Revista

¡Compártelo!

Sembrando esperanza donde no la hay

«La esperanza sólo florece acompañada de condiciones concretas: acceso a educación, apoyo psicológico, empleos dignos, redes humanas y fe compartida. Donde el esfuerzo por cambiar tenga una respuesta social concreta».

¿Cómo mirar el futuro de forma distinta si nunca conocieron otra alternativa? Al trabajar con mujeres privadas de libertad, vemos que muchas han delinquido, no por maldad, sino porque no tuvieron un trabajo digno que las sacara del contexto de pobreza, abandono o violencia en que nacieron, o porque no conocieron mejores ejemplos. Si no hay esperanza para esta vida, menos aún la habrá en la promesa de una vida eterna.

En Fundación Mujer Levántate acompañamos desde hace más de 15 años a mujeres privadas de libertad, para que logren insertarse de forma real y digna en la sociedad. Lo primero que descubrimos es que la esperanza, para ellas, es frágil. Aparece cuando vislumbran la libertad o el reencuentro con sus hijos, pero se desvanece al anticipar la falta de oportunidades que enfrentarán después de su condena.

(Re)insertarse no es simplemente salir de la cárcel. Es un proceso profundo y exigente. Supone comenzar a creer en sí mismas tras una vida marcada por el rechazo. Requiere desaprender patrones de conducta construidos en medio del dolor y la lucha por la sobrevivencia. Implica mirar su historia con honestidad: reconocer heridas, comprender todos los factores que las llevaron a delinquir, y asumir el daño que causaron. Es un proceso difícil y valiente que, sin oportunidades reales, se vuelve estéril.

La esperanza sólo florece acompañada de condiciones concretas: acceso a educación, apoyo psicológico, empleos dignos, redes humanas y fe compartida. La única forma de que estas mujeres puedan tener esperanza es que exista realmente un camino visible y accesible hacia una vida distinta, donde el esfuerzo por cambiar tenga una respuesta social concreta, donde puedan volver a creer, porque alguien también cree en ellas. Para eso se necesita la colaboración de toda la sociedad: del Estado, de la empresa privada, de la sociedad civil y de cada uno de nosotros.

Este año jubilar interpela profundamente nuestro trabajo, porque el Papa quiso que los agentes pastorales visitaran las cárceles y “los lugares donde la dignidad de la persona es pisoteada; en las situaciones más precarias y en los contextos de mayor degradación, para que nadie se vea privado de la posibilidad de recibir el perdón y el consuelo de Dios”1. La esperanza cristiana no es ilusoria: es la certeza de que Dios nunca abandona, siempre acoge, de que el amor hace posible perdonar una y mil veces, de que siempre es posible volver a empezar. Para que esa esperanza sea creíble, debe reflejarse en nuestras acciones. No basta proclamarla: hay que encarnarla con un corazón misericordioso.

Si queremos ser peregrinos de esperanza, necesitamos construir caminos para que quienes han caído puedan levantarse. Porque al levantar a una mujer, no solo se restaura su vida: también se levanta su familia, su comunidad, su barrio y toda la sociedad.

Notas

  1. Francisco (2024). Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo ordinario del año 2025. Ciudad del Vaticano, nro. 23.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos relacionados

Contáctanos

Déjanos tus datos y luego nos pondremos en contacto contigo para resolver tus dudas.

Publica aquí

Te invitamos a ser un generador de contenido de nuestra revista. Si tienes un tema en que dialoguen la fe y la razón-cultura, ¡déjanos tus datos y nos pondremos en contacto!

Suscríbete

Si quieres recibir un mail periódico con los contenidos y novedades de la Revista déjanos tus datos.