandemia. Entonces, sufrimos una partida inesperada, pero no por el virus. En la noche del 8 de octubre de 2020, Iva sufrió un evento cerebrovascular. Mientras se esperaban las noticias médicas, las reuniones de laboratorio se transformaron en oraciones por su recuperación y por su alma, cada uno desde su perspectiva. No peleamos por quién tenía la razón en su visión de Dios o en su existencia. En ese momento, a todos nos unió el amor por nuestra amiga.
Iva falleció el 12 de octubre3. Con su partida, al menos de mi parte, además de ser testigo de nuestra vulnerabilidad y fragilidad como seres humanos, también aprendí que somos más que nuestro título universitario o nuestros resultados experimentales. El ser humano tiene múltiples esferas, algunas cuantificables y otras no.
Quienes la conocimos sentimos el impulso de concluir esta investigación con lo mejor de ambos mundos: la razón y la fe. Esto implicó realizar cada experimento y cada medición de la forma más rigurosa posible, para acercarnos a la verdad de los mecanismos evaluados. Pero también significó dotar a cada ensayo de una trascendencia que no podíamos medir, pero que siempre estuvo presente. Para quienes tenemos fe, es la trascendencia de la misión que Dios nos ha encomendado.
«Además de ser testigo de nuestra vulnerabilidad y fragilidad como seres humanos, también aprendí que somos más que nuestro título universitario o nuestros resultados experimentales».
Sé que, al leer los artículos científicos —con sus títulos sofisticados—, tal vez sea complejo percibir todas las historias que hay detrás. Sin embargo, en su esencia vivirán siempre construidos por las maravillosas vidas que compartieron parte de sí mismas: sus experiencias, su trabajo, sus realidades, su razón y, también, ese diálogo con la fe que nos permitió seguir adelante.
En una nota esperanzadora, les comparto que esta vía ya ha sido utilizada por primera vez, tras nuestro descubrimiento —incluidos los trabajos de laboratorio de los doctores Marcelo Andia y Marcelo Kogan—, en el desarrollo de inmunoterapia para el cáncer de mama metastásico4.

“Conseguí un
microscopio derecho
en el departamento
de hematología
del hospital donde
trabajaba. Iva tenía 11
años y ya sabía que
sería científica”.
Šárka Polakovičová,
madre de la
dra. Iva Polakovičová.
Notas
- Premio Cardenal Newman 2021. Reconocimiento entregado por la Pastoral UC y la VRI al proyecto de tesis doctoral Uso de nanopartículas para el estudio del transporte de exosomas al cerebro a través de la vía linfática. Tutores de tesis: Marcelo Andia, Alejandro Corvalán y Marcelo Kogan.
- Ramos-Zaldívar et al. (24 de octubre de 2024). The Cervical and Meningeal Lymphatic Network as a Pathway for Retrograde Nanoparticle Transport to the Brain. Int J Nanomedicine 19, 10725-10743. DOI: 10.2147/IJN.S477159.
- Polakovičová, I. (3 de agosto de 2025). Vida en Santiago. https://ivapolakovicova.com/es/vida-en-santiago/
- Dai, Y. et al. (2025). Targeted Modulation of the Meningeal Lymphatic Reverse Pathway for Immunotherapy of Breast Cancer Brain Metastases. ACS Nano 19(4), 4830-4844. DOI: 10.1021/acsnano.4c15860.