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Un Ejemplo de Civilidad

Había estado unas cinco o seis veces en distintas ciudades de EE.UU., por razones personales o laborales. En esas ocasiones lo que más me había llamado la atención eran las calles amplias, limpias y ordenadas, el pasto corto, conductores respetuosos y ese tipo de características que se pueden detectar en una estadía breve de una o  dos semanas. Hoy me encuentro viviendo en el estado de Maryland, muy cerca de Washington DC y, además de los detalles que me habían gustado anteriormente, he podido observar algunos valores de esta sociedad que me encantaría compartir con la comunidad UC.

Tengo hijos asistiendo a tres colegios diferentes, elementary, middle y high school, por lo que me ha tocado vivir diferentes situaciones como mamá y residente. Apenas llegué tuve que tramitar el ingreso de mis hijos a sus respectivos colegios; como iban al sistema público, yo no los elegí, sino que quedaron en los establecimientos que nos correspondieron por domicilio. Todos los colegios del sector son muy buenos, en términos académicos, de  infraestructura y de organización.

Por ser el primer día de clases de mis hijos más pequeños, preferí ir a dejarlos en vez de enviarlos en el bus escolar. Me llamó la atención que a cuatro cuadras del colegio había niños de no más de diez años con chalecos amarillos fosforescentes que decían «patrol», ayudando a cruzar la calle a los niños que llegaban a pie. A medida que me fui acercando vi que en cada esquina estaba un grupo organizado de alumnos y unos pocos adultos ayudando en el cruce seguro de las calles. Cuando llegué al colegio, no me estacioné, sino que avancé por la parte habilitada para dejar a los niños, donde estos patrol de 5° año básico ayudan a los pequeños a bajar del auto y los llevan en forma segura al interior del establecimiento. De esta manera, los papás y mamás que llevan a sus hijos no tienen ninguna necesidad de estacionar.

Al día siguiente, cuando fui a dejar a mis hijos al bus, vi alrededor de veinte niños, de cinco a diez años jugando en el paradero. Cuando el vehículo apareció a media cuadra un niño gritó: «buuuus», voz a la cual todos los que estaban jugando se dispusieron rápidamente en una fila. El que había dado la voz era otro alumno, un patrol, quien fue el último en abordar. El único adulto del bus era el conductor, quien podía ejercer su labor tranquilamente. Lo observado me pareció un tremendo aprendizaje. Por un lado, los alumnos aprenden desde pequeños a comportarse en forma civilizada y, por otro, los más grandes van aprendiendo a tomar responsabilidades y ejercer la autoridad. Todo basado en el respeto mutuo.

La responsabilidad con que estos guías ejercen su labor durante todo un año, haciéndose cargo de la seguridad de los más pequeños, me maravilló, ya que no utilizan ninguna forma de castigo para imponer obediencia. Creo que el respeto que los alumnos tienen a sus patrol está basado en la admiración que tienen hacia ellos, y en la madurez de estos monitores para ejercer su autoridad en forma responsable. Probablemente, el aprendizaje y la educación en el respeto llevará a estos pequeños estudiantes a que en su vida adulta sean respetuosos de la civilidad y de las normas que corresponde acatar. No tanto por la multa o castigo que pueda estar en juego, sino que como respuesta a nuestro rol de ciudadanos.

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