Llevo un poco más de dos años en Europa y desde aquí pude seguir el encuentro del Santo Padre con los obispos en febrero1.. Después de la ponencia de la doctora Ghisoni, el Papa Francisco intervino de manera no programada. Fue una alocución corta, pero elocuente, en la cual dijo: “Invitar a una mujer a hablar sobre las heridas de la Iglesia es invitar a la Iglesia a hablar sobre sí misma (…) la mujer es la imagen de la Iglesia, que es mujer, que es esposa, que es madre”.
“La mujer es la imagen de la Iglesia” y, qué duda cabe, vivimos en un tiempo de imágenes. Las imágenes son poderosas, porque comunican rápidamente emociones y pensamientos. Son también ambivalentes: el mensaje que dan no siempre es certero o, a veces, pueden tener un doble signo. La misma imagen puede agradar a algunos y enfurecer a otros. Basta con recordar a Charlie Hebdo, la revista francesa satírica que en 2015 sufrió un atentado por publicar imágenes ofensivas de Mahoma. Antes del atentado, tenía una modesta tirada; después, los franceses se vistieron con camisetas que decían: “Yo soy Charlie”. En los buses urbanos de Basilea, en Suiza, hay imágenes que muestran la manera “correcta” de andar en bus: paga, no comas y, si eres una persona, ocupa un solo asiento. Para captar esto no es necesario hablar alemán ni francés, basta mirar.
Pero nuestro tiempo no es el único marcado por imágenes. El barroco divide a los observadores en tres categorías: idioti, spirituali y letterati. Los primeros, que nada tenían que ver con una baja capacidad intelectual, eran los más afines a las imágenes, aquellos que apenas sabían leer. Los spirituali tenían mayor formación en observación de imágenes y los letterati eran escasamente afines a las imágenes, preferían la lectura. No es difícil hacer un paralelo con lo que vivimos hoy.
Probablemente, una de las mujeres que más ha aparecido en imágenes en la historia es la Virgen María. En las catacumbas de Roma hay una imagen de una mujer con un niño, que podría representarla. Lo interesante es constatar cómo su imagen se relaciona con la cultura del tiempo: para los cristianos perseguidos era la “madre con el niño”, después será la “reina”. Cuando siglos más tarde la imagen de Dios se volvió inalcanzable, ella era la “mediadora”. En el retablo de un hospicio en Francia se la muestra al pie de la cruz. El crucificado muestra llagas que representan la enfermedad por la que se acudía a ese lugar: el fuego sagrado o ergotismo. A los pies de la cruz está María vestida de blanco, en una postura análoga a la del Señor. La inclinación de la cabeza y del cuerpo de Jesús se corresponde con la de la Virgen, que da la impresión de estar desfalleciendo bajo el peso invisible del dolor espiritual. Esa imagen regalaba consuelo y esperanza a los enfermos que se identificaban con el Señor, pero además se sentían sostenidos y consolados por la “madre”.
Hay imágenes que curan, la de María es una de ellas. Si la mujer es imagen de la Iglesia herida de nuestros días, puede ser que también tenga el poder de curar por su semejanza con María.
Médico por la UC, magíster en Bioética
Estudiante (2019) de Máster en Artes Liberales por la Universidad de Navarra, España
Estudiante de Máster en Cuidado Espiritual por la Universidad de Basilea, Suiza
Instructora adjunta de la Escuela de Medicina UC
Estudiante (2019) de Máster en Artes Liberales por la Universidad de Navarra, España
Estudiante de Máster en Cuidado Espiritual por la Universidad de Basilea, Suiza
Instructora adjunta de la Escuela de Medicina UC
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