«Estas son las mujeres y las familias que viven tiempos extremos y que reclaman nuestro cuidado solidario»
Proponer estrategias de apoyo para las familias supone una elección sobre qué entendemos por desarrollo humano. Comparto con el PNUD la idea de que este es un proceso mediante el cual se aumentan las capacidades y opciones de las personas, reconociendo a todos los individuos como sujetos sociales capaces de perseguir la realización del tipo de vida que les parezca valorable (PNUD, 2003).
Se reconoce aquí la autodeterminación de las personas, en el marco de su valor y dignidad humana, y entre los límites del respeto y valoración por el conjunto de la sociedad donde vivimos. Es una mirada que, desde mi perspectiva, es coherente con la convocatoria del papa Francisco en Amoris Laetitia (2016) a caminar juntos en la búsqueda de soluciones para personas que viven en claridades y oscuridades y que conforman familias, donde cada una es un candelabro, con sus miembros como los brazos del candelabro unidos al eje, pero que mantienen su unicidad, y que supera las visiones centradas en instituciones y pone el acento en prácticas que dan sentido a la vida de las personas.
Bajo este prisma, el cuidado (en este caso de las familias) constituye una dimensión central de la vida humana, como “una actividad de la especie que incluye todo aquello que nosotros hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo de tal modo que podamos vivir en este en el mejor modo” (Toronto, 2004). Se trata de un esfuerzo colectivo sostenido por la interdependencia.
Por esto, me interesa tanto relevar las vulnerabilidades que enfrentan algunas familias para la realización del tipo de vida que desean vivir, en particular lo difícil que resulta para las mujeres. Ellas viven con angustia la conciliación trabajo-familia, especialmente porque sus trabajos no suelen reflejar elecciones laborales, sino más bien obligaciones para complementar el ingreso del hogar. Así, los esfuerzos políticos por favorecer el ingreso de las mujeres al mundo laboral se subsumen en estrategias que más bien precarizan sus vidas. Por otro lado, sus historias biográficas están atravesadas por su condición de género, vividas con consciencia desde su infancia, de cómo aprendieron a ser mujeres y luego cómo lo fueron en las relaciones que establecieron en la adultez. Las dimensiones que cruzan su ser mujer están concentradas en ser hijas de mujeres, en ser parejas, en ser madres y en ser mujeres que luchan por sobrevivir, cada etapa atravesada por abandonos, duelos irresueltos, violencia transgeneracional y la experiencia del trabajo embrutecedor.
Estas tensiones no resueltas, no reflexionadas, abandonadas al mejor manejo que cada mujer pueda darle, explican en parte los brotes de violencia, de quiebre y de desamor al interior de las familias. Estas tensiones se viven como problemas privados, individuales y quedan desprovistos del apoyo de la comunidad y el Estado. Estas son las mujeres y las familias que viven tiempos extremos y que reclaman nuestro cuidado solidario.