Reflexiones desde la experiencia escolar sobre la pérdida y el acompañamiento1

La asimilación de la muerte está influida por un contexto que puede apoyar, obstaculizar o ignorar la experiencia particular de cada persona y el sentido que le otorga. En relación con los acompañamientos de la escuela, ocho jóvenes narraron experiencias de apoyo, como también tensiones y dificultades; pero todas apuntaron a que “vivir la muerte” trajo sosiego y esperanza.
Por más que se lo desee, es imposible silenciar la muerte. Esta es ineludible y frecuente. Las estadísticas indican que, en los países occidentales, alrededor del 4% de los escolares pierde a uno de sus padres antes de los 18 años2, y si se suma a los hermanos, el porcentaje asciende a 7%3. Las cifras también son elocuentes en Chile, considerando la cantidad de niños y adolescentes fallecidos en edad escolar. En 2022 murieron en Chile 937 personas entre 5 y 19 años4. La mayor cantidad de las muertes acontece en los adolescentes de entre 15 y 19 años (562 casos), siendo las situaciones violentas las principales causas, como suicidios, accidentes de tránsito y homicidios.
La experiencia de la muerte puede gatillar profundas preguntas acerca de la vida y su significado. En el siglo XVI, el filósofo francés Michael de Montaigne5 sostenía que filosofar es aprender a morir. La muerte es la que marca el momento cuando nuestra vida se completa, independientemente de cuántos años duró. Con la muerte tomamos conciencia de que el valor de la vida “no reside en su duración”6, sino en cómo se ha vivido. De aquí que Montaigne concluya que las comprensiones más profundas de la vida y para la vida acontecen, paradójicamente, cuando se experimenta la muerte.
Las investigaciones actuales han corroborado esta aproximación. Al tiempo que la muerte de un cercano es una experiencia que genera profundo dolor y tristeza, también puede promover una profunda reflexión acerca de cómo se vive7. Se ha observado que el fallecimiento de un cercano puede conducir a una búsqueda activa de significado de la vida8. La muerte empuja a una reelaboración de la historia vital, el modo de abordar el presente y las expectativas.
«El acompañamiento de la escuela es fundamental, pues hay familias que están tan absorbidas por el dolor que pueden proporcionar poco apoyo a sus hijos e hijas».
Reconocer la muerte es parte de la vida
La escuela constituye uno de los lugares más apropiados para pensar y hablar sobre la muerte, debido a que puede orientar a los estudiantes a reflexionar acerca de la finitud de la vida y acompañarlos en procesos de duelo9. Se ha estudiado que el acompañamiento de la escuela es fundamental, pues hay familias que están tan absorbidas por el dolor que pueden proporcionar poco apoyo a sus hijos e hijas10. Inclusive, algunas familias evitan hablar de la muerte en sus hogares, desplegándose una “narrativa del silencio”11. De aquí que es relevante preguntarse qué ocurre con los estudiantes que han experimentado una muerte en su contexto escolar. ¿Qué significados acerca de la vida suscita esta experiencia?, ¿cómo la escuela, desde sus percepciones, ha acompañado la elaboración de la muerte?
Considerando estas preguntas, se desarrolló un estudio cualitativo con los jóvenes caracterizados en la tabla 112, y se aplicaron dos técnicas para examinar los significados de la muerte para cada uno: debían escribir una carta dirigida a un estudiante imaginario —pasando por una situación similar—, contándole de manera general lo que a ellos les tocó vivir en su liceo o colegio, y cómo percibieron la vida a partir de esa experiencia que los removió. La finalidad de esta tarea era permitirles reflexionar y expresar sus pensamientos de manera profunda, puesto que la escritura potencia la narración de la experiencia personal. Unos días después de escribir la carta, se realizaron dos entrevistas presenciales con cada participante, separadas por una semana, y los jóvenes compartieron lo mismo, pero esta vez se les pidió que relataran cómo su escuela abordó la situación.
Esta metodología iterativa se construyó especialmente para este estudio, considerando que investigaciones previas indican que el procesamiento de la muerte se asemeja a una narración; es decir, los significados no se escriben de manera lineal, sino regresando a las elaboraciones anteriores. El Comité de Ética de la Universidad Católica aprobó el estudio, garantizando el cuidado y respeto hacia cada participante. Se contó con protocolos de asistencia y acompañamiento en caso de que fuese requerido, aunque no fue necesario activarlos. Los jóvenes participaron sin inconvenientes ni incomodidad, expresando frecuentemente su agradecimiento por contar con un espacio académico para compartir sus experiencias de pérdidas.
Lo que enseñó la muerte a través de un duelo vivido
La extrañeza de la muerte
La noticia de la muerte irrumpe con desconcierto, tristeza y una sensación de irrealidad. Los jóvenes describen esta experiencia como algo incomprensible, que rompe la continuidad esperada de la vida y los enfrenta, por primera vez, con su fragilidad. Luisa lo expresó así: “[Cuando me enteré] quedé en shock; o sea, me acuerdo de que empecé a llorar, así, mal. Como que no entendía lo que estaba pasando. Intenté explicarle a mi hermana, a mi hermano, pero no lo logré”.

Conciencia de la finitud y decisiones vitales
La muerte llevó a varios participantes a revalorar sus relaciones, cambiar sus prioridades y tomar decisiones más auténticas, incluso vocacionales. Reconocieron que la vida puede interrumpirse abruptamente y decidieron vivir con mayor propósito y empatía. Esteban señaló que esta experiencia le hizo desistir de estudiar una carrera socialmente prestigiosa: “Al final, me di cuenta de que no era lo que yo quería. Cambié la postulación, y una de las razones que pensé es que la vida puede interrumpirse en cualquier minuto”.
La singularidad del dolor
Cada joven vivió el duelo de forma única. Aprendieron a validar distintas formas de expresar el sufrimiento, tanto propias como ajenas, desafiando normas sociales que jerarquizan o silencian el dolor. Ana recordó haberse sentido confundida sobre cómo reaccionar, dado que no era del círculo cercano. En la segunda entrevista, agregó que la experiencia ante la muerte le sirvió para comprender la legitimidad y singularidad de su dolor, pese a las presiones sociales. Terminó diciendo: “No hay que tener miedo de mostrar que podemos sentir”.
La empatía como fruto del duelo
Lejos de encerrarse, muchos jóvenes desarrollaron mayor sensibilidad hacia los otros. Algunos decidieron acompañar activamente a sus compañeros en el dolor; otros encaminaron su vocación hacia profesiones de servicio, como la pedagogía. Antonio, por ejemplo, narra cómo el suicidio de un estudiante lo llevó a apoyar a un amigo del fallecido: “Me hizo darme cuenta de que hay gente que necesita ayuda, y que yo podía ofrecerla… Estar, conversar, demostrar que uno está ahí”.
También hay narraciones en que la muerte movilizó la decisión vocacional por profesiones de servicio y contacto con las personas. Susana actualmente estudia pedagogía, y narra que el suicidio de un compañero significó un punto de inflexión en su compromiso con los otros: “Fue como un antes y un después en mi vida. Fue como crecer. Pienso que para mi formación docente es clave. No sería la misma profesora que estoy tratando de ser si no hubiese pasado por esa experiencia, que me hizo mucho más consciente de las personas a mi alrededor”.
«Algunos decidieron acompañar activamente a sus compañeros en el dolor; otros encaminaron su vocación hacia profesiones de servicio, como la pedagogía».
El rol de la escuela en la elaboración del duelo
La asimilación de la muerte está influida por un contexto que puede apoyar, obstaculizar o ignorar la experiencia particular de la persona, y el sentido que ella le otorga. En relación con el acompañamiento de la escuela, los jóvenes narran experiencias de apoyo, como también tensiones y dificultades:
Presencia de equipos profesionales
Los estudiantes valoraron la existencia de equipos multidisciplinarios (psicólogos, orientadores, profesores) disponibles, empáticos y capacitados para contener a la comunidad. Esta presencia evitó que el peso del duelo recayera únicamente en los individuos.
Reconocimiento del derecho al duelo
Se criticó la tendencia de algunos colegios a cerrar prematuramente el proceso de duelo. Se valoraron, en cambio, las escuelas que ofrecieron tiempo, espacios y libertad para expresar el dolor, sin importar el grado de cercanía con el fallecido.
«Cada joven vivió el duelo de forma única. Aprendieron a validar distintas formas de expresar el sufrimiento, tanto propias como ajenas, desafiando normas sociales que jerarquizan o silencian el dolor».
Ritos y memoriales comunitarios
Ceremonias, memoriales y otros gestos simbólicos, como plantar un árbol o instalar una placa, fueron muy significativos para los jóvenes. Estos actos les permitieron procesar colectivamente la pérdida, celebrar la vida del fallecido y mantener viva su huella.
Elaboración de la muerte desde las asignaturas
Conversar sobre la muerte en clases de Religión o Lenguaje fue percibido como valioso. Estas instancias ofrecieron un espacio seguro y familiar para resignificar lo vivido.
La reivindicación de la muerte ayuda a humanizar el entorno dolido
Se puede plantear que las muertes experimentadas por los jóvenes no quedan cerradas a un episodio aniquilador de pérdida y ausencia. Aunque fueron experiencias duras, extrañas y dolorosas, coinciden en que les hizo pensar y resignificar la vida, y reconocer el valor del sufrimiento. Ello se potenció cuando la escuela favoreció espacios de acogida y resignificación de la muerte y el dolor. De este modo, la experiencia de la muerte no fue solo una fractura, sino también una apertura.
Los jóvenes entrevistados mostraron que atravesar el dolor los transformó. Esta resignificación apunta a una idea clave: el duelo es un derecho, y debe ser acogido institucionalmente con ternura, profundidad y tiempo. Así, el derecho al duelo y el que la escuela acompañe en su elaboración constituyen características centrales de una educación comprometida con el desarrollo pleno de los estudiantes.
Frente a un modelo cultural que no se detiene ante el dolor, o incluso lo niega como experiencia de crecimiento, urge reivindicar una escuela que se permita detenerse ante él, acompañar, llorar y rezar. En este sentido, se entiende plenamente el nombre de la bula para este año jubilar: “La esperanza no defrauda”. Reconocer el dolor y darle espacio en nuestras aulas es, también, un acto de esperanza. Significa confiar en que de la herida puede brotar vida; que el sufrimiento compartido humaniza; que la educación, en su raíz más profunda, es también aprender a acompañar en el umbral de la muerte.
Notas
- Este artículo se enmarca en el proyecto de investigación titulado “¿Qué aprendemos de la vida cuando la muerte llega a la escuela?”. Agradecemos a la Dirección de Pastoral UC por su apoyo y financiamiento a través del XIX Concurso de Investigación y Creación para Académicos. También agradecemos a los editores de Diálogos y a los revisores anónimos, quienes sugirieron expresiones y párrafos que hemos incorporado. Ellos son, sin duda, nuestros coautores también. Véase una versión extendida de esta investigación en la revista Teachers and Teaching https://doi.org/10.1080/1 3540602.2025.2553272
- Berg, L., Rostila, M. y Hjern, A. (2016). Parental Death during Childhood and Depression in Young Adults–a National Cohort Study. Journal of Child Psychology and Psychiatry 57(9), 1092-1098. https://doi.org/10.1111/jcpp.12560
- JAG Institute (2021). Childhood Bereavement in the United States. Judi House for Grieving Children and Families.
- Instituto Nacional de Estadísticas (2022). Anuario de estadísticas vitales. Periodo de Información 2022. INE.
- Montaigne, M. (2007 [1595]). Los ensayos (p. 105). Barcelona: Acantilado.
- Ibidem.
- Balk, D. (2014). Dealing with Dying, Death, and Grief during Adolescence. Nueva York: Routledge. Andriessen, K. et al. (2018). Don’t Bother About Me: The Grief and Mental Health of Bereaved Adolescents. Death Studies 42(10), 607- 615.
- Neimeyer, R. (2002). Aprender de la pérdida. Barcelona: Paidós. Neimeyer, R., Klass, D. y Dennis, M. (2014). A Social Constructionist Account of Grief: Loss and the Narration of Meaning. Death Studies 38, 485-498.
- Eyzaguirre, R. (2006). Teachable Moments around Death: An Exploratory Study of the Beliefs and Practices of Elementary School Teachers [Tesis doctoral]. Berkeley: University of California. Gorosabel-Odriozola, M. y León-Mejía, A. (2016). La muerte en educación infantil: algunas líneas básicas de actuación para centros escolares. Psicología Educativa 22(2), 103-111. Schonfeld, D. (2019). Helping Young Children Grieve and Understand Death. YC Young Children 74(2), 74-75. 1.
- Engarhos, P. et al. (2013). Teachers’ attitudes and experiences regarding death education in the classroom. Alberta Journal of Educational Research, 59 (1): 126-128. https://doi.org/10.11575/ajer.v59i1.55691
- Book, P. (1996). How Does the Family Narrative Influence the Individual’s Ability to Communicate about Death. Omega. The Journal of Death and Dying 33(4), 323-341
- Los nombres de los participantes fueron cambiados para mantener su anonimato.