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Prolongar el Amor de Dios en Nuestras Acciones

Homilía pronunciada por SER Ricardo Ezzati, Cardenal Arzobispo de Santiago y Gran Canciller UC, con motivo de la Celebración del Sagrado Corazón de Jesús, patrono de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

 

 

 

 

Casa Central,

viernes 27 de junio de 2014.

 

Autoridades de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Sr. Rector, Sr. Nuncio Apostólico, hermanos y hermanas en la fe.

Comenzando la celebración de la Eucaristía  de  esta Solemnidad del Corazón de Jesús, titular de nuestra Pontificia Universidad Católica de Chile, hemos elevado una plegaria de fe a Dios, nuestro Padre. Hemos  dicho:  “Dios  todopoderoso, nos das la alegría de celebrar las grandes obras de tu amor, en el Corazón de tu Hijo muy amado”. Nos das la alegría de celebrar tus grandes obras en el corazón de tu Hijo.

Efectivamente, estas palabras resumen admirablemente lo que hoy celebramos, el motivo de nuestra asamblea litúrgica, la fiesta de esta comunidad universitaria.

Estamos aquí reunidos porque queremos celebrar las grandes obras del amor de Dios, hecho historia en el Corazón de su Hijo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en quien se hace visible y palpable toda su ternura y obra maravillosa. Él es el centro de toda la historia de la salvación, de la pasada, la presente y la futura. Historia en la que Dios quiere establecer una alianza de amor, nueva y eterna con toda la humanidad,  con todos los hombres y mujeres que han sido redimidos por la sangre de su Hijo.

Los textos bíblicos nos ayudan a entrar en esta admirable  visión del corazón de Dios, manifestado en el corazón abierto de su Hijo. En primer lugar,  el texto del Deuteronomio  nos habla   de “elección” y pone luz a la más grande de las obras del amor de Dios, la que Moisés recuerda al pueblo de Israel: “Tú eres el cuerpo consagrado al Señor; Él te eligió para que fueras su pueblo. El Señor se prendó de ustedes y los eligió”[1]. Los eligió por amor, por el amor que les tiene. Él los hizo salir de Egipto, los libró de la esclavitud; es el Dios verdadero, el Dios vivo, que mantiene su alianza y su fidelidad y que todo lo manifiesta, de manera concreta, en Jesús, su Hijo. En primer lugar, en el misterio de la encarnación. Sí, al hacerse hombre, la segunda persona de la Santísima Trinidad, nos manifiesta cómo Dios nos elige, cómo nos ama, cómo se prendó de amor por la humanidad. Se prendó hasta anonadarse así mismo, tomando forma de esclavo, asumiendo sobre sus propios hombros la debilidad y el pecado del hombre. Juan lo expresa con mucha fuerza: “el Verbo de Dios se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros”[2]. Las obras maravillosas de Dios, se revelan también en la vida oculta de Nazaret, a lo largo de los treinta años, viviendo Jesús en la vida normal de una familia, obediente, trabajador; haciéndose uno de tantos.

También se manifiesta en el anuncio del Reino. “El reino está cerca, conviértanse”[3]; se manifiesta en la opción por los enfermos, los pecadores. Es interesante ver cómo el evangelista San Marcos, inmediatamente después de anunciar el Reino, presenta a Jesús como Aquel que lo hace realidad, en la atención a los pobres, a los enfermos, a los últimos.

Es la obra maravillosa de Dios, que acoge a la samaritana, que perdona a la mujer adúltera, que llora con la viuda de Naím que lleva a su hijo único a enterrar, y que llama a Zaqueo porque quiere hospedarse en su casa. Toda la acción de Jesús nos manifiesta la obra maravillosa del amor del corazón del Padre. Obra que se expresa también en las palabras de Jesús. Pensemos simplemente en las parábolas de la misericordia, la parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso. Es Dios que tiene sus brazos siempre abiertos y que espera, no para echar en cara, sino para hacer fiesta, para perdonar, para invitar a la comunión.

En las parábolas de la oveja perdida que presenta al buen pastor buscando a la oveja que carga sobre sus hombros, haciendo fiesta porque la ha encontrado, En la del buen Samaritano que manifiesta cómo Dios tiene los ojos abiertos sobre la miseria de la humanidad, cómo se pone de rodillas frente a esa miseria, y cómo se compromete para solucionarla. Y, sobre todo, en el misterio de la pasión y muerte de Jesús, sus gestos y sus palabras se vuelven la expresión más grande del amor. Inclinado, en la última cena, lava los pies a sus discípulos, entrega su cuerpo y su sangre y muere en la cruz con el corazón abierto.

[…]

El texto de Mateo[4] nos invita a alabar a Dios, porque su sabiduría ha sido manifestada a los pobres; son ellos y los niños quienes pueden contemplar y experimentar las obras maravillosas del corazón de Dios, manifestadas en el corazón de su Hijo. Por eso, rechazan este amor, quienes viven de autosuficiencia, de soberbia y de orgullo. Ninguno de ellos podrá acoger la invitación de Jesús a contemplar y a vivir en su amor. “Vengan a mí los que están afligidos y agobiados. Yo los aliviaré, Yo soy paciente y humilde de corazón”[5]. La autosuficiencia, la soberbia y el orgullo impiden entrar en el corazón de Dios.

Acojamos está invitación del Señor, haciéndonos humildes y, como Él, pacientes y generosos de corazón, sabiendo que podremos realizar las obras grandes de Dios única y exclusivamente si vivimos unidos a Él.

Creo que el mensaje de la Palabra de Dios, es muy importante también para la vida de nuestra comunidad universitaria, especialmente en este tiempo. La Palabra de Dios nos invita a la confianza. Somos nosotros también, porción del pueblo elegido. Constantemente, Él nos protege, nos hace salir de nuestros Egiptos, y renueva su alianza con nosotros. A la confianza se une también la gratitud, porque Él nos permite realizar esta misión en la universidad.

En medio de las dificultades de este tiempo y de este cambio de cultura, la Universidad está llamada a renovar la confianza y el deseo intenso de ser una prolongación de las obras del amor del Señor, en cada una de nuestras acciones, desde la más pequeña a la más grande. Como comunidad universitaria estamos llamados a vivir en medio de la realidad mundana, como un signo claro, y expresión del amor de Dios que nos ha elegido y para que podamos ser testigos de ese mismo amor en todo nuestro obrar.

La palabra de Dios, y la fiesta del Sagrado Corazón, nos invitan a intensificar nuestro servicio evangélico y solidario; a ser nosotros mismos signos de la comunidad que permanece en Dios y Dios presente en la comunidad, por el amor que nos manifestamos y nos profesamos. Tarea central de esta universidad, que ha nacido del corazón de la Iglesia, Iglesia que, a su vez nace del Corazón de Cristo, es prolongar, en cada uno de sus gestos, al Dios que es amor, al Dios que se hace cercano, que es buen samaritano, que es buen pastor, que abre su Corazón para que todos puedan encontrar el camino de salvación.

En nuestras tareas, el compromiso es de prolongar el amor de Dios, manifestado en el Corazón de su Hijo Jesús, para que viendo nuestras buenas obras, glorifiquen al Padre. Lejos de nosotros, la soberbia, el orgullo, la autocomplacencia. Vayamos nosotros también con Jesús hacia los afligidos, los agobiados, con nuestras mejores realizaciones, porque queremos servir y dar vida, que quien está a la orilla del camino, pueda encontrar en cada uno de nosotros un buen samaritano que lo acoge y lo hace caminar de nuevo.

Para realizar toda esta obra maravillosa, hoy día, nosotros nos encontramos celebrando la Eucaristía. Sabemos que todo proviene de Dios y que la capacitación para ser don para los demás, viene de nuestra comunión con Jesucristo y con sus actitudes de vida. Por eso, queremos hacer oración en esta Eucaristía, pidiéndole al Señor que no deje de regalarnos su Espíritu, que no deje de mostrarnos su corazón abierto, para encontrar en él las pistas para servir mejor y para que nuestra excelencia sea, en primer lugar, la excelencia de ser signos y portadores del amor de Dios a todos los miembros de esta comunidad y a Chile entero. Amén.

 

Notas

[1] Dt 7, 6-7.

[2] Jn 1, 14.

[3] Mc 1, 15.

[4] Mt 11, 25-30.

[5] Mt 11, 28-29.

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