«El criterio de la consecución del bien común es esencial para asignarle un lugar central al hombre, es decir, ser capaces de que la persona sea el objeto y la finalidad de todas las instituciones que se manifiestan en la vida social»
En 1961 el papa Juan XXIII publicó la encíclica Mater et Magistra, con motivo del septuagésimo aniversario de la promulgación de Rerum Novarum, texto que había iniciado la formulación de la doctrina social de la Iglesia, en respuesta a las preguntas sobre las nuevas condiciones sociales producidas por la industrialización y la urbanización. A la época se pasaba por alto la preocupación de que el Estado debía «velar por el bien común».
Sin embargo, en Mater et Magistra el Papa puso al bien común en el centro de su reflexión. El texto se refiere no solo al desarrollo integral de la persona, sino que también a la producción en cuanto esta debe respetar la dignidad del hombre, la equidad y la justicia: «En algunas naciones, frente a la extrema pobreza de la mayoría, la abundancia y el lujo desenfrenado de unos pocos contrasta de manera abierta e insolente con la situación de los necesitados. En otras se grava a la actual generación con cargas excesivas para aumentar la productividad de la economía nacional, de acuerdo con ritmos acelerados que sobrepasan por entero los límites que la justicia y la equidad imponen» (n. 69).
La persona humana es la base del texto papal: el criterio de la consecución del bien común es esencial para asignarle un lugar central al hombre, es decir, ser capaces de que la persona sea el objeto y la finalidad de todas las instituciones que se manifiestan en la vida social.
En su siguiente encíclica, Pacem in Terris (1963), la noción de bien común adquiere una dimensión global, al insistir en la creación de instituciones eficaces que lo promuevan de manera efectiva (n. 26): «Con la dignidad de la persona humana concuerda el derecho a tomar parte activa en la vida pública y contribuir al bien común» (n. 32).
En este nuevo enfoque se basa también la constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II (1965): «La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el bien común—esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección— se universalice cada vez más, e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano» (n. 26). El documento entiende el bien común como un instrumento ordenado de la realización humana, de los individuos y de la comunidad.
Los temas de las dos encíclicas del papa Juan XXIII y de los documentos conciliares fueron retomados por el papa Pablo VI en su encíclica Populorum progressio (1967), en que termina con un llamado a los católicos, a los cristianos, a los creyentes, a los hom- bres de buena voluntad, a los estadistas y a los hombres de pensamiento: «Vosotros, todos los que habéis oído la llamada de los pueblos que sufren, vosotros los que trabajáis para darles una respuesta, vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia» (n. 86).