María Ignacia Alvarado
Editora Revista Diálogos N°9

 

Dr. Andrés Valdivieso
Profesor Facultad de Medicina UC.

 

Felipe Widow
Profesor de la Facultad de Derecho UC
Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.
ffwidow@uc.cl

Revista

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Ética y Justicia: en la Actividad Académica

«Preguntas entre académicos»: Artículo basado en Cursos de Formación para Académicos Pastoral UC.
Tanto la investigación como la docencia son tareas llamadas a ser ejercidas con un auténtico Espíritu cristiano, pero no siempre resulta sencillo discernir en los casos particulares que se presentan a diario. En los cursos: «Ética en la Investigación» y «La justicia de Dios procede del amor» se abordaron algunos aspectos que iluminan la labor académica a este respecto. A continuación dos de sus expositores responden a algunas de las interrogantes que en torno a estos temas se plantean.

¿Cuáles son los principales obstáculos en la investigación científica para conciliar el conocimiento  de la verdad, el bien del individuo y el bien de la sociedad?1

Dr. Andrés Valdivieso
Profesor de la Facultad de Medicina UC, médico y especialista en  medicina interna por la Pontificia Universidad Católica de Chile, especialista en nefrología por la Universidad de Miami.

Andrés Valdivieso: Me referiré a la investigación médica que emplea seres humanos. Para conciliar el conocimiento de la verdad con el bien del individuo, el principal obstáculo deriva de no tener una respuesta única acerca de la verdad sobre el ser humano, sobre lo que es el hombre.

La medicina busca el bien del individuo y es un saber práctico cuyo fin es la curación de la enfermedad, el alivio del dolor y la promoción de la salud. Sin embargo, actualmente su progreso descansa en la investigación, actividad humana cuyo fin es descubrir la verdad. Entendida solo en su sentido científico-técnico, verdad equivale a verificar o rechazar una hipótesis, construida a partir de la observación de la realidad.

La clave para resolver el dilema es aceptar que —en la investigación en seres humanos—, la verdad científica está al servicio de la persona y no al revés. Es decir, la búsqueda de la verdad en medicina, se entiende obligada al servicio de las personas y subordinada a su respeto. Los Comités de Ética e Investigación no se inventaron para promover la investigación, sino para proteger al voluntario que participa en un estudio. Al hacerlo, promueven la buena investigación.

Esa protección se justifica porque el ser humano es persona y es digno. Pero para el cristiano esta noción supone algo más: una dignidad especial, surgida de su conexión con Dios, con quien tiene una relación única. Es su creatura, creada a su imagen y semejanza. En consecuencia, ese alguien que consiente en ayudarme para descubrir una verdad, al igual que yo, posee algo de Dios. Y si creo que Dios existe, ¿cómo podría no respetarlo?

Y mientras más frágil, menos culto, menos importante y más vulnerable sea, más protección merece. El principal obstáculo, el principal peligro para hacer una buena investigación, consiste en “utilizar” al ser humano.

Veamos ahora brevemente orientaciones para enfrentar conflictos potenciales entre la búsqueda de la verdad y el “bien de la sociedad”. En general, para lograr el bien de la sociedad se requiere justicia y además, siendo realistas, solidaridad. En investigación clínica, esto significa: a) usar correctamente y responder prolijamente de los recursos públicos recibidos para trabajar y b) exigir que los posibles beneficios derivados de la investigación se asignen con justicia y los aprovechen primero los mismos sujetos que aceptaron participar en ella. Creo que estas ideas podrían reducir conflictos.

En mi quehacer docente, ¿cómo puedo llegar al equilibrio entre ser justo y misericordioso, sin anteponer la misericordia a la justicia? 2

 

Felipe Widow
Profesor de la Facultad de Derecho UC, Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.

Felipe Widow: Muchas veces experimentamos una suerte de tensión (y hasta contradicción) entre la justicia y la misericordia. La labor educadora es un buen ejemplo de esto: cuando un padre debe castigar a su hijo, o cuando un profesor debe reprobar a un alumno, nos debatimos entre aquella justicia que traerá aparejada dolor, por una parte, y una cierta inclinación a suavizar nuestro juicio, para evitar ese sufrimiento del otro que nos duele a nosotros mismos, por la otra. Sin embargo, tal como advierte San Juan Pablo II: “la misericordia difiere de la justicia pero  no  está  en  discordancia con ella” (Dives in Misericordia n.4). Y si no están en discordancia es porque misericordia y justicia son concordes, es decir, proceden de un mismo corazón: una y otra se siguen del amor. La justicia es el amor al bien del otro como disposición a darle lo suyo, lo que le corresponde; y la misericordia, a su vez, es el ánimo de hacer propias las miserias y desdichas del otro, por amor a él. Y lo que procede de una misma raíz no puede ser contradictorio: cuando el juicio es dulcificado por la misericordia, si nos mueve el amor (y no el egoísmo de nuestra propia incapacidad para sufrir y ver sufrir, que muchas veces se disfraza de compasión), entonces no habrá injusticia; y no desaparece la misericordia cuando las exigencias de justicia se deben imponer a nuestra inclinación compasiva, ya que la verdadera misericordia no tolera la injusticia.

No hay mayor ejemplo de esta concordia entre justicia y misericordia que el amor de Dios por nosotros. Jesucristo, en efecto—que, como dice el Papa Francisco, “es el rostro de la misericordia del Padre” (Bula Misericordiae Vultus n.1)—, paga por nosotros el precio justo del pecado: “en la pasión y muerte de Cristo —en el hecho de que el Padre no perdonó la vida a su Hijo, sino que lo «hizo pecado por nosotros»— se expresa la justicia absoluta, porque Cristo sufre la pasión y la cruz a causa de los pecados de la humanidad” (Juan Pablo II, Dives in Misericordia n.7). Justicia absoluta que es, a la vez misericordia absoluta.

Por ello, si queremos alcanzar esa concordia entre justicia y misericordia, hemos de hacerlo a imitación del amor de Dios por nosotros: buscando el bien auténtico del otro (el hijo, el alumno), debemos estar dispuestos a sufrir con él y por él. Sólo así entenderemos el valor de la justicia, aún si causa dolor. Y sólo así nuestra justicia será perfeccionada por la misericordia (y no disuelta por nuestra aversión al sufrimiento).

Notas

  1. Pregunta de Salesa Barja, profesora de la Facultad de Medicina UC.
  2. Pregunta elaborada por Patricia Masalán, profesora de la Escuela de Enfermería, Facultad de Medicina UC.

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