En esta época de masificación de las redes sociales, caracterizada por la disminución de la interacción física y el aumento del tiempo frente a la pantalla, la vida espiritual se nos hace cada vez más ajena. Como estudiantes de una universidad católica, tenemos muchas opciones de voluntariado a las que se nos invita a participar, y si bien son estas de gran importancia para poner en práctica la fe y profundizar en ella de una manera muy particular, terminan siendo el único lugar donde los jóvenes católicos tomamos conciencia de nuestra calidad de cristianos. Al terminar el voluntariado se nos olvida que uno no es católico 10 días al año, uno lo es siempre.
«Si aprendemos a ver las acciones sociales como una oportunidad para seguir desarrollando nuestra fe y valores, tendremos jóvenes críticos de su rol como personas en la sociedad y más capaces de vivir su espiritualidad».
En la sociedad de hoy no recordamos que la fe se vive a diario, en los momentos pequeños y grandes: al saludar a un compañero cuando lo ves por el pasillo; al escuchar a tu amigo cuando te cuenta sus alegrías y penas; al hablar sobre una persona; al estudiar para las materias del semestre; al carretear con los amigos; al convivir con la familia, y en tantas otras situaciones que pasamos por alto. Es fácil ignorar estas oportunidades cuando estamos inmersos en un ambiente de estrés y responsabilidad que nos nubla la vista. Corremos el riesgo de ver únicamente las pruebas de la semana, el temor a reprobar los ramos, las fiestas en los días libres y que el resto sea relleno. Bajo esta situación alienante, pareciera que una buena acción o un gesto solidario son actos extraordinarios y no les tomamos el peso que deberíamos, y como lo único que es publicable en redes sociales son los trabajos, las misiones y los voluntariados, eso es lo que nos toma toda la atención y lo utilizamos como criterio ético.
Nos urge superar esa visión lejana de lo que es la fe para ver cómo ponerla en práctica todos los días. Nos falta recordar que hay más en la vida que el estudio y que es necesario experimentar la solidaridad a diario con nuestras acciones. Es preciso que los estudiantes tomen conciencia de que la libertad que nos da la universidad, en contraposición a la etapa escolar, no debe implicar la pérdida de los valores y tratos que generan una buena convivencia, y que la asistencia a un voluntariado no nos convierte automáticamente en personas ejemplares, más bien complementa la calidad de personas que ya somos. Si aprendemos a ver las acciones sociales como una oportunidad para seguir desarrollando nuestra fe y valores, tendremos jóvenes críticos de su rol como personas en la sociedad y más capaces de vivir su espiritualidad, todos los días, de manera consciente.