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Rebaño inmune: La fe tras las vacunas

La pandemia del COVID-19 ha visibilizado la importancia de los sistemas de inmunización para la vida social y reanimado el viejo problema del rechazo y la reticencia a las vacunas. ¿Qué relación hay entre vacunación y solidaridad? ¿Por qué un número creciente de personas decide no vacunarse? ¿Hay alguna relación entre la fe y la inmunidad de rebaño? 

Como nunca, la pandemia ha visibilizado ante la ciudadanía el complejo sistema de inmunización de la población. Nos enteramos de la cantidad, procedencia y efectos de las distintas vacunas en oferta y (casi) todos hemos tenido la experiencia de acudir a uno de los cientos de vacunatorios improvisados para enfrentar la magnitud de los efectos del COVID-19. Antes de la pandemia, el funcionamiento del Programa Nacional de Inmunizaciones (PNI) del Ministerio de Salud (Minsal) era algo que dábamos por sentado y no suscitaba interés. Más allá de ciertas crisis puntuales —como la del virus H1N1 en el 2010— y controversias esporádicas —como la del timerosal y el autismo—, nuestra política de inmunización operaba de manera tan robusta y eficiente como rutinaria y desapercibida. 

Al visibilizar el papel desempeñado por el PNI, la pandemia ha puesto también en evidencia las complejas relaciones y tensiones entre libertad individual y bien común, y reactualiza la pregunta básica de la sociología acerca de las condiciones que posibilitan la vida social. En particular, la pandemia ha reanimado el viejo problema del rechazo y la reticencia a las vacunas. ¿Qué relación hay entre vacunación y solidaridad social? ¿Por qué un número creciente de personas se opone a las vacunas? ¿Hay alguna relación entre la fe del rebaño y la inmunidad de rebaño?1 Seguidamente, propongo una reflexión sobre estas preguntas, a partir de los hallazgos de una investigación sobre la construcción social y técnica del PNI y las controversias acerca de las vacunas, sobre la base de la información obtenida —con anterioridad a la pandemia— de documentos oficiales, entrevistas a expertos y actores clave y la revisión de la prensa. 

Unus pro omnibus, omnes pro uno 

«Uno para todos, todos para uno» es el lema que mejor expresa la lógica solidaria detrás de la inoculación masiva que previene la morbilidad y mortalidad por enfermedades transmisibles inmunoprevenibles. En efecto, un sistema de inmunización como el PNI constituye un dispositivo de solidaridad en tanto produce la llamada inmunidad de rebaño. Se trata de una feliz expresión para nombrar un fenómeno fascinante que la sociología haría bien en analizar y comprender, y que interpela igualmente a la Iglesia en su misión pastoral. Y es que además de la protección inmunológica individual que adquirimos al vacunarnos, la inmunidad de rebaño refiere a la protección colectiva que se logra cuando las tasas de vacunación alcanzan los umbrales necesarios para proteger a aquellos que no pueden inocularse (embarazadas, recién nacidos, pacientes inmunodeprimidos, etc.). Cuando la mayoría de la población está vacunada, el patógeno ve impedida su circulación entre las personas que conforman la comunidad. Eula Biss, en su galardonado libro On Immunity: An Inoculation, escribe: «Si imaginamos la acción de vacunarse no solo en términos de cómo afecta un cuerpo individual, sino también en términos de cómo afecta el cuerpo colectivo de una comunidad, sería justo pensar la vacunación como una suerte de banco de inmunidad. Las contribuciones a este banco son donaciones a aquellos cuya propia inmunidad no puede protegerlos»2. En efecto, todo sistema de inmunización universal confía en que el cuerpo inmunizado de algunas personas protegerá a otros vulnerables y expresará de modo ejemplar la interdependencia entre los seres humanos como especie. 

«Todo sistema de inmunización universal confía en que el cuerpo inmunizado de algunas personas protegerá a otros vulnerables y expresará de modo ejemplar la interdependencia entre los seres humanos».

Visto sociológicamente y no desde la biología o la epidemiología, el logro de la inmunidad de rebaño nos remite a uno de los objetos de estudio fundamentales de la disciplina: la solidaridad social. Ya desde la etapa fundacional de la sociología, Émile Durkheim mostraba la conexión entre interdependencia y solidaridad impuesta por la moderna división del trabajo, al enfatizar el carácter moral de este tipo de vínculo social3. En su visión de la sociología de la moral, Durkheim estableció una distinción entre dos tipos de solidaridad que siguen vigentes hasta hoy. Por una parte, la solidaridad mecánica propia de comunidades premodernas, que descansa en la identidad entre las partes de la sociedad: cada unidad (individuo, familia, clan) comparte un mismo conjunto de creencias y desempeña las mismas funciones. En cambio, la solidaridad orgánica, propia de sociedades modernas, surge de la diferencia entre los miembros de la sociedad: el aumento en la división del trabajo implicaba que cada cual, por el hecho de desempeñar una ocupación particular, depende socialmente de las tareas realizadas por los demás (el médico depende del panadero, de la abogada, del policía, de la jueza, etc.). Bajo condiciones modernas, plantea Durkheim, esta interdependencia ocupacional o funcional que genera un tipo de cohesión no es meramente utilitaria, sino moral. 

Curiosamente, el tipo de solidaridad involucrada en la vacunación masiva de una población no corresponde, en estricto rigor, a ninguno de esos dos tipos. Más bien comparte elementos de cada uno. De un lado, al igual que la solidaridad orgánica, la inmunidad de rebaño expresa de manera ejemplar la interdependencia entre las personas; del otro lado, esa interdependencia se efectúa no porque las personas hagan cosas distintas, sino —tal como ocurre en sociedades mecánicamente solidarias— porque todos hacen lo mismo (vacunarse) y confían en que las vacunas son seguras, efectivas y contribuyen al bien común. Es, por lo mismo, un tipo de solidaridad incompatible con un rechazo generalizado frente a las vacunas y la proliferación de free riders —beneficiados por el esfuerzo comunitario sin contribuir a él—, los que amenazan el logro del efecto rebaño y nos arriesgan al rebrote de enfermedades ya erradicadas o controladas, dejándonos a merced de nuevos virus y bacterias. 

Puede objetarse que, para que el acto de vacunarse sea en sí solidario, la gente tiene que inocularse a sabiendas del efecto de rebaño. Lamentablemente, no hay datos que confirmen que la gente se vacuna debido a una disposición prosocial. Es razonable suponer que dada la reciente visibilización del sistema de vacunación, la disposición a vacunarse —tanto para el COVID-19 como para las otras enfermedades contempladas en el calendario de vacunación del Minsal— estará condicionada por un conocimiento común respecto a la inmunidad de rebaño y la función solidaria de las vacunas. Ello no garantiza, ciertamente, que las tasas se mantengan o disminuyan. De ahí la pregunta: ¿Por qué hay gente que no se vacuna? 

Rechazo y reticencia 

En redes sociales circula un meme según el cual uno se gradúa de Sociología cuando, ante un problema, aprende a decir: “Depende del contexto”. El fenómeno que nos ocupa confirma ampliamente ese estereotipo, pero con justa razón. En efecto, la literatura internacional, contenida en estudios académicos e informes de organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS), concuerda en que se trata de un fenómeno complejo4. En primer lugar, es preciso distinguir entre rechazo y reticencia. Una cosa es desestimar, de un modo más o menos militante, alguna o todas las vacunas, y otra cosa es tener dudas —muchas veces razonables— respecto a la seguridad, eficacia o necesidad de una vacuna en particular. En segundo lugar, debemos ser cuidadosos al hablar de la existencia de un movimiento antivacunas (con grupos organizados y capacidad de agencia) y reconocer que las tasas de rechazo y reticencia son casi siempre la suma de decisiones aisladas. En tercer lugar, el rechazo o reticencia depende de la vacuna en cuestión: no es lo mismo rechazar la vacuna trivírica por temor a provocar autismo en los hijos, que rechazar la vacuna contra el virus del papiloma humano por razones de conservadurismo moral en torno a la vida sexual de los adolescentes. Finalmente, los motivos o argumentos que pueden esgrimirse para rechazar o tener dudas sobre una vacuna son múltiples. 

Respecto a este último punto, sobre la base de la experiencia nacional e internacional, distinguimos dos tipos de discurso. De un lado están los discursos técnicos, que disputan la evidencia científica sobre inmunización. Aquí se incluyen la vinculación del timerosal con el autismo, la alusión a efectos secundarios y adversos, la creencia en la inmunidad natural del cuerpo humano y la convicción de que las enfermedades que se busca prevenir no son graves. En esa línea, la investigación muestra que la controversia sobre las vacunas en el país se configura, principalmente, bajo las coordenadas de lo que la sociología conoce como el “modelo del público deficitario”5, es decir, una confrontación entre el discurso experto de científicos y autoridades, que afirma la eficacia y seguridad de las vacunas, y la ignorancia de individuos, familias y grupos opositores que cuestionan o niegan dicha eficacia y seguridad. En efecto, del total de argumentos o razones mencionadas a favor y en contra de las vacunas en la prensa online entre 2010 y 2018, un 74% corresponde a estos discursos técnicos. 

«No se trata de un asunto puramente científico, sino que también abarca una dimensión social y moral que interpela tanto a las ciencias sociales como a la misión pastoral de la Iglesia».

Como diagnóstico, sin embargo, el “modelo del público deficitario” es sociológicamente insuficiente. No solo reduce un problema complejo a la oposición entre expertos y gente ignorante, sino que ignora el peso de otro tipo de argumentos, más recalcitrantes, que no pueden enfrentarse simplemente exhibiendo más evidencia científica. Se trata de “discursos normativos”, que concentran el 26% restante de las apariciones en prensa online, posturas basadas en evaluaciones normativas y convicciones personales relativas a un deber ser que desbordan la discusión sobre la eficacia y seguridad de las vacunas. Estos discursos comprenden: motivos religiosos; la defensa de estilos de vida alternativos o naturistas; la sospecha ante las reales motivaciones de las multinacionales farmacéuticas que producen las vacunas; la defensa de formas alternativas de medicina, como la homeopatía y, de manera significativa para esta discusión, la invocación de la libertad de elección de los padres respecto a cómo cuidar de sus hijos, con el concomitante rechazo a la intervención estatal obligatoria. Esta última motivación concentra el 9% de las apariciones en prensa en el periodo estudiado. Tal como muestra el intento de funa al Hospital Clínico de la Pontificia Universidad Católica por parte de la agrupación Fuerza Nacional, que el año pasado acusó falsamente a la institución de haber condicionado la atención de urgencia a un menor de edad a la vacunación de sus padres, el argumento de la libertad de elección ha cobrado fuerza y figurado ampliamente en los debates en torno a la vacunación contra el COVID-19. Para responder a este planteamiento es preciso comprenderlo en sus propios términos y confrontarlo desde lógicas y estrategias distintas a las desplegadas en los discursos que contradicen la evidencia científica. Ambos discursos, técnicos y normativos, contravienen el fundamento solidario de la política de inmunización; pero lo hacen de manera distinta. 

Doctrina social de la Iglesia y vacunación 

¿Tiene la Iglesia y su misión pastoral algún rol en este panorama? Si atendemos al magisterio, la respuesta es afirmativa. En efecto, la preocupación fundacional de la sociología por la solidaridad y la interdependencia tiene un correlato importante, aunque no abordado, en la Doctrina social de la Iglesia. Particularmente explícito al respecto fue el magisterio de Juan Pablo II. Su encíclica Sollicitudo rei socialis recoge lo señalado por Pablo VI en Populorum progressio, en cuanto a que la obligación moral que surge de la interdependencia entre las personas y las naciones debe traducirse en un deber de solidaridad. Asimismo, nos hace ver que si la interdependencia es asumida y reconocida como categoría moral, entonces “su correspondiente respuesta, como actitud moral y social, y como ‘virtud’, es la solidaridad. [La solidaridad] no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común: es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”6. 

Se vuelve necesario cultivar un diálogo más profundo entre la medicina, las ciencias sociales y la fe. La investigación aquí reseñada nos invita a extender la interpretación del llamado del papa Francisco en Laudato si’ a “cuidar la casa común”, a incorporar esta dimensión tan esencial e inadvertida de nuestra vida en común, bajo el entendido de que la cuestión socioambiental no solo interpela nuestro trato con el medioambiente, sino que está sujeta también a nuestra interdependencia como especie. A la luz de la opción pastoral, no deja de ser una feliz coincidencia que la expresión científica de aquella solidaridad, consustancial a todo programa de vacunación universal, sea la inmunidad de rebaño. No se trata de un asunto puramente científico, sino que también abarca una dimensión social y moral que interpela tanto a las ciencias sociales como a la misión pastoral de la Iglesia y su promoción de la solidaridad. El desafío está en resignificar, a la luz de la situación actual, las palabras de Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis y reflexionar sobre la relación entre la fe del rebaño y la inmunidad de rebaño: “Es así que, en este mundo dividido y perturbado por toda clase de conflictos, aumenta la convicción de una radical interdependencia y, por consiguiente, de una solidaridad necesaria, que la asuma y traduzca en el plano moral. Hoy quizás más que antes, los hombres se dan cuenta de tener un destino común que construir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos. […] El bien, al cual estamos llamados, y la felicidad a la que aspiramos no se obtienen sin el esfuerzo y el empeño de todos, sin excepción; con la consiguiente renuncia al propio egoísmo”7. 

 

Notas

  1. Proyecto financiado por el XV Concurso de Investigación y Creación para Académicos, organizado por la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana en conjunto con la Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
  2. Biss, E., On Immunity: An Inoculation. Minneapolis: Graywolf Press, 2014, pág. 19.
  3. Durkheim, É., La división del trabajo social. Ciudad de México: Colofón, 2007.
  4. Organización Mundial de la Salud, Report of the SAGE Working Wroup on Vaccine Hesitancy. Ginebra: OMS, 2014. Cerda, J. et al., “Vacunación de niños y adolescentes en Chile: propuestas para reducir la desconfianza y mejorar la adherencia”, Temas de la Agenda Pública, Centro de Políticas Públicas UC 14 (112), 2019, pp. 1-20. 
  5. Wynne, B., “Misunderstood Misunderstandings: Social Identities and Public Uptake of Science”, Public Understanding of Science 1 (3), 1992, pp. 281-304. 
  6. Juan Pablo II, carta encíclica Sollicitudo rei socialis, Lima: Salesiana, 1987, pág. 38.
  7.  Ibid., pág. 26.

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