Francisco nos hace ver en la Laudate Deum la urgencia que tiene nuestro planeta de un mayor cuidado de nuestra parte. No ahorra en advertir ninguna de las consecuencias que tiene y tendrá el desarrollo descontrolado de la ideología tecnocrática, que ve a la naturaleza como un objeto de consumo. Reconoce que los cambios siempre deben comenzar en el corazón de las personas, pero acentúa que estos cambios a nivel local no lograrán el impacto que se necesita para detener la crisis. Así, en la exhortación apostólica, apela de manera particular a los grandes organismos internacionales. Hace un llamado a jugársela por la construcción de un mundo que respete la creación de Dios y la dignidad humana hasta sus últimas consecuencias.
Si bien en esta carta apostólica la palabra que más utiliza el Papa es “clima”, seguida de “poder”, la más significativa es “laudate”. Por lo general, las cartas encíclicas y apostólicas toman su nombre de la primera expresión de la carta, y ella es elegida con mucha precisión, pero, en este caso, el papa Francisco quiso hacer un juego de palabras entre “laudate” y “laudato”. Con ello, no solo busca actualizar lo dicho en la encíclica Laudato si’, también cambia el tono: de la alabanza Laudato si’ (“alabado seas”) cambia al imperativo Laudate Deum (“alaben al Señor”). Alaben todas las criaturas a Dios creador del universo, reconozcan que él es el creador, “porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo”1.