Un maestro estudioso, pensador y enseñante
Por Francisco Gallego, Facultad de Administración y Economía UC
Mario Vargas Llosa dice en La llamada de la tribu: “En el panteón civil de Isaiah Berlin figuran, en lugar privilegiado, los estudiosos, los pensadores, los enseñantes. Es decir, todos aquellos que producen, critican o diseminan las ideas”. Elegí esta frase porque me recordó mucho a Francisco Rosende. Fue así en su rol de pedagogo, decano y participante de la discusión en políticas públicas.
Lo conocí como profesor de Introducción a la Macroeconomía en 2003. Recuerdo sus clases, su estilo, su claridad conceptual y sus pruebas —desafío intelectual, no porque tuvieran “trampas”, sino porque aprendías de ellas también—. En esa época, Pancho repartía su tiempo entre la UC y el CEP. Luego de un par de años, justo cuando yo era presidente del Centro de Estudiantes, fue nombrado decano a los 39 años. En ese momento, tuve la oportunidad de interactuar con él. Recuerdo cómo anotaba en su cuaderno nuestras preocupaciones para luego implementar los cambios. Hizo apuestas serias en la facultad y cambió su rumbo. Luego, fui su ayudante docente, volví a ser su alumno y mantuvimos el contacto en el doctorado, recordando cómo le preocupaban los avances de frontera de la economía.
Volví a Chile en 2006 y la vida nos juntó de nuevo cuando yo me convertí en profesor del Instituto de Economía. Así empezó una relación muy bonita. Conversábamos e interactuábamos mucho, almorzábamos varias veces después de misa, en San Joaquín. Lo pasaba bien con él. Teníamos muchas cosas en común, pero también había discusiones que nos separaban: Colo-Colo versus Unión Española, Chicago versus MIT, diferentes posturas frente a la Iglesia, a políticas públicas, discusiones sobre teorías de desarrollo económico y, hacia el final, posiciones diferentes sobre el futuro de nuestra facultad. No era una relación de gente que estuviese de acuerdo en todo, pero su humildad, profundidad y lucidez intelectual, su capacidad de escucha, humor y profunda fe —sin aspavientos— me marcaron fuertemente.
Consistente con ello, en esa época de colega descubrí el respeto del que era sujeto Pancho en nuestra profesión y dentro y fuera de la universidad, lo que cruzaba líneas políticas y religiosas. Eso fue notorio en su funeral.
A casi dos años de su partida, me resuena la reciente exhortación apostólica Gaudete et exsultate. En el capítulo sobre los santos que nos alientan y acompañan, el papa Francisco dice: “[…] se nos invita a reconocer que tenemos una ‘nube tan ingente de testigos’ que nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta […]. Quizá su vida no fue siempre perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agrandaron al Señor” y “Esa es muchas veces la santidad ‘de la puerta de al lado’, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios o, para usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad’”. Aquí, ciertamente, tuvimos uno de estos testigos que nos dejó, pero nos sigue acompañando con su ejemplo y su fe vivida.