En una sociedad tensionada por las diversas posiciones valóricas y políticas, el concepto de bien común parece un ideal soslayado por el triunfalismo de los bandos y las negociaciones de intereses que se conforman con la idea del mal menor. Cuando la amistad social adquiere tintes de utopía, se olvida que la fraternidad y la justicia “exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles”1. El siguiente diálogo entrega claves para seguir este camino desde la solidaridad, entendida como “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” 2
¿Qué dilemas ve en la cultura actual que desafían el bien común y la solidaridad?
Sabina Orellana (SO): Veo una cultura de la rapidez y de lo inmediato que no contempla la dimensión colectiva. Muchas veces, tenemos al individualismo como principio rector en nuestra cultura, lo que desafía la forma de enfrentar el bien común. Esto genera tensión en una sociedad que está cansada, polarizada, en medio de la crisis social y política que significó el estallido y la pandemia. Los principales desafíos para la comprensión del bien común y la solidaridad tienen que ver con entender que la sociedad se construye con otras personas.
«Luego de la pandemia, la concepción del tiempo cambió por completo y los jóvenes han preferido acudir a espacios de distención por sobre los de encuentro que los saquen del statu quo».
María José Castro (MJC): Más que lo individual versus lo colectivo, el egoísmo sigue siendo algo propio de la humanidad, lo traemos ancestralmente. Es una dualidad, porque las personas requerimos mirarnos, pero al ponernos en primer lugar, por encima del resto, no vemos el bien común como algo que incluso nos va a tributar positivamente. Hoy, la estructura de la sociedad y de la ciudad no ayuda, la inmediatez no contribuye a mirar y apreciar al otro. La crisis de confianza en Chile ha llegado a niveles muy agudos: básicamente desconfías de cualquier persona que te parezca distinta a ti. Eso atenta contra la solidaridad, el bien común y la justicia. Más que hablar de solidaridad, que me parece bien, corresponde hablar de justicia. La solidaridad se puede ver como la virtud de un “buenito” y esto no es de “buenos”, sino que todos debemos ser justos para dar a los que están al lado de nosotros.
Jorge Sahd (JS): La Doctrina social de la Iglesia (DSI) define el bien común como un conjunto de condiciones de la vida social. Esas condiciones habilitantes requieren de una mirada a largo plazo y un trabajo permanente, no se resuelven con la inmediatez. Por otro lado, junto al egoísmo al que se refería María José, hay una falta de sentido de pertenencia a grupos, comunidades, a aquello a lo que las personas se aferran más allá de la individualidad. En definitiva, en el dilema actual, hay una falta de sentido de comunidad. Es difícil que podamos aspirar al bien común y a la solidaridad si no nos sentimos parte de ese entorno, que permite la plena realización individual y colectiva. ¿Cómo yo me empeño por el bien común si no me siento parte de ese “común”?
MJC: Me saltan hartas ideas con lo que dice Jorge, porque esa determinación a querer el bien común lleva a que el otro sea tu responsabilidad, algo que yo creo que hemos perdido. Cuando yo me fui a trabajar a Mejor Niñez como directora nacional, mucha gente me felicitaba, porque yo era buena persona, porque yo iba a hacer como un apostolado. A mí me molestaba un poco esa felicitación, no porque crea que no merezco ser felicitada, sino porque era una responsabilidad. Esta es una conciencia que la DSI siempre ha buscado llevar adelante.
¿Somos los chilenos menos solidarios que antes? ¿Qué factores están influyendo?
MJC: Creo que iniciativas como la Teletón siempre se logran, ¿no? Pero es fácil ser solidario ahí, porque es una transferencia que la haces en un segundo. Hemos visto que Chile se moviliza para ayudar a una ciudad donde hay un terremoto, entregando ropa y otros insumos. Ser solidarios con cosas materiales, independientemente de que, a lo mejor, hayan disminuido, es más fácil, porque es tomar algo y dárselo a otro. Probablemente, mucha gente estaría dispuesta, si pasa por un lugar donde hay niños pasando frío, a sacarse la chaqueta y entregarla. La pregunta es si esas personas están dispuestas a dar su tiempo, que es lo que más nos cuesta.
JS: Parte del cambio generacional y social es que el voluntariado se está manifestando de distintas maneras. Quizás el voluntariado tradicional, el universitario de los trabajos y las misiones, está mutando hacia el emprendimiento social o nuevas organizaciones que participan en la sociedad civil. En mi experiencia como profesor, no he visto mermado el sentido de voluntariado, pero sí he visto nuevas formas de manifestación, y sería interesante analizar otros indicadores o encuestas que puedan dar cuenta de que si bien el voluntariado tradicional ha disminuido, han aumentado otros compromisos y ayudas.
SO: Un factor importante es el tiempo. Estamos en un mundo tan agitado que a los jóvenes les cuesta entregar su tiempo libre para acciones voluntarias y gratuitas. Luego de la pandemia, la concepción del tiempo cambió por completo y los jóvenes han preferido acudir a espacios de distensión por sobre los de encuentro que los saquen del statu quo. El voluntariado tiene que ver con salir de tu comodidad y entregar tu granito de arena. Esto se une a que, muchas veces, la sociedad —y, por tanto, la universidad— no potencia que los jóvenes encuentren un sentido social a lo que estudian y tampoco a sus acciones. En mi discurso de cambio de mando, dije una frase del padre Hurtado: “la acción y la inacción tiene un sentido social”. Eso hoy cuesta mucho. Los jóvenes dicen: “Okey, yo voy a ayudar al voluntariado, ¿y después qué?, ¿el voluntariado debe existir siempre o se pueden construir paralelamente cambios en el sistema que sean más profundos?”. Quizás esto explique el porqué del desincentivo de los voluntariados.
Ante la discusión constitucional sobre un Estado subsidiario o social, ¿qué rol debería jugar la solidaridad en el Chile del futuro?
JS: La Encuesta bicentenario de nuestra universidad muestra que ha habido una transición en la sociedad desde el Estado subsidiario hacia la universalidad de derechos. Creo que esa nueva aspiración está relacionada con el cambio de la sociedad chilena, donde cerca del 60% de las personas se considera de clase media —más allá de la fragilidad de una parte de ese grupo y de las posibilidades de seguir progresando—. La subsidiariedad cumplió un rol fundamental en la institucionalidad económica y política de Chile, pero hoy esa discusión, en parte, está superada. De hecho, en el acuerdo del segundo proceso constitucional, en los 12 puntos se reconoce el Estado social de derecho. ¿Cómo equilibrar y entender que el Estado social de derecho no significa un Estado absoluto ni totalitario ni que ahogue la libertad e iniciativa privada? El bien común no es el bien estatal, sino que es aquel donde el Estado cumple un rol, pero también hay actores privados que contribuyen a ese fin.
«La solidaridad se puede ver como la virtud de un “buenito” y esto no es de “buenos”, sino que todos debemos ser justos para dar a los que están al lado de nosotros».
MJC: El Estado debe garantizar los derechos sociales. Sin embargo, no significa que solo los pueda ejecutar él. En Mejor Niñez hay alrededor de 6 mil niños en residencia, otros están en familias de acogida. Llegamos a 10 mil niños con cuidado alternativo, que si uno lo mira en el contexto de los millones que somos, es muy poquito. El sector privado tiene más capacidad de ejercer este servicio con programas específicos si el Estado le entrega los recursos que requiere.
SO: Un Estado de bienestar es imposible de construir sin solidaridad. Veo una crisis de cohesión social que dificulta el concebir un Estado distinto. El Estado subsidiario aporta a un sistema neoliberal que fue impuesto en una dictadura donde no había mucha capacidad de disenso. En el “estallido”, vimos cómo una olla a presión explotó, porque el individualismo estaba primando en nuestro país y no la colaboración. Creo que hay que orientarnos a un Estado social y ponerle fin al Estado subsidiario. Uno de los grandes desafíos que tiene esta nueva Constitución es el de un Estado que garantice una vida digna y que proteja las garantías fundamentales de las personas, y eso es la institucionalización de la solidaridad.
JS: No hay que olvidar que los recursos públicos son escasos. La universalidad del Estado social de derechos plantea el desafío de la asignación de recursos a necesidades de la sociedad cada vez más crecientes y sofisticadas. Por otro lado, hay que dejar clara la importancia de las alianzas público-privadas, que permiten abordar desafíos complejos. Más allá de cómo denominamos al Estado, la discusión en el futuro se centrará en cómo entendemos la participación privada, en si confiamos en ella y cómo procuramos que parte importante de esos recursos públicos vayan al gasto social. Nos guste o no, los recursos siempre tendrán que focalizarse.
¿Cuál es la dignidad que les corresponde a las personas en un modelo de desarrollo que contemple a toda la creación? ¿Es posible un equilibrio?
MJC: Desde el punto de vista antropológico es absolutamente posible, porque no hay disociación ni contradicción entre el respeto cuidadoso de la persona y el medioambiente. Efectivamente, la humanidad ha sido, a lo largo de la historia, quien de manera indiscriminada ha abusado de la naturaleza. Sin embargo, hoy, con la tecnología, innovación e inteligencia puesta al servicio, es posible vivir en armonía, pero siempre con la persona en el centro. Bajo la condición del buen uso podemos hacer de la naturaleza espacios para el desarrollo económico, y eso es parte de lo que nos permite un mayor bienestar. No se trata de abusar. Lo miro también desde la fe: la creación existe para que podamos convivir y desarrollar un mundo donde caben las diversidades, el desarrollo económico, las personas y la naturaleza, ahora y en el futuro. Suena idealista, pero ese es el desafío.
SO: Es posible y necesario lograr un equilibrio. El mayor desafío es adaptarnos e innovar para tener un estilo de vida sustentable que permita tanto el bienestar ambiental como la dignidad del ser humano. En ese sentido, es importante recalcar que las personas somos dependientes del medioambiente y, por tanto, su deterioro nos afecta de modo directo. La complementariedad entre el bien individual y el común es un punto de base para promover un bienestar ambiental que incluya a todos los elementos del ecosistema.
JS: El equilibrio supone una suerte de balanza, y cuando hablamos de armonía no necesariamente todos los elementos tienen el mismo peso. Concibo el desarrollo global poniendo a la persona en el centro y, a partir de eso, construir la armonía.
¿Cuál es el aporte solidario de la UC que la diferencia del que pueden hacer otras universidades?
JS: Somos una organización universitaria y de inspiración católica, la formación es el elemento más distintivo de la UC según sus principios, tradición e identidad. La universidad se distingue de otras organizaciones en que su labor central es la formación de jóvenes que van a ser agentes de cambio del futuro. Es una responsabilidad de quienes somos profesores, de quienes formamos parte de la comunidad, porque eso les va a permitir a nuestros estudiantes ser motores de ese bien común al que todos aspiramos.
MJC: Coincido con Jorge en el aspecto de la formación. Pero a mí me gustaría ver mucho más desarrollada la ética, entendida como una disciplina donde entra la solidaridad, el bien común y mucho de lo que estamos hablando. No sé si hoy es realmente un pilar en la formación. Por supuesto que sí veo que hay formación humana, pero creo que la UC debería reforzar este ámbito.
SO: La UC es un ejemplo para muchos centros de estudio. El aporte que puede hacer está en el rol público, mirar hacia afuera y comprometerse con el país; salir de la burbuja de privilegio del conocimiento y tenderlo hacia el bien común de la sociedad. Es vital que la visión que permea las áreas de formación de la UC no sea solo de profesionales de excelencia, sino también de calidad humana. El conocimiento que nosotros adquirimos lo ponemos al servicio de Chile y sus necesidades.