Ana María Celis
Profesora de la Facultad de Derecho UC
acelis@uc.cl

 

P. Francisco Javier Astaburuaga
Profesor de la Facultad de Derecho UC
fastabuo@uc.cl

 

Eduardo Arriagada
Profesor de la Facultad de Comunicaciones UC
earriagada@uc.cl

 

MODERADO POR:
Josefina Brahm
Editora Revista Diálogos N°11

 

Revista

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Verdad, Misericordia y Justicia frente al Abuso


La opinión pública a nivel mundial ha sido impactada por los abusos cometidos por sacerdotes y religiosos de la Iglesia Católica. Estos hechos, que han dañado gravemente su credibilidad y confianza, exigen a la sociedad y, en particular, a la Iglesia misma, enfrentarlos con determinación y transparencia, aplicando sanciones y elaborando protocolos de prevención. Víctimas y victimarios necesitan justicia y misericordia, una mirada que sane y salve. En torno a este tema dialogan en un debate abierto y crítico tres destacados académicos de la Universidad Católica.

¿Qué nos pasó como iglesia, como comunidad, que permitimos que sucedieran estos hechos?  ¿Qué podría explicar que en una institución que promueve el bien, la verdad y la justicia se generaran este tipo de actos y que luego se encubrieran?

P. Francisco Javier Astaburuaga (FJA): En primer lugar, ha habido un mal ejercicio del poder y un mal ejercicio de la autoridad (que son cosas distintas), pues creo que se ha perdido el sentido del servicio. Cuando ocurre esto, el ejercicio del poder se trastoca y se cae en el autoritarismo. Tengo la impresión de que ha hecho falta una reflexión más profunda sobre el hecho de que estamos para servir, no para mandar y controlar. Creernos todopoderosos nos ha llevado a una situación muy compleja: el abuso de poder es un punto de quiebre en el tema de los abusos. A esto se agrega que el miedo a perder el poder y el control está detrás de la dinámica de defensa que promueve el encubrimiento y la falta de transparencia, nuevamente en un erróneo ejercicio de la autoridad.

«Por nuestra parte, como universidad, debiéramos fomentar y creernos en serio que la verdad nos hace libres. Creernos que no tenemos que tener miedo a decir las cosas, porque el abuso se permite solamente si mantenemos espacios de oscuridad».
Eduardo Arriagada

Eduardo Arriagada (EA): Yo pienso que quizá confiamos demasiado en la gracia de Dios como garantía del buen funcionamiento y santidad de la Iglesia, y nos olvidamos de que está formada por hombres y, por tanto, que es frágil. Creo que una cierta soberbia institucional, y más temor al escándalo que a los hechos, permitió la  negligencia  tanto de la jerarquía como de una parte del Estado, que protegió y permitió que se cometieran estos actos y que se mantuvieran en el tiempo. La situación es muy dramática, porque además se fomentó una sensación de impunidad, ya que las víctimas no tenían a quién pedir ayuda. Tomando la idea del padre Francisco Javier, pienso que los hombres, como seres sociales, no estamos preparados psicológicamente para tener un poder demasiado grande, nos hace mal  el poder absoluto, lo que explica que los abusos se hayan dado también en otros espacios de poder, no solamente en la Iglesia. Sin embargo, creo que muchas veces sólo se culpa a la jerarquía, pero los laicos también somos cómplices de esta soberbia institucional cuando arropamos al abusador arrepentido sin tratar con misericordia al abusado.

Ana Maria Celis (AMC): Quien mejor lo ha explicado, a mi juicio, es Benedicto XVI en su carta a los católicos de Irlanda, en que trata autocríticamente sobre la clericalización, los procesos de selección, la formación de los sacerdotes, etc. Pero yo quiero referirme a un asunto desde el punto de vista jurídico, vinculado con algo que ya mencionaba Eduardo. El tema de los abusos se dejó en un plano de pecado y no de delito. Dado que el pecado se perdona, no se captó que en  su dimensión de delito el abuso exige dos cosas fundamentales: reconocer a la víctima y romper el silencio. Porque el pecado sin duda podemos cubrirlo de la reserva que requiere, pero en cambio necesitamos saber en qué consiste el abuso o delito sexual y cuáles son sus etapas y consecuencias para comprender, para no estigmatizar a las víctimas y para dar un tratamiento adecuado al problema.

Desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco ha exhortado a la compasión y usa la respuesta que Jesús da a Pedro, llamándolo a “perdonar setenta veces siete” ¿cómo, en estos casos, se conjuga la misericordia con la justicia? ¿cómo es posible ser misericordiosos con los responsables de estos casos?

AMC: A mí, en lo íntimo, me surge un conflicto con la misericordia porque ¿respecto de qué o de quién hay que tener misericordia? Perdón en el ámbito del pecado, sin duda tiene que haber, pero  en el ámbito temporal, me parece mínimo que antes de hablar de misericordia, hablemos de conocimiento de los hechos y reparación.

FJA: Recuerdo aquí unas palabras de Juan Pablo II que son tomadas por Benedicto XVI: La justicia es el mínimo de la caridad, es decir, que para ser misericordiosos no podemos saltarnos la justicia (que es dar a cada uno lo suyo). Lo primero que tenemos que dar a la víctima de abuso es justicia. Como dice el papa Francisco, la Iglesia es como un hospital de campaña que acoge y le cree al herido. Esto significa que cuando el herido viene dañado, no le podemos preguntar si su herida es falsa, pues tiene una herida ahí que es patente. Misericordia sí, pero no me puedo saltar nunca la justicia ante esta situación. Por esto, tenemos que estar abiertos como Iglesia a hacer justicia para poder ser caritativos y misericordiosos.

«Son los heridos a la orilla del camino a quienes tenemos que tenderle una mano sin descalificar».
P. Francisco Javier Astaburuaga

EA: A mí me parece que ha habido una tendencia a comenzar perdonando al abusador cuando, en realidad, se debería comenzar por atender a la víctima. Primero, el abusador debe asumir las consecuencias de lo que hizo, que hay daño, que hay pena, etc. Luego, por supuesto, se puede trabajar el tema del abusador en cuanto es una persona que requiere ser tratada con misericordia. Creo que desde el punto de vista comunicacional hubo un mal manejo del asunto, pues se vio a la Iglesia preocupada del abusador y distante del abusado, especialmente en las declaraciones y los gestos públicos. No corresponde tratar primero con cariño al que cometió el delito, antes de haber realizado los gestos necesarios respecto a las víctimas.

AMC: Así es, la justicia es un paso ineludible para alcanzar la misericordia. Esto requiere el arrepentimiento de los abusadores, un mínimo de  aceptación de sus actos, pero no es tan evidente que esto ocurra. Entonces, la pregunta que surge es cómo expreso la misericordia hacia quien ha sido abusado. Yo creo que la respuesta siempre debe dirigirse hacia el reconocimiento del hecho y la reparación material y simbólica del mismo. Muchas veces el abusador no podrá hacerlo, por lo tanto, la comunidad debe hacerlo. En este punto no nos debe seguir faltando audacia y creatividad para asumir el rol que debe jugar la institución, la comunidad eclesial, pues somos los terceros quienes podemos romper el silencio y quienes estamos llamados a reparar para que se interrumpa la injusticia. En esta línea las medidas de prevención son reparatorias, pues muchas de las víctimas hablan de su interés en que esto no vuelva a suceder.

¿Cómo se está haciendo cargo la Iglesia del daño producido a las víctimas? ¿Qué lecciones hemos sacado y qué cambios se están generando en este aspecto?

AMC: Yo creo que el mayor logro a nivel institucional es que dentro de cinco años nadie podrá colaborar con la Iglesia, como funcionario o como voluntario, sin tener un mínimo de preparación en prevención. Este mínimo consiste en sesiones de formación teórica, lo que implica que se rompe definitivamente el silencio, pues ya no será un tema que se hable en los pasillos, sino un tema de la formación pastoral de la Iglesia en Chile. El logro consiste en que hay un compromiso con el tema de la prevención. Sin embargo, ciertamente falta aún demasiado, en especial en el acompañamiento a la víctima.

«La primera preocupación debe ser romper el silencio y para esto a veces hay que esperar las preguntas, pero otras veces debemos hacerlas nosotros».
Ana María Celis

FJA: En documentos recientemente publicados por la Conferencia Episcopal, hay un reconocimiento de que las cosas no se han hecho bien y que hay que mejorar. Se tratan varios aspectos, entre ellos, la formación de todos los laicos, religiosos y sacerdotes, en el tema de la prevención como señalaba Ana María, que también me parece fundamental. Pero quiero insistir en el miedo, porque debemos perder el miedo al diálogo con la víctima. ¿Cómo me acerco a la víctima con la cual estoy en juicio (como Iglesia)? Es un problema complejo, ¿quién se acerca? ¿a nombre de quién? Hay que resolverlo porque son los heridos a la orilla del camino a quienes tenemos que tenderle una mano sin descalificar. La víctima que tiene una situación judicializada es un hijo de Dios con derecho a manifestar lo que ha ocurrido. No porque haya hecho una denuncia está en contra de la Iglesia.

AMC: Quiero agregar que hoy en día tenemos mucho más claro que no se trata de desborde sexual o falta de contención, sino que hay más factores en juego como, por ejemplo, que se trata de un abuso de poder que se manifiesta en la manipulación del otro, cosificándolo también a nivel sexual. Hemos aprendido que no sólo hay que ver si hubo o no tocaciones, sino que hay que investigar desde que empieza la relación de tipo más exclusivo, en la que se somete a la víctima paulatinamente, tal vez, durante años.

¿Qué acciones a nivel jurídico, comunicacional o pastoral creen que debiera impulsar con mayor énfasis la iglesia en esta materia?

EA: En la carta de Benedicto XVI a los católicos de Irlanda, citada por Ana María, se afirma que primero deben estar las víctimas por sobre el buen nombre de la Iglesia, es decir, que es más importante la persona que la institución. Si este es el orden, es obvio que toda la Iglesia debe acompañar a las víctimas. Es muy probable que, al estar la Iglesia en un juicio con una víctima, haya abogados recomendando no hablar, como se hace también en el ámbito de la política, siguiendo la idea de que no conviene reconocer errores públicamente, aunque se asuman en el ámbito privado. Pero la Iglesia debe estar siempre y ante todo acompañando; sería triste que por la conveniencia legal no lo hiciera.

AMC: Creo que la relación con los medios de comunicación no es tan fluida, y se ha visto a los medios casi como en contra de la institucionalidad de la Iglesia. Pero, con una mirada más desapegada, podría admitirse que fue gracias a la acción de los medios en el año 2010 que muchas personas reconocieron lo que les había pasado y pudieron ponerle nombre.

Escena de la película Spotlight (2015), que muestra cómo el periódico Boston Globe denunció una red de abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica de Massachusetts,
en más de 600 artículos publicados entre las décadas del 60’ y el 90’.

EA: Como se muestra en Spotlight, ganadora del Óscar a mejor película de este año, ocho años antes de que se empezaran a investigar los casos de abuso en Chile, un diario de Boston había publicado más de 600 artículos que trataban sobre el abuso de muchísimos niños a causa del silencio de las denuncias. Creo que hay que hacer un homenaje a esos periodistas. Por nuestra parte, como universidad, debiéramos fomentar y creernos en serio que la verdad nos hace libres. Creernos que no tenemos que tener miedo a decir las cosas, porque el abuso se permite solamente si mantenemos espacios de oscuridad. Es mejor iluminar, aunque no nos guste lo que vamos a mostrar, que permitir abuso. La transparencia incomoda, pero muchas veces termina con situaciones de colusión o abuso de poder. Tenemos que permitir que los periodistas hagan un trabajo muchas veces ingrato, haciendo preguntas que encontramos escandalizadoras e irrespetuosas y también debemos asumir que esas preguntas no hacen daño, sino que responderlas es importante. Como laicos no tenemos por qué sentir que nuestro sacerdote no puede ser cuestionado, sino ser capaces de enfrentar una pregunta hecha justamente, ya que una investigación no es necesariamente una acusación, es simplemente una indagación.

FJA: Yo creo que sobre todo debe enfatizarse la dimensión del servicio, desde el interior de la Iglesia. Laicos y clérigos, obispos y consagrados, deben constituir una Iglesia servicial, volviendo al corazón del Evangelio que es Cristo, que no se sirve a sí mismo, sino a los demás. Cuando el servicio se pone por delante, cambia el sentido del uso del poder y el ejercicio de la autoridad. El papa Francisco ha sido tremendamente insistente en esto: debemos salir sin miedo al encuentro del otro que está herido, caído, sufriendo.

AMC: Yo insistiría en que lo jurídico debe relacionarse con la empatía, pues si hubiera más empatía con los abusados podríamos llegar a puntos de acuerdo más fáciles. Me parece magistral en Spotlight que el abogado explicara cómo él era un tercero. Esa actitud nosotros no podemos perderla, ni trabajando dentro de la institución, ni colaborando desde afuera, ni como comunidad eclesial. Es necesario permanecer alerta, con una cuota de autocrítica constante, no por desconfianza en el otro, sino porque esto puede pasar. Como dice el padre, el servicio puede ser una buena ocasión también para relacionarse con responsabilidad.

EA: En el plano de la comunicación institucional es importante entender que esto es una conversación y uno no puede esperar el momento que uno quiera en   la agenda propia. Se tiene que hablar cuando la contraparte hace la pregunta, sobre todo por la urgencia de este tema, porque es injusto guardar silencio y pretender ignorancia. El gran error es manejar los tiempos con el criterio de que “la Iglesia tiene su ritmo”. Por otra parte, el periodismo no puede limitarse a grabar declaraciones y quedarse tranquilo con cualquier respuesta, sino que debe asumir la obligación de ir más allá. Es necesario hacer una buena investigación trabajada con seriedad, animada no solo por una estética periodística, sino por una ética que es muy importante cumplir para llegar a la verdad. El caso mostrado por la película que hemos comentado es un excelente ejemplo de una búsqueda acuciosa a través de los mecanismos adecuados para desvelar la verdad.

FJA: En este mismo sentido, hay que atreverse a mostrar la verdad, tocar estos temas y no dejarnos paralizar ante el miedo. Como dice el papa Francisco, es preferible una Iglesia herida que una Iglesia enferma. ¿De qué forma la academia puede ayudar a evitar a que ocurran estos hechos nuevamente? ¿cuál es la contribución que pueden hacer sus distintas disciplinas?

«Les pido perdón por los pecados de omisión por parte de líderes de la iglesia que no han respondido adecuadamente a las denuncias de abuso presentadas por familiares y
por aquellos que fueron víctimas», expresó el papa Francisco en 2014 en una misa con víctimas de abuso en Santa Marta.

AMC: La primera preocupación debe ser romper el silencio y, para esto, a veces hay que esperar las preguntas, pero otras veces debemos hacerlas nosotros. En mis clases de derecho canónico se ha convertido en uno de los tópicos más relevantes. La libertad religiosa fundamental se sustenta en su promoción por parte del Estado, entonces las organizaciones religiosas tienen que posicionarse como interlocutores válidos para este. Esto significa asumir las responsabilidades correspondientes en cuanto al reconocimiento de la persona abusada y  a la reparación, que son aspectos más allá de lo normativo y judicial que de todas maneras deben estar considerados en la materia jurídica. Creo que, de acuerdo al compliance, jugar según las reglas, implica que yo tome en cuenta lo que le pasa al otro y que nos hagamos cargo de eso. Esa empatía debe estar contenida en la concepción de derecho que entregamos en la universidad.

FJA: En la formación de la carrera de Derecho debemos resaltar que el fin del derecho es lo justo. Si formamos alumnos que conozcan normas, pero que no sepan lo anterior, estamos mal. El proceso formativo debe introducir al alumno en la corresponsabilidad, es decir, en la conciencia de que debe colaborar en el proceso que lo convertirá en un profesional que estará al servicio de la justicia y al servicio de otros.

EA: En la Facultad de Comunicaciones tenemos que destacar el encuentro con la verdad gracias al trabajo intenso. Quien elija siempre el camino más corto y más fácil nunca estará seguro de la información que está planteando y ese trabajo  no tendrá valor. Es fundamental que los estudiantes entiendan el enorme poder que tienen solo si hacen bien su trabajo y tienen certeza de lo que han descubierto, pues esa es la única manera de soportar la presión ejercida por quienes no quieren transparentar las cosas, tanto en los casos de la Iglesia como en los casos de corrupción en la política.

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