«La esperanza sólo florece acompañada de condiciones concretas: acceso a educación, apoyo psicológico, empleos dignos, redes humanas y fe compartida. Donde el esfuerzo por cambiar tenga una respuesta social concreta».

La vida que muchas mujeres han vivido no les ha dado señales de que algo mejor sea posible. ¿Cómo mirar el futuro de forma distinta si nunca conocieron otra alternativa? En la experiencia de trabajar con mujeres privadas de libertad, vemos que muchas han delinquido no por maldad, sino porque no vieron esperanza de acceder a un trabajo digno que las sacara del contexto de pobreza, abandono o violencia en que nacieron, o porque esos fueron los únicos ejemplos que conocieron. Y si no hay esperanza para esta vida, menos aún la habrá en la promesa de una vida eterna.
En Fundación Mujer Levántate acompañamos desde hace más de 15 años a mujeres privadas de libertad para que logren insertarse de forma real y digna en la sociedad. Lo primero que descubrimos es que la esperanza, para ellas, es frágil. Aparece cuando vislumbran la libertad o el reencuentro con sus hijos, pero se desvanece al vivir su condena y anticipar la falta de oportunidades que enfrentarán después de ella.
Reinsertarse, o más bien insertarse, no es simplemente salir de la cárcel. Es un proceso profundo y exigente. Supone comenzar a creer en sí mismas tras una vida marcada por el rechazo. Requiere desaprender patrones de conducta construidos en medio del dolor y la lucha por la sobrevivencia. Implica mirar su historia con honestidad, reconocer heridas, comprender los factores estructurales, familiares y sociales que las llevaron a delinquir, y asumir el daño que causaron. Es un proceso difícil y valiente. Reinsertarse es reconstruirse.

Pero incluso ese trabajo interno, sin oportunidades reales, se vuelve estéril. La esperanza solo florece si va acompañada de condiciones concretas: acceso a educación, apoyo psicológico, empleos dignos, redes humanas, sociedad que acoja y fe compartida. La única forma de que estas mujeres puedan tener esperanza es que exista realmente un camino visible y accesible hacia una vida distinta. Donde el esfuerzo por cambiar tenga una respuesta social concreta. Donde puedan volver a creer, porque alguien también cree en ellas. Para eso se necesita la colaboración de toda la sociedad: del Estado, de la empresa privada, de la sociedad civil y de cada uno de nosotros.
Por eso el Jubileo 2025, convocado por el Papa Francisco bajo el lema “Peregrinos de esperanza”, interpela profundamente nuestro trabajo. La esperanza cristiana no es ilusoria: es la certeza de que Dios nunca abandona, siempre acoge, de que el amor hace posible perdonar una y mil veces, de que siempre es posible volver a empezar.
Pero para que esa esperanza sea creíble, debe reflejarse en nuestras acciones. No basta proclamarla: hay que encarnarla con un corazón misericordioso. Mostrar con obras que otra vida es posible. La esperanza se cultiva cuando alguien camina junto a ellas, sin juicio, creyendo en su valor antes de que puedan verlo por sí mismas. Cuando la sociedad deja de verlas como amenaza y empieza a reconocerlas como personas capaces de aportar y poner esperanzas en ellas.
La verdadera esperanza se vuelve posible cuando hay oportunidades reales de inserción. Si queremos ser peregrinos de esperanza, necesitamos construir caminos para que quienes han caído puedan levantarse. Porque al levantar a una mujer, no solo se restaura su vida: también se levanta su familia, su comunidad, su barrio y toda la sociedad.



