Mauricio López fue profesor titular de nuestra Escuela de Ingeniería, posición que alcanzó fruto de una destacada carrera en el campo de la ingeniería civil. Recibió su maestría en Ciencias en la Universidad Católica de Chile y, posteriormente, su maestría en Ciencias y doctorado en Ingeniería Civil (MSCE) en el Georgia Institute of Technology. En años posteriores, Mauricio desarrolló una notable carrera en investigación que lo llevó a destacarse y contribuir con el mundo del hormigón y los materiales cementicios, obteniendo importantes reconocimientos nacionales e internacionales.
Sin embargo, educar a las personas fue la primera razón y pasión que le hizo elegir el trabajo en la universidad. Muchos estudiantes fueron marcados por él en la forma en que son ahora y eso es lo que Mauricio consideraba su mayor privilegio en la academia. Su filosofía de enseñanza estaba centrada en el estudiante y cómo hacerlo pensar, actuar y desarrollar habilidades complejas. Mauricio fue mentor de decenas de estudiantes de posgrado, maestría y doctorado, con quienes construyó relaciones profundas y positivas. Su destacada labor de maestro hizo que los estudiantes le entregaran en diversas ocasiones el Premio a la Excelencia Docente, otorgado por el Centro de Alumnos de la Escuela de Ingeniería (CAI), premio que para él era como el Oscar de la docencia. También, fue elegido en muchas ocasiones como el profesor más inspirador de nuestro Departamento de Ingeniería y Gestión de la Construcción.
Entre 2010 y 2018, se desempeñó como director de Estudios de Pregrado en la Escuela de Ingeniería. Su participación en la dirección de la escuela y su interés por la ingeniería circular le brindaron la oportunidad de colaborar con otros profesores y disciplinas: ingeniería ambiental, química, análisis del ciclo de vida y arquitectura, entre otras. Esto era algo que disfrutaba y que quería profundizar en su trabajo futuro.
Más allá de ser profesor e investigador, Mauricio fue una persona excepcional, a quien Dios llamó tempranamente a dejarnos. La fe, fortaleza, paz y tranquilidad con que enfrentó su enfermedad fueron, al mismo tiempo, una lección y un bálsamo para quienes tuvimos la suerte de compartir con él. Mauricio fue mi alumno, mi colega y un compañero por más de 30 años. También fue el profesor de 3 de mis hijos, que se graduaron de ingeniería y que atesoraban su pasión por enseñar. Siempre grande, fue dejando su marca en cada instancia en que lo conocí. Una marca de bondad, humildad y empatía, que rara vez se combinan tan armónicamente.
Mauricio fue un investigador de excelencia, de clase mundial. Un profesor sabio, inspirador, reconocido y amado por sus alumnos. Un compañero generoso y amable, con un gran sentido del humor y querido por todos. Lo echaremos mucho de menos en estos tiempos en que necesitamos tanto de personas como él, capaces de enseñar e inspirar con sus actos y sus acciones a otros seres humanos. Ruego a Dios que nos regale a quienes lo conocimos la gracia de cultivar todo aquello que apreciamos en Mauricio y así preservar su hermoso legado.