Preguntarnos sobre la relevancia de la mujer en la conformación de la familia latinoamericana1 equivale a profundizar sobre el “alma” de esta querida parte de nuestro continente. Como afirmó el antropólogo Charles Wagley, “la familia es la institución más importante en Latinoamérica»2, poniendo con ello de manifiesto que es imposible desvincular su pasado y presente, del desarrollo de las familias que vivieron y viven en ella. Al sumar como perspectiva de análisis el aporte femenino en la constitución y desarrollo de esas familias, surge la evidencia de que ambas fueron y son una díada indisoluble.
Descrito por San Juan Pablo II, la diferencia entre el varón y la mujer3está dada por la imagen del “nosotros” divino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que constituye el modelo del “nosotros” humano, formado por varón y mujer, creados a imagen y semejanza de Dios. El modelo de la mujer como esposa y madre, caracterizada por dar vida en un modo distinto al del varón, pareciera encontrarse en el Espíritu Santo.
Como resulta claro de Génesis 1, varón y mujer tienen la misma naturaleza y atributos, pero como expresa Génesis 2, aunque iguales, fueron creados distintos precisamente para enriquecerse el uno al otro. La mujer no fue creada en segundo lugar, sino al final, en el pináculo de la creación, como maravillosamente resalta Deborah Savage4. En ese texto, se encuentran las claves para entender el genio femenino y masculino. Como concluye san Juan Pablo II en Mulieris Dignitatem, el genio femenino está enraizado en la capacidad de la mujer para ser madre, lo cual le confiere esa capacidad especial física y psíquica para encontrarse con otros5, el varón en primer lugar.
Toda persona es relacional por naturaleza y se hace persona en la medida que se dona a otro, en el caso del varón y la mujer esa donación se realiza de forma distinta. Esa capacidad especial de la mujer para encontrarse con el otro, explica su particular aporte en la conformación y desarrollo de la familia.
La conquista de la mujer
Como lo demuestran estudios realizados por varias de las universidades católicas de Latinoamérica, entre las que se sitúa la UC, por impulso del Pontificio Consejo para la Familia6 y una revisión exhaustiva de la literatura existente en el mundo, es posible concluir que la estructura familiar no es indiferente para sus miembros, sino que tiene una directa incidencia en su bienestar económico, emocional y social7. Sin embargo, la mujer ha sido y es el pilar de la familia en Latinoamérica sea cual sea la estructura familiar.
A pesar de que la maternidad y el matrimonio es la vocación inscrita de la mujer —y siendo que muchas de las ventajas de este último tienen que ver con mejoras en la disposición ética de las personas como darles orden a sus vidas y dejar de pensar en sí mismos—, esta se está viendo ciertamente debilitada por causas muy variadas. Si esta tendencia continúa, se puede decir que el futuro de las familias está en juego y, con ello, el de nuestras naciones. Por lo tanto, debe promoverse el don de la maternidad, el rasgo más importante de distinción con el varón. Esto supone permitir que la mujer pueda desarrollarse con normalidad y no que se constituya en obstáculo para su desarrollo personal o profesional. A diferencia de lo que sostienen algunas concepciones feministas radicales, ello no pasa por aprobar que suprima su capacidad reproductora cuando le convenga, sino que, por el contrario, asegura que ella pueda desarrollarse siempre8. Ahora bien, se trata de una tendencia que está potenciada por una cultura adversa al compromiso, compleja de contrarrestar, por lo mismo, se deberían convocar acciones desde varios frentes.
En otros términos, siendo la situación jurídica actual de la mujer fruto de una admirable conquista, lo cierto es que los derechos que le han sido otorgados no han garantizado que ellos sean ejercidos. Ese ejercicio requiere una cierta aptitud cultural que le permita a la mujer tomar conciencia de sus derechos y querer ejercerlos en bien del interés común de la familia. Nada obtiene el legislador con instaurar regímenes que, en su letra y en su técnica, atribuyan igualdad de poderes al hombre y la mujer si esta, por razones culturales, no quiere ejercerlos. Es decir, para que ellos funcionen realmente, se requiere un cambio de mentalidad en conformidad con que la mujer tenga conciencia de sus facultades, quiera intervenir y ejerza la igualdad en la armonía matrimonial.
Esa no ha sido la situación en Latinoamérica, por lo tanto, se debería motivar un amplio campo de políticas públicas destinadas a difundir y educar a las mujeres para resaltar que el conocimiento anticipado de los derechos y deberes que se tienen, lejos de afectarlas, resulta importante para la construcción de una familia más sólida y un matrimonio más estable.
Acciones del Estado y la Iglesia
El panorama recién descrito debiese entonces conducir a los Estados a varias líneas de acción, tomando como ejemplo numerosas experiencias mundiales que avanzan a través de distintos instrumentos y con distintos resultados, pero siempre bajo la convicción de que es necesario dar a la familia herramientas concretas que apoyen a aquellos que quieren formarla y los ayuden en esa tarea, apuntado a los aspectos que parecen cruciales9: en fomento a la natalidad, aumento de la nupcialidad y promoción de la estabilidad familiar; en el caso concreto de nuestros países, se debe agregar dos líneas de acción: el fortalecimiento de las redes familiares y la promoción de la coparentalidad, lo que pasa esencialmente por una formación al compromiso familiar del varón.
Por parte de la Iglesia, su primera tarea es presentar de modo claro a todo creyente, la comprensión teológica y antropológica que tiene y ha desarrollado en torno a la dignidad de la mujer y su rol al interior de la Iglesia. Muchas de las reflexiones más recientes en torno a este tema son desconocidas por los creyentes en nuestro país, incluso a nivel académico, y es relevante que sean conocidas para que la promoción de la participación femenina en todas las instancias de la Iglesia sea entendida no como una reivindicación ideológica o producto de los movimientos actuales, sino como una consecuencia evidente de una creación que se concibe a partir del aporte complementario de mujeres y hombres.
En materia de familia y vida, Amoris Laetitia fijó una ruta preferencial en el trabajo de la Iglesia. Entre ellas surgen como prioritarias, el fortalecimiento de una rica pastoral de preparación al matrimonio que debe ser ajustada a la realidad y desafíos que este sacramento presenta hoy en día. Otra tarea esencial que debe construirse y desarrollarse es un programa permanente de acompañamiento a la vida familiar en todos los ciclos vitales de la misma. En ambas tareas debiesen insertarse reflexiones y metodologías que ayuden a todos, especialmente a los más jóvenes, a asumir que la formación de una familia y la educación de los hijos han de ser responsabilidad de padres y madres, puesto que es indispensable para el bienestar de los hijos y permite el pleno desarrollo personal y profesional de la mujer.
La Iglesia podría adelantar la acción pública del Estado desarrollando una especie de plan piloto, una vez realizada la experiencia y obtenidos sus resultados, ello podría servir para presionarlo y urgirlo a replicarla. Así sucede en materia de promoción de la coparentalidad10 y de la preparación al matrimonio 11.
En síntesis, la situación de la mujer ha tenido cierta evolución en los países latinoamericanos, reconociéndola en todos ellos como sujeto y actora importante del matrimonio y de la familia que se funda en ella. No obstante, por diversas causas, se requiere un reforzamiento en el presente que incumbe al Estado, pero también a la Iglesia y a la mujer misma.
Notas
- Asamblea Plenaria de la Comisión Pontificia para Latinoamérica, La mujer, pilar en la edificación de la Iglesia y de la sociedad en América Latina, Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2018.
- Wagley, C., An Introduction to Brazil, Nueva York: Columbia University Press, 1963, pág. 184.
- Juan Pablo II, “Audiencia general”, 14 de noviembre de 1979, n° 3, en Varón y Mujer. Teología del Cuerpo I, 74.
- Savage, Deborah, “Response to professor Blanca Castilla de Cortázar”, en Ruolo delle donne nella Chiesa, Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2017, pág. 120.
- Mulieris Dignitatem, 18 y 19, y Savage, Deborah, loc. cit., pág. 123.
- El resultado de estos estudios puede consultarse en Donati, P. y Sullins, P., The Conjugal Family: An Irreplaceable Resource for Society, Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2015.
- Para un mayor desarrollo, véase Pliego, F., Familias y bienestar en sociedades democráticas. El debate cultural del siglo XXI, Ciudad de México: Editorial Porrúa, 2012; también en Domínguez H., C. et al., “Hacia el fortalecimiento de la coparentalidad: un aporte para la atención pastoral en Chile”, Revista Medellín XLII, 165, mayo-agosto 2016, pág. 456 y ss.
- Domínguez H., C., “La mujer, una mirada actual y sus desafíos”, Anales Conferencias Santo Tomás de Aquino sobre la Mujer ante la Sociedad y el Derecho, 2002, pp. 55-67.
- Para más detalle, véase Domínguez H., C., “‘Políticas públicas, familia y vida’: horizontes en Latinoamérica”, Revista Medellín XLI, 161, enero-abril de 2015, pág. 99 y ss.; y para una visión general de las políticas públicas en familia, véase Donati, P., La política de la familia, Santiago: Ediciones UC, 2014.
- Al efecto, véase una propuesta de trabajo pastoral a favor de la coparentalidad en Domínguez H., C. et al., “Hacia el fortalecimiento de la coparentalidad”, op. cit., pág. 453 y ss.
- Domínguez H., C., Rivera, D. e Hidalgo, C., “Políticas públicas para fortalecer el matrimonio: el caso particular de la preparación matrimonial”, International Journal of Developmental and Educational Psychology. Vol. I: Familia y educación: aspectos positivos, 1, 2013, pp. 125-133.